Es curioso como, cuando uno hace un balance entre las cosas positivas y negativas de su vida, independientemente del resultado neto, nuestra vista pareciera solo enfocarse en esa columna roja, ignorando completamente la del costado. ¿Por qué parece que solo creemos las cosas negativas que la gente dice sobre nosotros, sin importar cuánta evidencia haya de lo contrario?

Por Cecilia de Orbegoso

En la vida muchas veces nos encontramos frente a una encrucijada, las cuales a pesar de ser una constante en nuestras vidas, irónicamente nunca terminan de hacerse costumbre. En mi caso últimamente estas tienden a enfrentar dos necesidades primarias mías: salir o dormir.

Se que puede parecer una broma, pero verdaderamente, echada en mi cama durante esos momentos de apatía en los que uno aprovecha la procrastinación para ignorar la necesidad de tomar esa decisión que no se quiere enfrentar, inevitablemente se me han venido a la mente las potencialmente grandes implicancias de una decisión tan pequeña. Después de todo, en la vida hay tantos caminos, tantos desvíos y por más de que parece que tenemos en frente rumbos paralelos, siempre hay más de un anzuelo en el mismo rio.

Me acuerdo vívidamente de uno de esos viernes de “ansiedad garantizada”, en el que la conflictiva decisión fue sacada de mis manos por mi amiga Camila, quien se apareció en mi puerta de improviso e inmediatamente se dirigió a la cocina para prepararnos unas margaritas con bastante sal. Ya con trago en mano nos sentamos a intercambiar chismes y no pasó mucho tiempo antes de que me terminara contando cómo la había contactado por LinkedIn el área de Recursos Humanos de una conocida empresas de bebidas alcohólicas.

– “¿Así de la nada?” – le preguntaba yo.

–  “Sí, y no quise decir nada porque no lo quería salar,  pero ya pasé la tercera ronda de entrevistas” – decía con orgullo mientras nos acordábamos de su último mes de maestría donde se la pasó comiendo tan solo arroz para no gastar.

–  “¡Espero nos den descuentos!” – le dije yo entre risas.

Bromas aparte, la felicidad que sentía en ese momento por mi amiga era tal que casi se hubiera pensado que el trabajo me lo habían ofrecido a mi. Y es que, Camila, a diferencia de mi, que soy bastante más procrastinadora y relajada en lo que se refiere a dejarme sorprender por la brújula del destino y cuya filosofía se basa en la infalibilidad de la inmensa generosidad del “Dios proveerá”,  había basado su fe en un precepto un poco diferente, más orientado hacia el “Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos”, por lo que no es de sorprender que haya dejado sangre, sudor y lágrimas en su maestría, hasta el punto de culminar con honores su paso por la prestigiosa Imperial.

Dos meses después de esta conversación y tras arduas entrevistas y exámenes, los integrantes de nuestro grupo de WhatsApp (llamado muy apropiadamente “Terapia”) nos encontramos celebrando su gran ascenso laboral. Los vinos iban y los vinos venían mientas Camila planeaba con ansias los outfits de #GirlBoss para su nueva oficina.

En ese momento, contagiados por la emoción de la nueva experiencia por venir, todos aprovechamos para darle una actualización a nuestros perfiles de LinkedIn. Y, con ánimos de darnos un empujón motivacional, mientras buscaba en su celular los cinco tips infalibles para un CV imperdible, a Camila le llegó una súbita notificación: su más reciente fallido galán había tenido también un ascenso laboral.

Yo, quien veía como le cambiaba la cara a mi amiga, no pude evitar pensar en el otro menos exitoso curriculum de Camila, pues a pesar de los ya 4 años viviendo en Londres y los incontables dates que había tenido, ninguno llegó a prosperar hacia una relación verdadera.

Es más, la ultima relación seria que tuvo la traumó por los siguientes cinco años y después de eso, como si de una maldición se tratase, sus prospectos le duraban no más de dos semanas. Podría decirse que en esto, al igual que en la maestría, no había puntos medios: o se hacía perfecto o simplemente no se hacía.

Frente a esta situación y a pesar de que todos sus éxitos, uno puede entender fácilmente que Camila se sintiera mal consigo misma. No había pasado ni siquiera una semana desde nuestro clásico brunch de domingo en Duke of York, durante el cual nos contó bastante bajoneada su más reciente experiencia con sus amigas de colegio. Y es que hace poco acababa de regresar de Lima, en donde había aprovechado no solo para visitar a su familia, sino para reconectarse con sus viejas amistades.

-“Bueno Camila, y tú ¿cuándo te vas a casar? No quieres empezar una vida real?”- le preguntaba una de sus amigas, después de mostrar orgullosamente las colección fotos de su hija menor en su nuevo uniforme de colegio.

 -“Pero la tengo”- insistía Camila.

 -“Bueno, entonces ¿qué estas esperando para tener hijos? ¿Nunca quisiste tenerlos acaso?”-

-“No se, aún no me he puesto a pensar en eso.”-

-“¿Y cuándo piensas hacer esto?”-

Podría decirse que ese fue el resumen del dialogo: una conversación bastante espinada e incomoda. No hace falta mencionar que la reunión terminó poco tiempo después, con ambas partes decepcionadas de la otra.

Mientras Camila contaba la historia, terminamos preguntándole por qué si ella se sentía satisfecha con sus decisiones se veía tan preocupada, tras lo cual nos confesó lo extraña que era la sensación  de ver pasar ante sus ojos una vida que probablemente nunca tendría.

-“¿Acaso está mal llenarme de experiencias y no de niños?” – Nos preguntó un tanto confrontativa, para inmediatamente después seguirlo con un temeroso – “¿Habrá llegado el momento de pensar en ponerme seria y sentar cabeza?”-  Con una ligera preocupación de que estadísticamente las probabilidades jugaban en su contra. No tenía siquiera galán cuasi formal cerca, y por el momento su vida, se asemejaba más a una típica serie en Netflix de un cuarteto de amigos que buscan la vida y el amor en una gran ciudad.

Consciente del negativo camino que estaban siguiendo los pensamientos de Camila, Máxima se apresuró en interrumpir:

-“Por eso yo no veo a las de mi colegio, no me gusta que me hagan sentir así. Yo vivo la vida que quiero porque así lo quiero. Francamente, creo que es triste la forma en que está usando a un niño para validar su existencia”- declaraba sintiéndose orgullosa de llenar su vida de experiencias “RocanRolleras” y dejando en evidencia que, a pesar de que ambas estaban sentadas en la misma mesa, se encontraban en lugares totalmente diferentes.

-“Exactamente. ¿Por qué en lugar de un niño no pueden usar el dating y un buen cóctel como el resto de nosotras?”- bromeaba yo, tratando de darle un poco de ligereza a un tema que, por experiencia, se que es causante de muchos e innecesarios cuestionamientos. Y es en estos momentos en los que se puede observar verdaderamente las diferencias que hacen ese conjunto de decisiones pequeñas a lo largo de los años sobre el futuro de alguien.

Mirando a las amigas de colegio de Camila, tan parecidas todas ellas hace 15 años, en un escenario que pareciera no tener ni ventajas ni diferencias se llega la aterradora conclusión de que cada decisión en tu vida, ya sea tu carrera versus tu familia o incluso salir versus dormir, pueden tener implicancias gigantescas en tu futuro.  Irónico cómo cuando somos pequeñas todas las cosas parecieran ser simples y todos los sueños igual de válidos. Luego, al sonido del mismo disparo, empezamos la carrera, pero a medida que vamos superando las vueltas y nos hacemos mayores, dejamos de celebrar las elecciones de vida de cada uno y empezamos a calificarlas.

Mi amiga Camila seguía sintiéndose bajoneada cuando Máxima la miró a la cara y le dijo:

–  “¿Y acaso eso es lo que buscas? ¿quieres una vida de casados, mudarte a las afueras y tener bebes? ¿o es que acaso piensas que eso es lo que deberíamos hacer todas?”-

He ahí otro pensamiento alarmante:  ¿Cómo separar lo que podríamos hacer de lo que deberíamos hacer? Y aun peor, si bien “el grupo social” es el que ejerce la presión, la debilidad (en este caso representada a manera de las dudas que uno puede ignorar pero aparentemente nunca llega a superar) son las que finalmente hacen que las convicciones de uno colapsen sobre si mismas.

¿Qué pasó con todos los logros y éxitos de mi amiga? ¿Acaso por un “disque pendiente” en la lista perdieron su valor? Es curioso como, cuando uno hace un balance entre las cosas positivas y negativas de su vida, independientemente del resultado neto, nuestra vista pareciera solo enfocarse en esa columna roja, ignorando completamente la del costado. ¿Por qué parece que solo creemos las cosas negativas que la gente dice sobre nosotros, sin importar cuánta evidencia haya de lo contrario? Un vecino, un rostro, un exnovio, una amiga,  pueden anular todo lo que alguna vez creímos cierto. Extraño, pero cuando se trata de la vida y el amor, ¿por qué creemos nuestras peores críticas?

Tantas opciones, tantos errores. Mientras conducimos por este camino llamado vida, de vez en cuando una chica se encuentra un poco perdida. Cuando eso sucede, supongo que tiene que soltar el cinturón de seguridad y seguir adelante. A medida que avanzamos a toda velocidad por este camino sin fin hacia el destino llamado ”Quiénes esperamos ser”, no puedo evitar suspirar y preguntarme ¿ya llegamos?

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