Imagina que hoy te has despertado temprano para correr por el malecón. Vas a seguir la misma rutina que desde hace dos años te ha mantenido en forma. Pero durante el ejercicio empiezas a sentir un fuerte dolor en el pecho, que incluso llega a la espalda, y mareos. Quizá no entiendas la razón, pero es muy probable que estés sufriendo un infarto que en cuestión de segundos puede llevarte a una muerte súbita.
“Es que suele ser asintomático”, comenta César Larrauri, cardiólogo de la Clínica Delgado. Y tiene razón. Valdría la pena remontarse a 2013 para encontrar dos casos significativos: los de Yair Clavijo (18 años) y Christian Benítez (27 años), ambos jugadores profesionales de fútbol. El primero se encontraba jugando un partido en Cusco cuando de pronto se desvaneció y no volvió a despertar. El segundo estaba fuera de las canchas cuando empezó a sentir dolores hasta que, abruptamente, falleció.
Tipos de deportistas
Según el doctor Larrauri, existen tres formas de clasificarlos. El deportista recreacional es aquel que busca entretenerse trotando o caminando, de forma que el esfuerzo es leve.
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Los competitivos recreacionales son los típicos deportistas de fin de semana. Este grupo se caracteriza por no entrenar sistemáticamente ni llevar un control adecuado, y son de alto riesgo.
Finalmente están los competitivos de alto rendimiento, es decir, quienes viven del deporte.
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Ellos son monitoreados constantemente, pero aun así, todavía corren el riesgo de sufrir una muerte súbita: si bien no es algo frecuente, tienen una incidencia del 0,4 a 2 por cada 100 mil casos.
¿Cuál es el límite?
Para el doctor Jorge Salinas, coordinador de la especialidad de cardiología, es una pregunta difícil de responder.
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“Sin embargo, lo que buscamos es evitar estos eventos. Es por eso que nosotros recomendamos un chequeo preparticipativo, es decir, un examen clínico que consta de un electrocardiograma, prueba de esfuerzo, estudios ecocardiográficos y hemogramas. De esta forma, sabremos qué podemos hacer y qué es perjudicial para nuestra vida”, concluye.
Por: Juan Diego Rodríguez