Mientras que a principios del siglo pasado los primeros polistas de Lima jugaban en una cancha de tierra donde hoy es la avenida Brasil, en el norte del Perú un puñado de anglófilos taqueaba sobre caballos de paso en canchas delimitadas entre algodonales. Esta es su historia.
Por Renato Velásquez (@velasquezrenato)
El polo se originó en Asia Central hace más de dos mil años. Persas y turcomanos ejercitaban a sus jinetes de caballería con este juego, pero fue en Irán donde comenzó a ser practicado por los miembros de la realeza. De ahí su sobrenombre de “deporte de los reyes”. En los siguientes siglos, su práctica se extendió al oeste –a Constantinopla–, al este –al Tíbet, China y Japón– y al sur –a Pakistán y la India–. De esta expansión resulta su actual nombre, que deriva de “pulu” (que significa “pelota” en idioma tibetano).
El polo llegaría a Occidente a través de los ingleses que cultivaban los extensos campos de té de Manipur (India), quienes llevaron este deporte a las islas británicas hacia 1869, cuando se celebró el primer partido en Hounslow Heath. Aquellos entusiastas ingleses difundirían el polo en el resto del mundo, llegando a Malta en 1868, a Argentina en 1872, a Australia en 1874 y a Estados Unidos en 1876.
El polo en el Perú
Según cuenta Antonio Graña Garland en su libro “Historia del Lima Polo & Hunt Club”, un grupo de ingleses afincados en nuestro país fundaron esa institución en 1898. Ellos jugaban en una cancha de tierra ubicada en lo que hoy es la avenida Brasil (cerca de donde está el Hospital del Niño).
En 1901, el descubrimiento de yacimientos petrolíferos en la hacienda La Brea y Pariñas (Talara) motivó la migración de otro grupo de británicos, quienes fundaron la Lobitos Oil Company, parte de la London & Pacific Petroleum Company. Ellos mandaron traer caballos de polo de Santiago de Chile y comenzaron a disputar partidos en las llanuras desérticas frente al mar de Talara.
A mediados de los años treinta, cuando los tambores de guerra comenzaron a sonar en Europa, los ingleses cedieron sus lotes a los norteamericanos de la International Petroleum Company (IPC). Sus caballos de polo fueron comprados por un grupo de piuranos liderado por Fernando Woodman (1911-ca. 2008), un hijo de inglés que había sido educado en Brighton College, donde había desarrollado afición por este deporte ecuestre.
Su hermano Eduardo, hoy de ochenta y cinco años, narra que en un principio los piuranos jugaban polo montando caballos de paso, en una cancha improvisada en las afueras de la ciudad, en la carretera a Paita.
“Yo he visto esa pista de polo en 1938, cuando tenía apenas cinco años. Mi hermano me llevaba en su Packard Clipper amarillo. Como él era colorado, le decían ‘camarón con mayonesa’… ¡Jajajaja! El gran problema era regar la cancha: había que atravesar todo Piura para llevar una cisterna de agua. Ahí jugaban el ingeniero Fernando Balarezo, Paco Urteaga, Mario León, entre otros. Todos eran muy aficionados a los caballos. Recuerdo que Urteaga y León habían formado parte del séptimo de caballería acuartelado en Sullana”, cuenta Eduardo, a quien llaman cariñosamente ‘Teddy’.
El campo de Tacalá
En los siguientes años, el emplazamiento polístico se trasladó a la hacienda Tacalá, donde era más fácil regar la cancha, lo que se hacía los días sábados. Después se aplanaba con unos rodillos y todo quedaba listo para el ritual de los domingos. Incluso hoy, el barrio desarrollado sobre esa superficie se sigue llamando Campo Polo.
“Para ese entonces, yo ya estaba en tercero de media en el colegio San Miguel de Piura. O sea, tenía trece o catorce años. Los domingos, después de misa de siete de la mañana, me iba a ensillar los caballos con los petiseros y los presentaba en la cancha, con la esperanza de que alguien se cansara y me dejara jugar un chukkercito”, recuerda Eduardo.
El expolista piurano Antuco Carrión asegura que también se disputaban partidos en el tradicional balneario de Colán, en una cancha que acondicionaban detrás de las casas.
Los polistas piuranos jugarían por primera vez sobre césped en una cancha establecida en la hacienda Papayo, donde aprovechaban el agua que se bombeaba del río, que servía para regar quinientas hectáreas de algodonales. Entre esos campos verdes salpicados de motes blanquecinos, piuranos como Fernando García, Marcelo García, el Flaco Angosto, Arturo Campos, Fernando Woodman y el propio Eduardo Woodman agarraban sus tacos y le daban a la bocha con pasión.
El fin de una era
“Fueron unos años muy bonitos, en los que algunos de nosotros incluso nos movíamos en avioneta entre hacienda y hacienda. Yo comencé a tener caballos a partir de 1951, cuando ya empecé a trabajar. En ese momento en la hacienda teníamos cuarenta mulas de trabajo, por lo que no nos costaba mucho tener, además, unos cuantos caballos de polo. Es más, a los que no tenían hacienda, nosotros les cuidábamos sus caballos en la nuestra…”, cuenta Eduardo.
Hasta que llegó la Reforma Agraria… Juan Velasco Alvarado inició el proceso de expropiación de tierras en 1969 con la promulgación del decreto ley N° 17716, que marcó el final de muchas de las costumbres de los piuranos de entonces. Entre ellas, los partidos de polo de los domingos, después de la misa de siete. Algunos chukkers se siguieron disputando en el Country Club, pero nada volvería a ser igual.