Un nuevo documental revela la curiosa y extraordinaria existencia de Scotty Bowers, el hombre que durante décadas se encargó de mantener activa la vida gay de las estrellas de Hollywood.
Por Manuel Santelices
Hace cinco años, Scotty Bowers creó un pequeño escándalo con la publicación de sus memorias, Full Service: mis aventuras en Hollywood y la vida secreta de las estrellas, donde relataba su larga carrera como amistoso proxeneta para algunas de las celebridades más importantes y famosas de las décadas de los cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta. Ahora Matt Tyrnauer, ex periodista de Vanity Fair y director del muy aplaudido documental Valentino, el último emperador, acaba de estrenar en Estados Unidos Scotty y la historia secreta de Hollywood, donde ahonda en esta sabrosa historia.
Después de crecer en una situación más que modesta en el Medio Oeste de Estados Unidos (donde sufrió abuso sexual) y servir en la Marina durante la Segunda Guerra Mundial, Scotty se instaló en Los Ángeles y trabajó en una gasolinera en Hollywood Boulevard. Ahí comenzó todo. Un día, Walter Pidgeon, un atractivo actor conocido por sus roles como padre de familia y amable galán, pasó por la gasolinera, dio un vistazo al simpático y sonriente Scotty y le hizo una oferta de veinte dólares que dio marcha a una nueva carrera para el gasolinero.
El dato corrió como la pólvora por Sunset Boulevard y las colinas de Beverly Hills, y de pronto la gasolinera se convirtió en parada obligada para decenas de luminarias en busca de placer y diversión. Si Scotty no podía o no quería complacerlas, conseguía a algún amigo o amiga que lo hiciera. Él asegura que no cobraba, pero aceptaba “regalos”, que muchas veces incluían sobres repletos de dinero.
Considerando la extensa lista de sus amantes, parece casi imposible que hubiera hecho otra cosa que permanecer en la cama. Según cuenta en el documental, disfrutó de ménage à trois con Cary Grant y su roommate, Randolph Scott, en varias oportunidades. También visitó a los duques de Windsor en su suite del Chateau Marmont. Tuvo sexo con Ava Gardner y Lana Turner simultáneamente, y con Vivien Leigh y Bette Davis por separado.
Rock Hudson también fue uno de sus clientes (según dice, lo “contactó”, además, con Cary Grant). Y Charles Laughton. Y Cole Porter. Y el ex director del F.B.I, John Edgar Hoover, y George Cukor, al que le enviaba hombres jóvenes y bien dispuestos a sus fiestas de los domingos alrededor de la piscina. Y también, asegura con evidente orgullo, que en treinta y nueve años consiguió al menos 150 chicas para satisfacer el apetito insaciable de Katharine Hepburn, llevándolas a citas en su casa mientras él mantenía relaciones con Spencer Tracy –supuestamente el gran amor de Hepburn– en la cabaña del jardín.
El sistema
El burdel clandestino –al que Scotty llama “un servicio de presentaciones”– funcionó en una época en la cual, a diferencia de hoy, la sola sospecha de homosexualidad podía envenenar fatalmente una carrera en el cine. Así las cosas, la versión de Hollywood de Scotty contrasta –y completa– la muy cuidada imagen que los estudios crearon de sus grandes estrellas, las que, en muchos casos, fueron obligadas a casarse, criar hijos y responder a la ilusión de una familia estadounidense ideal frente a sus fans.
El documental comienza con Scotty despidiéndose de su mujer, Lois, para dirigirse al penthouse del Chateau Marmont y celebrar sus noventa años (actualmente tiene noventa y cinco). Ahí es recibido por un pequeño ejército de hombres en ajustados shorts que le ofrecen una torta en forma de genital masculino cubierta de velas. Happy birthday, Scotty! En una curiosa pirueta del destino, este hombre, que durante tanto tiempo debió llevar sus actividades comerciales en la oscuridad, ha sido erigido como un héroe de la comunidad LGBT de Los Ángeles. El barrio de West Hollywood le rindió hace poco un homenaje por su contribución al movimiento gay.
“Cuando uno entiende cómo funcionaba el sistema en la ciudad, se da cuenta de que Scotty rompió las leyes, pero al mismo tiempo fue el protector de gente que trataba de vivir su vida de forma auténtica”, señaló Tyrnauer hace poco en una entrevista para Los Angeles Times. “Creo que esa perspectiva le da a esta historia una dimensión inesperada y muy heroica”.
El director entrevistó a varios exgigolós y exprostitutas que formaron parte del staff recurrente del burdel, confirmando las historias reveladas por Scotty. Según dice, no se asombró ante la idea de que hubiera sacado a tantas estrellas del clóset; que mucho más le impresionó su candidez para correr el velo de hipocresía que existió durante tanto tiempo en Hollywood. Tyrnauer, por su parte, se preocupó de integrar a su documental solo historias de celebridades muertas que, por supuesto, no pueden discutir lo que ahí se presenta.
La única mención hecha al pasar que impacta, es cuando Scotty recuerda que Clint Eastwood era “muy, muy cercano” a uno de sus hustlers. A pesar de su nuevo estatus en la comunidad gay, Scotty no se reconoce homosexual. Tampoco como heterosexual. En un momento de la película una mujer le pregunta: ¿Qué eres”. Él responde: “Soy todo”.