Diseñado por Renzo Piano Building Workshop en colaboración con el estudio español Luis Vidal + Arquitectos, el Centro Botín es un espacio dedicado a las artes, pero también un ejemplo de la mejor transformación urbanística. Este edificio, con dos estructuras suspendidas sobre la bahía de Santander, resume la reconexión de una ciudad con su entorno natural.

Por Gloria Ziegler / Fotos de Enrico Cano

Renzo Piano

Resulta inverosímil o, al menos, de una modestia sobreactuada. Sin embargo, Renzo Piano insiste. Dice que desconfía de los íconos arquitectónicos. Para el genovés que ideó el Centro Pompidou y el Whitney Museum of American Art, la belleza no basta. “Entiendo la arquitectura como un lugar de encuentros, como una función social, que transforma el lugar y la vida de las personas”, ha explicado en varias oportunidades. Y ese principio –el de un edificio que atraiga a la gente, en lugar de intimidarla– ha sido el eje en su diseño del Centro Botín, un nuevo espacio dedicado al arte, en Santander.

La historia de esta ribera española puede resultar familiar: es, también, la de una ciudad costera que durante décadas creció de espaldas al mar. Sin embargo, su relación con el Cantábrico empezó a cambiar a finales de los años noventa, con la reforma del paseo marítimo, y se acentuó en los últimos años. El arquitecto italiano cuenta que en 2012, cuando Emilio Botín –el fallecido presidente de la institución que lleva su apellido– le encargó el diseño del centro de artes, ya tenía en mente un proyecto urbanístico que incluía el reordenamiento de los Jardines de Pereda y el soterrado de la calle lindera, para generar un nuevo corredor peatonal entre el sector histórico de la ciudad y el mar. La propuesta para el edificio, entonces, debía completar la integración entre ambos sectores. Pero, también, mantener la idea de arquitectura social en aquellos terrenos que, antes, habían funcionado como estacionamiento para el ferry.

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El diseño del estudio del premio Pritzker, en colaboración con Luis Vidal + Arquitectos, partió de dos pilares: necesitaban elevar el edificio respecto al nivel del suelo, para no obstaculizar la vista al mar desde la plaza, y conseguir señales de pertenencia a la ciudad, en todo el conjunto. “A partir de estos conceptos, la idea de unir y, a la vez, dividir la parte más educativa del proyecto de la parte más relacionada con el arte brotó con cierta rapidez”, explicó el arquitecto de ochenta años en una entrevista con la fundación. “Era importante que más que un edificio, fuera un espacio donde la gente pudiera reconocerse, moverse, subir”. El resultado de esta obra parece haber conquistado incluso a los más escépticos. Después de todo, este edificio de líneas suaves y redondeadas ha conjugado lo mejor de la arquitectura contemporánea con una fachada que se adapta a las variaciones de luz de la bahía.

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Arquitectura viva

Inaugurado en junio, el Centro Botín encierra también un desafío a la gravedad: su estructura, conformada por dos alas flotantes, no toca tierra. Está suspendida sobre pilares en una porción de los Jardines de Pereda , y continúa en voladizo veinte metros mar adentro. No se trata, sin embargo, de dos módulos independientes. Ambos están conectados por una serie de pasarelas de acero y vidrio y plazas, conocidas como el Pachinko. “El nombre hace referencia a un juego japonés, parecido al Pinball, donde hay unas bolitas que se mueven. Es un juego visual que hemos ideado para imaginar que en estos espacios que unen ambos volúmenes siempre habrá gente moviéndose”, contó el arquitecto.

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La sección principal se encuentra en el ala oeste, con dos salas de exposición con vistas al mar y al parque. Y el cuerpo este, de menor dimensión, es el dedicado a las actividades culturales y educativas. Como su compañero, está organizado en dos niveles, con un auditorio, aulas, espacios de trabajo y una azotea con vista a la costa. Donde no hay distinciones es en el revestimiento exterior. Ambos están cubiertos por una capa de cerámicas nacaradas que captan la luz del cielo y del mar, y la reverberan. “Así, el edificio se transforma en función de la luz que recibe”, explicó Piano.

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La reestructuración de los Jardines de Pereda estuvo a cargo del paisajista Fernando Caruncho, quien triplicó el área verde original con castaños, magnolias y sicomoros, y pintó el pavimento en un tono azul. “Desde lo subterráneo”, una intervención escultórica de la artista española Cristina Iglesias –compuesta por cuatro pozos y un estanque con bajorrelieves de motivos orgánicos– completa la intervención urbanística de los alrededores. La armonía que ha conseguido este centro de arte, allí, solo era posible con un arquitecto que escuchara la ciudad.

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Fotos: cortesía de Renzo Piano Building Workshop

Artículo publicado en la revista CASAS #250