Valeria ha sacado bacterias de su boca y las ha analizado para saber si puede haber vida en otros planetas. Le preocupa que la Tierra llegue a su fin por la contaminación, y cree que debemos buscar otro cuerpo celeste para habitar. Quiere estudiar a los microorganismos en el espacio y trabajar en la NASA: ser astrobióloga. Es de Huancayo, tiene 9 años, y en su colegio alguna vez le dijeron que estaba loca; pero no le importó. Fernanda también tiene 9. Estudia en el Colegio Santa Úrsula, y ha conseguido un pollo para entender cómo los animales se pueden comunicar con nosotros. Daniela, de 11 años, ha recolectado chanchitos de tierra para descubrir cuáles son sus sentidos más desarrollados. Kenndra, de 10, se ha preguntado por qué las personas olemos mal, y ha realizado experimentos con las glándulas de las axilas humanas; mientras que Doménica, de 8, ha descubierto que quizá algunas plantas podrían vivir en otros planetas. Todas estas aventuras tienen algo en común: se gestaron a partir de una pregunta en los salones de MaCTec.
“Hacemos talleres de creación científica a través de los sentidos. Buscamos abrirles horizontes a muchas preguntas, nuevos paradigmas y teorías”, cuenta la bióloga Johanna Johnson, directora de la academia científica orientada a niñas. Hace cuatro años, se involucró en este proyecto, admirada por su potencial transformador. Junto al reconocido neurocientífico Javier Navarro –hoy Ph.D. y maestro en la Escuela de Medicina de la Universidad de Texas–, Ana María Jaramillo y Paola Moreno –entonces, dos jóvenes estudiantes de ciencias– crearon un programa de acompañamiento y creación para pequeñas. La dinámica: un laboratorio dos veces al mes. Como resultado, más de 160 niñas de Lima, Callao, Junín, Áncash y Huancayo han pasado por sus talleres. Algunas, determinadas a seguir por el camino de la ciencia.
Johnson cree que el sistema educativo tradicional muchas veces apaga la curiosidad con un modelo que condena el error. Por eso, en la academia que lidera, hacen todo lo contrario. “Planteamos actividades para que puedan encontrar lo que les gusta, eso que les asombra”, explica.
La chispa adecuada
“¿Por qué las estrellas están pegadas al cielo y no se caen?, ¿es posible que dos plantas de la misma especie se peleen igual que los humanos? y ¿cómo crece un árbol” son algunas de las preguntas que aparecen en el laboratorio, y que cada niña espera resolver, acompañada de su coach.
Esta mañana de sábado, el grupo está armando y pintando cohetes de cartón en la Universidad Cayetano Heredia. Las niñas se ríen, buscan los colores, les colocan escarcha y se preguntan en voz alta cómo sería si su nave atravesara la capa de ozono. El taller se llama “La ciencia del espacio”. En breve, colocarán bicarbonato de sodio y vinagre en la base de sus vehículos para aprender, finalmente, cómo es posible que un cohete se dispare hacia el espacio.
Llegaron acompañadas por sus padres. Una de las más entusiastas es Giannina Yataco, la mamá de Valeria. Desde hace más de un año, viajan en bus desde Huancayo para quedarse en Lima tan solo por unas horas. “Aquí, Valeria ha despertado todas sus ideas. Una vez hemos tenido que viajar hasta por 24 horas en el bus solo para un taller, pero vale la pena”, dice. Hace unas semanas, como regalo de cumpleaños, su hija le dio una tarjeta con una nave espacial dibujada en la que escribió: “Mami, juntas llegaremos al espacio”.
MaCTec no busca –necesariamente– ser una incubadora de la próxima Marie Curie, María Luisa Aguilar o Rosalind Franklin, pero sí cuida y apoya una gestión de género y empoderamiento. “Educar a una niña significa educar a una comunidad” es uno de los lemas de la organización, basada en estudios de educadores que, desde los años noventa, se dieron cuenta de que, al educar a una niña, se educa a una familia. Y, de ese modo, ese conocimiento se reinvierte mejor en la sociedad.
Si analizamos el campo de la ciencia, sin embargo, es evidente que aún falta mucho trabajo: según el Directorio Nacional de Investigadores e Innovadores (DINA), solo el 34% de profesionales inscritos en esta plataforma son mujeres. Y, a nivel mundial, apenas el 3% de los premios Nobel en ciencias ha sido otorgado a mujeres. De las decenas de niñas que han pasado por MaCTec, no se sabe si alguna llegará a especializarse en estas carreras. Pero, al menos, ya varias lo desean. Valeria, por ejemplo, quiere ser como esas tres peruanas que llegaron a la NASA en los últimos años, o como la joven científica Mónica Abarca, quien desarrolló un dron capaz de medir la contaminación en el aire. “En mis vacaciones del colegio, me voy a ir a Cerro de Pasco a seguir investigando las bacterias que me han traído del mar Muerto”, dice luego de haber participado en la Primera Semana del Espacio, invitada por The Mars Society.
A veces, todo puede ocurrir si tan solo se prende la chispa adecuada.
Por Diana Hidalgo
Fotos de Lucero del Castillo
Publicado originalmente en Revista Padres n° 215