El mundo se siente como un lugar que recompensa a los extrovertidos. Donde ser ruidoso se confunde con ser confiado y feliz. Donde todos tienen algo que decir, pero nadie escucha. ¿Cómo es nacer y ser una persona introvertida en un mundo que aún falla en verlo como una forma válida y valiosa de existir?

Por Ana Paula Chávez

Puede ser fácil pasar por alto a la persona tranquila en la habitación. El sesgo en nuestra cultura contra la introversión es muy profundo y lo interiorizamos a una edad muy temprana. Son muchos los desafíos que encuentra un introvertido en esta sociedad que glorifica las grandes personalidades, al más carismático, al que más se expresa y vive hacia afuera. Para aquellos que hablamos en voz baja, es común sentirnos excluidos.

Me descubrí introvertida al recordar mi niñez y las sensaciones y mensajes que aprendí acerca de mi forma de ser. Fueron años de escuchar comentarios alrededor de lo reservada, seria o molesta que podía aparentar. Todo lo que yo era se tiñó de vergüenza, anormalidad y rareza. Crecí intentando siempre encajar y ser como los demás, y eso ocasionó una serie de dificultades en mi vida.

No fue hasta que conviví con otros introvertidos que supe que estas sensaciones de disconformidad y rechazo hacia uno mismo eran más frecuentes de lo que creía. Esto me llevó a querer estudiar y acompañar a personas introvertidas a liberarse del peso impuesto y a regresar a ser auténticamente quienes son.

En primer lugar, me interesó conocer qué es realmente la introversión. Etimológicamente esta palabra significa “análisis de uno mismo”. Acuñada por el psiquiatra suizo Carl Jung dentro de su teoría de la personalidad y desarrollada en la clasificación Myers-Briggs, forma parte de un continuo donde al otro extremo se encuentra la extroversión. Todos los seres humanos gravitamos o tendemos principalmente hacia uno o nos encontramos al medio (ambivertidos). La introversión es una orientación o inclinación de vida guiada hacia el mundo interior. Las personas introvertidas obtenemos la energía de nuestras ideas, imágenes y recuerdos, no de lo que ocurre afuera, contrario a los extrovertidos.

De hecho, no se puede predecir que uno sea introvertido o extrovertido basándose en el comportamiento, en el ser “callado” o “hablador” (una idea bastante popular). Hay extrovertidos que son callados, así como introvertidos que hablan mucho y terminan agotados. Y esto es apoyado a nivel científico.

Estudios de neuroimagen y otros análisis neurobiológicos (Huberman, 2021) postulan que los introvertidos al participar de ciertas formas de interacción social liberan mayor cantidad de dopamina que los extrovertidos, por lo que en realidad se sienten bastante motivados para socializar pero también satisfechos por interacciones sociales muy breves o escasas. No necesitan mucho compromiso social para sentirse saciados. Mientras que los extrovertidos liberan menos dopamina en respuesta a la interacción social. Entonces necesitan más de ella para sentirse satisfechos.

Por eso, en lugar de pensar en estos polos como “habladores” versus “callados”, es útil pensar en cuánta interacción social necesitan para obtener el equilibrio. Esta tendencia es, en realidad, una etiqueta subjetiva interna. También es cierto que los espacios que solemos habitar (trabajo, reuniones) son altamente estimulantes y demandantes socialmente, por lo que pueden ser agotadores mental o físicamente para un introvertido. Por ello, prosperamos en entornos donde se nos permite estar solos, en interacciones uno a uno o en grupos pequeños.

A pesar de que esta información sustenta quiénes somos, la experiencia principal de todo introvertido es la de sentirse menospreciado. Y es que en algún momento la extroversión fue convertida en el ideal atractivo y en una norma opresiva a la que los demás debemos adaptarnos. En las palabras de Susan Cain, autora del libro “Silencio: el poder de los introvertidos en un mundo que no puede dejar de hablar” (2012):

“Nos gusta pensar que valoramos la individualidad, pero sobre todo admiramos el tipo de persona que se siente cómoda ‘exponiéndose’”.

Es celebrado aquel que levanta primero la mano, que está en constante interacción y que le es cómodo estar siempre rodeado de personas. Aquel que prefiere estar solo o retirarse un momento de una reunión para tener tiempo a solas y recargar, que habla solo cuando desea o cuando tiene algo importante que decir (pues debe ser más selectivo para no agotarse) es avergonzado, humillado, no tomado en cuenta ni considerado para ciertas oportunidades.

Tristemente, este sesgo empieza desde una edad temprana. Crecí en un entorno de extrovertidos, abrumador y estimulante, pero estas personas no sabían que era una niña introvertida y que no había nada malo en que lo fuera. Más adelante se me comentaba una y otra vez que me veía muy callada, que por qué no hablaba, que parecían no agradarme los demás. Tenemos la errónea creencia de que un niño (o persona en general) tiene que ser siempre muy despabilado, sobre comunicativo, involucrado con el exterior, y que debe sentirse cómodo ante la mirada de muchos. Pero hay quienes, como yo, prefieren otras cosas. La introversión de los niños no es un problema. Ser introvertido no es un error.

Es fundamental desde aquí cuestionarnos: ¿De qué manera hemos internalizado esto y vemos a otros, o a nosotros mismos, desde este sesgo? ¿Cuánto toleramos estas diferencias en la forma de ser? ¿Cómo influye en nuestro comportamiento?

Si la sociedad valorara más la introversión, podría marcar una gran diferencia en nuestro futuro colectivo. Los atributos únicos de los introvertidos son realmente una fuerza profunda y tranquila. Como dijo Gandhi: “De una manera suave, puedes sacudir el mundo”.

Esta problemática en el ámbito social se manifiesta también en la gran duda: ¿Pero si solo soy tímido? ¿Y si es ansiedad social? Laurie Helgoe (2013), autora de “El poder de la introversión: por qué tu vida interior es tu fuerza oculta” explica que la timidez está asociada a un miedo, mientras que la introversión es una preferencia y no implica en sí misma la presencia de nerviosismo. Ambos pueden evitar interacciones, el primero por angustia y el segundo por agotamiento.

Tanto extrovertidos como introvertidos pueden experimentar timidez. Me atrevería a decir que aquel miedo, que he observado más en perfiles introvertidos, tiene su origen en los mensajes que escuchamos al crecer, en el juicio y la apreciación personal del otro. Somos avergonzados por vivir nuestra personalidad. En ese sentido, no es sorpresa que un introvertido tema un juicio negativo de los demás, o que se torne nervioso en las interacciones.

Si hay algo que como persona introvertida quiero que sepas, tanto si eres del mismo grupo o de otro, es que la introversión no es algo averiado que hay que reparar, ni algo que deba ser “tratado”. Como humanos tenemos mucho que ofrecer:

  • Como ves, no somos personas calladas. Nos encanta conocer y conectarnos a profundidad con otros. Simplemente nos agotamos con mayor facilidad y eso no es inherentemente negativo.
  • Contrario a las suposiciones, poseemos grandes habilidades sociales, gracias a nuestra capacidad de escucha, de sentirnos cómodos con el silencio y con la soledad, lo que facilita mayor intimidad en nuestros vínculos.
  • Dada la riqueza de nuestro mundo interno, somos sumamente creativos.
  • Somos excelentes trabajadores autónomos y nos caracteriza un liderazgo “silencioso”. Abogamos porque se valore este trabajo también como símbolo de éxito o productividad.
  • Tenemos la habilidad de frenar el ruido de afuera y mirar al interior.
  • La reflexión y el análisis son capacidades que nos permiten tomar buenas decisiones y anticipar consecuencias.

Lejos de tratar de eliminar o menospreciar otros rasgos como la extroversión, es necesario como sociedad tratar de restaurar el respeto que alguna vez le tuvimos a la soledad y a la introspección.

Como introvertida, he aceptado que definitivamente no existe una forma correcta de ser o de existir en el mundo. Esto me ha permitido una mayor apreciación de quien soy yo, pero también del resto. Tengo un respeto profundo por el proceso natural de mi cuerpo y sus ritmos. Dejé de lado el desgaste de la apariencia y de la exposición a situaciones solo para encajar. Ahora sé que no “tengo que” hacer ni ser como nadie para ser querida y considerada. Tengo pocos amigos, amistades que se caracterizan por una conexión y vulnerabilidad que siempre anhelé. Hago que mis palabras importen. Escucho con paciencia. Adoro la intensidad y belleza del mundo tan caótico, y también sé cuando debo reconectarme conmigo para volver a compartir allá afuera desde un mejor lugar.

Para el introvertido que me lee: no te fuerces a un carácter que no te pertenece por naturaleza cuando lo que verdaderamente te llena es estar hacia adentro, mirar hacia adentro. Nuestro enfoque tranquilo hacia la vida y nuestra necesidad de tiempo a solas son un enorme regalo, necesario en estos tiempos.

Ahora que me entiendo mejor estoy profundamente agradecida con mi introversión. Se ha convertido en mi mayor tesoro, algo que cuido con todas mis fuerzas. Reconozco que puedo y tengo derecho a existir tal como soy en el mundo.

“La soledad importa y para algunas personas es el aire que respiran”. (Susan Cain, 2012)

Referencias:

  • El poder de la introversión: por qué tu vida interior es tu fuerza oculta – Laurie Helgoe (2013).
  • El poder silencioso: La vida secreta de los introvertidos – Jenn Granneman (2017).
  • Quiet: el poder de los introvertidos en un mundo que no puede dejar de hablar – Susan Cain (2012).
  • Science of Social Bonding in Family, Friendship & Romantic Love – Andrew Huberman (2021).
  • Tipos psicológicos – Carl Jung (1921).

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