Las cosas ya no son como antes. La que un día fue la Semana de la Moda más importante del mundo, sufre ahora una crisis de identidad que quedó claramente en evidencia durante su reciente versión para el otoño 2018.
Por Manuel Santelices
El éxodo de marcas como Proenza Schouler o Rodarte a Europa, la decisión de Tommy Hilfiger de mudar su show a Los Ángeles o Londres, el retiro de íconos de la industria, la llegada de una nueva generación de personalidades e influencers, una profunda desorganización, el tedio de tener que cruzar la ciudad completa para llegar de un desfile al otro y una gran confusión respecto a lo que busca el mercado actual han hecho que la famosa Semana de la Moda de Nueva York haya perdido gran parte de su brillo. Su más reciente versión, realizada el mes pasado, fue un buen ejemplo de sus síndromes. Aquí, dos elementos que, sumados al histórico retiro de las pasarelas de Carolina Herrera, marcaron la llegada de un nuevo momento “fashion”.
El nuevo insta-establishment
La crisis de identidad de la Semana de la Moda de Nueva York no es en ningún lugar más evidente que en la primera fila de los desfiles, donde los miembros de la ‘Old Media’ –un apodo que algunos de los editores de moda más poderosos del mundo reciben como una bofetada– han sido en gran parte reemplazados por influencers cuya fuente de poder no viene de medios, lectores o anunciantes, sino del número de seguidores que poseen en sus cuentas de Twitter, Facebook y, más que nada, Instagram.
Esta última plataforma se ha convertido en una herramienta fundamental para la industria de la moda, haciendo que muchos diseñadores se pregunten si el esfuerzo y el costo de organizar un desfile de quince minutos se justifican ahora, cuando con una buena campaña en Instagram pueden conseguir un impacto más duradero y verdaderamente global. Al centro de este huracán de modernidad están personajes, como Bryanboy, Chiara Ferragni, Aimee Song o Leandra Medine Cohen (más conocida como Man Repeller), que han hecho una muy lucrativa carrera compartiendo sus vidas, sus gustos y especialmente sus looks con millones de seguidores. Su poder es ahora comparable al de titanes de la industria como Anna Wintour o Suzy Menkes. Con un post, pueden hacer que una cartera se agote en cuestión de horas, o que una pieza que podría ser considerada incómoda o ridícula –las sandalias con piel de Gucci o las gigantescas bolsas de compra de Balenciaga vienen de inmediato a la cabeza– se transforme en una tendencia instantánea. El secreto es mantener una ilusión de honestidad, la idea de que fueron ellos y solo ellos los que decidieron salir esa mañana con un enorme impermeable negro de Vetements camino a algún desfile durante la Semana de la Moda. Y decimos ilusión porque eso es exactamente lo que es. Viajando de un punto al otro del planeta con marcas de lujo costeando tickets de avión y suites de hotel, asesorando a casas de moda en contratos millonarios, y exprimiendo hasta la última gota de su visibilidad online, poco de lo que hacen es casual o accidental. Todo es planeado, todo es negociado.
La pasarela callejera
La alfombra roja solía ser la cumbre de promoción para las marcas de lujo, el sitio donde, a través de una fructífera “cooperación” con estrellas del cine o la televisión, conseguían suficiente publicidad para impulsar ventas de perfumes o accesorios por un año. Y aunque la red carpet continúa siendo importante, ha sido de pronto sustituida por la calle. Sí, la calle. Por fotos que muestran a Selena Gomez, Gigi o Bella Hadid, Emily Ratajkowski, Hailey Baldwin o cualquiera de las estrellas de Instagram saliendo de compras en West Hollywood, paseando a su perro en el SoHo de Nueva York o abandonando el aeropuerto de Heathrow, en Londres, en looks que han sido cuidadosamente planeados por estilistas especializados en daywear. Una cartera usada por Gigi a la salida del gimnasio o a la entrada de Starbucks puede derivar en miles de dólares en ventas. De acuerdo con los estilistas, lo importante es que la imagen parezca “auténtica”, aunque, por supuesto, sea todo lo contrario.