A 3400 metros de altura, al norte de la ciudad de Huaraz y al pie del Huascarán, se encuentra un pequeño distrito llamado Mancos. A unos veinte kilómetros al noreste de allí, siguiendo un camino de tierra, se erige una construcción que se ha convertido en la materialización de más de doce años de esfuerzo y trabajo. Se trata del centro de misiones de la congregación Pro Ecclesia Sancta, que funciona como base de operaciones de la Misión Huascarán, un programa de desarrollo humano integral que busca elevar la calidad de vida de más de mil familias ancashinas. “Con el dinero que generé tejiendo sombreros para la Misión Huascarán, pude comprar útiles escolares para mi hija y pollitos para criar y vender. Ahora mis pollitos han crecido y he comprado más”, cuenta Magdalena Leandro, una de las beneficiarias del proyecto. “Estas mujeres tienen un gran don en las manos”, opina Sol Delgado, integrante del Comité de Damas Voluntarias del proyecto. “Gracias a la asesoría profesional de las voluntarias, están estandarizando su trabajo y logrando productos finales originales y dignos de admiración”, agrega.

Miembros del voluntariado. Entre ellos se encuentran Mariana Correa, Karen Mitre, Margoth Zaidán, Uschi Miró Quesada, Carla Alalú, Ana Fernández, Sol Delgado y Rosemarie Schuler, junto a sus familias y al sacerdote José Manuel Castellano.

Por su parte, el padre José Manuel Castellano señala: “El área espiritual es la que me compete directamente”. Él ingresó a la congregación en 2000, y, tan solo cuatro años después, viajó a Huaraz para la toma de posesión del nuevo obispo del lugar: monseñor José Eduardo Velásquez Tarazona. El padre Castellano nos cuenta que fue ahí cuando conoció al padre Santiago León, párroco del distrito de Mancos, quien le ofreció la oportunidad de hacer misiones en dicho distrito, en alrededor de treinta caseríos a los que León no podía llegar solo.

“Íbamos solo un par de hermanos con un grupo de siete o diez muchachos para hacer catequesis”, relata. El punto de quiebre llegó en 2008, cuando estudiantes de Medicina de la Universidad CEU San Pablo de Madrid se unieron a los viajes, junto con una bióloga y un médico. Durante los años siguientes, llevaron donaciones e hicieron campañas médicas para los campesinos que vivían en los caseríos de la zona, pero llegó el día en que se preguntaron cuál era la finalidad de su esfuerzo. “La iniciativa tomaba una forma muy asistencialista, lo cual no sirve si no se tiene un plan a largo plazo”, dice el padre Castellano.

Algunos años después, en 2014, lograron adquirir un terreno en el pueblo de Yanamito –a unos veinte kilómetros del centro de Mancos–, gracias a la generosidad de personas cercanas al proyecto, y allí asentaron la base que funcionaría como centro de gestión.

“Trabajamos para mejorar la calidad de vida a nivel de salud, educación, vivienda y medio ambiente, así como para dar oportunidades en la producción textil y agropecuaria; y en paralelo: elevar la vida espiritual”, dice el padre Castellano.

“Coincidentemente, alrededor de esa fecha conocí a Mariana Correa, quien me pidió ir a conocer el lugar”, señala el sacerdote, y añade que las cosas se fueron dando una tras otra, casi como si hubieran sido premeditadas. “Mariana me propuso hacer una gala para reunir fondos para el proyecto, y a mí la idea me pareció genial”.

Fue a raíz de la organización del evento que le dieron nombre al proyecto. “Pensamos en Misión Huascarán porque estábamos al pie de la montaña, y porque la palabra ‘misión’ describía la esencia de lo que hacíamos”, concluye el padre Castellano.

Por Adriana Tudela

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