q67Los álbumes de boda cuentan, además de recuerdos personales, la historia de su época: en las ceremonias matrimoniales de los años 50, 60, 70 y 80 de Lima están, también, costumbres que han ido transformándose o desapareciendo, a medida que cambiaba la ciudad. A continuación, una selección de las más recordadas.
Por Rebeca Vaisman / Fotografía: archivo de las familias Moreyra Wiese, Olaechea Rizo Patrón y Cárdenas Lavalle, complementado con el archivo fotográfico del grupo editorial COSAS.
Marilú Moreyra y Augusto Felipe Wiese (1955)
Despidieron su soltería en una cena organizada por los amigos más cercanos, en la terraza del Country Club. Hubo fuentes de comida, una canasta de hielo con flores y un postre que simulaba olas de mar y una tabla hawaiana, en referencia al novedoso deporte que el novio practicaba en la playa del club Waikiki. A esa animada celebración siguieron cocteles más pequeños en honor a la pareja, como aquellos organizados por Mario Brescia, Rafael Graña y Mary Ann Sarmiento; y Carmen y Angélica Moreyra.
La boda se realizó el 14 de mayo de 1955. Aquel día, poco después de las doce, Marilú entró a la antigua capilla de la casa hacienda familiar, la casa Moreyra de San Isidro —la misma donde ahora funciona el restaurante Astrid&Gastón—, con un vestido de la Casa Lionel: un modelo de raso con falda amplia, muy sencillo. En la cabeza llevaba, a manera de corona, una estrella en perlas; y un tul corto que cubría su cabellera. Los casó el Arzobispo de Lima, Monseñor Juan Landázuri Ricketts.
La recepción fue en los jardines de la casa, donde el anfitrión y padre de la novia, José Moreyra y Paz Soldán, ofreció un coctel corto, pero concurrido; como era costumbre. La unión de esta conocida pareja generó una gran cobertura en la crónica social de la época: Marilú, de enormes ojos verdes, fue elegida una de las cinco novias más bellas de 1955 por la publicación “Cultura Peruana”, y los recién casados ocuparon, incluso, la portada de una edición de la revista “Caretas”.
Rosario de Cárdenas y José Antonio de Lavalle (1964)
La Iglesia Virgen del Pilar, en San Isidro, recibió repleta a una lindísima Rosario de Cárdenas Salazar, quien entró del brazo de su padre, Juan Manuel de Cárdenas. Era el 18 de abril de 1964, y en el altar la esperaba José Antonio de Lavalle, “El Gringo”. Rosario se había maquillado ella misma, en su casa, y llevaba un vestido del modisto Lionel, que se había probado en su taller de la avenida Diagonal, en Miraflores.
Los rituales previos a la boda fueron sencillos, pero cargados de detalles significativos: una de sus cuñadas le regaló el tocado francés, y en la mano llevaba un rosario virreinal peruano, reliquia de la familia De Lavalle. Añadiendo emoción al día, los casó el propio tío de Rosario, el padre Héctor de Cárdenas, de la Orden de los Sagrados Corazones.
Luego de la ceremonia religiosa, la pareja se dirigió al colegio Villa María, de donde la novia era exalumna. Siguiendo la tradición de muchos colegios católicos para mujeres, la novia dejó su bouquet en la capilla del colegio, donde las alumnas de quinto de media —todas de uniforme escolar— les cantaron a los recién casados. Luego de cumplir con ese protocolo, Rosario y José Antonio llegaron a la casa de Nicolás Salazar Orfila —abuelo materno de la novia—, frente al Parque Reducto, donde unos quinientos invitados fueron parte del coctel de recepción. El jardín de la casa estaba adornado con flores y guarecido por un toldo de lona. Allí, ofrecieron un almuerzo, con catering a cargo del hotel Country Club.
Marcela de Orbegoso y Miguel Mujica Diez Canseco (1971)
La suya fue la primera boda celebrada en la Iglesia de San Francisco, en el centro histórico de Lima. El 15 de mayo del 1971, la unión de Miguel Mujica Diez Canseco y Marcela de Orbegoso llevó a unas cuatro mil personas a la iglesia colonial y otras tantas a la recepción. Miguel Mujica Gallo, padre del novio, invitó a todo el Club Nacional. Y por el lado de la novia, “medio Trujillo” viajó a Lima para acompañar a la guapísima norteña.
Luego del brindis y los saludos en el claustro de la iglesia, la celebración se realizó en el Pabellón de Caza de Mujica Gallo. Los invitados llenaron todos los jardines del Museo de Oro. La expectativa y emoción eran grandes, pues Miguel era el primer hijo de los Mujica Diez Canseco en casarse.
Marcela llevaba un vestido Chanel de seda natural con aplicaciones de tulipanes, que su madre le había traído de Estados Unidos. Como era usual por esos años, fue ella quien tomó las decisiones sobre el vestido y el tocado. También sobre la elección de la iglesia y la decoración. Marcela entró del brazo de su hermano Guillermo de Orbegoso —su padre murió tempranamente—, con el rostro cubierto por un velo. Más tarde, al llegar al Pabellón de Caza, tuvo lugar el matrimonio civil.
Fueron casados por Paul Fort, tío de la novia, alcalde y esposo de Rosa Brescia Cafferata. La fiesta terminó a las dos de la mañana, hora en la que la pareja se retiró al Hotel Country Club para la noche de bodas. Al día siguiente partieron rumbo a España.
Luz María Olaechea y Ricardo Rizo Patrón (1983)
Eran las ocho de la noche del miércoles 13 de mayo de 1983, cuando se casaron en la Iglesia de la Virgen del Pilar. Luz María Olaechea Álvarez Calderón y Ricardo Rizo Patrón de la Piedra estuvieron acompañados de cerca por sus padres: Manuel Pablo Olaechea Du Bois y Ana María Álvarez Calderón —por el lado de ella—, y Jaime Rizo Patrón Remy y Cecilia de la Piedra Izaga —por el lado de él—.
La música barroca estuvo a cargo del director de orquesta Christian Mantilla. Y la elección de la iglesia se relacionó con la especial conexión de la familia Rizo Patrón con el padre Constancio Bollar, el primer párroco de la Virgen del Pilar. El altar donde se hizo el brindis había sido, por ejemplo, parte de la casa familiar en Santa Cruz.
En esos años era común casarse en día de semana: así, la celebración empezó a las 8 pm y terminó hacia la medianoche. No fue una gran fiesta: más bien fue un coctel en la casa de Salaverry de los Olaechea, que había sido adornada con flores. La decoración fue elegante, pero sobria.
Aunque la recepción reunió a unos quinientos invitados —entre ellos, personajes relevantes de la política, y del mundo empresarial y diplomático—, fue una gran celebración entre dos familias tradicionales y extensas, que eran ya muy unidas —las consuegras habían sido compañeras del colegio Santa Úrsula—. Fernando Berckemeyer, sobrino de Luz María, fue uno de sus pajes. Si bien no hubo baile, los asistentes pudieron disfrutar de una larga noche de música y conversación. Y se brindó con Tacama, por supuesto.