La dinastía que forjó el sello de la doble G y que internacionalizó el sofisticado estilo ‘Made in Italy’ desata pasiones fuera del terreno de la moda. El cineasta Ridley Scott prepara una película inspirada en uno de los capítulos más oscuros de su historia: el asesinato de Maurizio Gucci planeado por su exesposa, Patrizia Reggiani, en 1995.
Scott quiere retratar la vida y muerte de Maurizio Gucci desde hace diez años.
Los orígenes de Gucci
Hablar de Gucci, la firma italiana de alta costura y renombre internacional, es hablar de estilo, elegancia y, sobre todo, lujo. Pero la casa de moda fundada hace más de noventa años por el maestro del cuero Guccio Gucci –a quien se le debe la sigla GG– tiene algo más que ofrecer que carteras, perfumes o vestidos. La historia del clan ostenta todos los componentes para rodar una o muchas películas: glamour, intrigas, celos, pugnas por el poder, muerte y una codiciada fortuna. Ridley Scott lo notó hace una década, y ahora se propone llevar el sonado asesinato de Maurizio Gucci, tercera generación de la dinastía y heredero del imperio, a la gran pantalla.
Pero rebobinemos la cinta. A inicios de los años veinte del siglo pasado, un exbotones del hotel Savoy de Londres y aprendiz de curtidor lanzó su primera colección de maletas y bolsos de lujo. Guccio Gucci, el joven marroquinero que emprendió su negocio en su ciudad natal, Florencia, sabía que, cuando se trataba de equipaje, al público de mayor poder adquisitivo le interesaba algo más que la funcionalidad. Dichos accesorios eran un símbolo de buen gusto y estatus, por lo que su apuesta por producir diseños sofisticados no solo triunfaría, sino que marcaría el rumbo de la moda en los años siguientes.
El origen humilde de la marca quedó atrás, y en los años cincuenta Gucci ya vivía un intenso romance con estrellas de Hollywood, personalidades de todo el mundo, primeras damas y miembros ilustres de la realeza. Poco después, la firma se instalaría en Roma y verían la luz algunos de sus productos más emblemáticos, como los mocasines de cuero, la cinta tricolor que adorna hasta hoy equipajes y prendas, y el icónico bolso Bamboo. Por esos años, además, se estrecharía el vínculo con celebridades como Elizabeth Taylor y Audrey Hepburn, y posteriormente se sumarían otros famosos rostros a sus campañas, como Jodie Foster y Madonna.
Entonces, la empresa se encontraba en manos de Aldo Gucci, a quien su padre, Guccio, eligió como su sucesor por su innata habilidad para los negocios. El heredero empezó a desempeñarse como presidente de la compañía desde 1953, mientras sus hermanos, Vasco y Rodolfo, trabajaban en la producción y el diseño, respectivamente. A diferencia del patriarca, Aldo creía que Gucci debía sacar provecho a la reactivación económica luego de la Segunda Guerra Mundial y expandirse por todo el mundo. Es así que se empieza a exportar la elegancia ‘Made in Italy’ y se abre la primera tienda en Nueva York.
Enemigo en casa
La fama de Aldo trascendía el terreno empresarial. Aunque se casó a los 22 años con Olwen Price –la joven asistente de una princesa rumana, con quien tuvo tres hijos–, su carisma, temperamento y sensualidad determinaron su popularidad con las mujeres a lo largo de toda su vida. Entre los mitos eróticos que se cuentan de él, destaca su affaire con una monja durante un viaje en tren y su romance con Bruna Palombo, una joven de 18 años que fue contratada como vendedora de la tienda Gucci de Roma y que rápidamente escaló de puesto hasta convertirse en su mano derecha y amante. Fruto del idilio nacería Patricia Gucci, la única hija de la pareja, cuya infancia rodeada de lujos pero a la sombra de su poderosa familia marcaría para siempre su destino.
No fue hasta que cumplió 20 años que su padre la presentó en sociedad y le otorgó un lugar en el comité directivo de la compañía, una responsabilidad que hasta ese momento ninguna mujer había podido alcanzar. La joven acompañó a su padre en innumerables giras y reuniones por el mundo. Entrevistó a Nancy Reagan, compartió eventos con el príncipe Charles e, incluso, conoció a Frank Sinatra. La niña que creció en el anonimato era la nueva estrella de la firma.
En los años ochenta, Gucci ya tenía locales en lugares en un principio inimaginables. Desde Beverly Hills hasta Tokio, la firma se encontraba en la cresta de la ola, con un modelo de negocio novedoso para la época y altas cotizaciones en la bolsa de Nueva York. Pero a espaldas de Aldo, el gran artífice del éxito, se tejía una venganza en su contra. A los 75 años, Aldo se divorció de Price para casarse con Palombo en su residencia de Palm Springs, en California, y vivir con total libertad su amor, una decisión que despertaría los celos y un profundo resentimiento en sus tres hijos mayores; especialmente en Paolo, el más creativo de su generación pero también el más díscolo.
Conocido por soltar frases como “prefiero llorar con un Rolls-Royce que ser feliz en una bicicleta”, el diseñador provocó un verdadero desastre en la compañía. En 1983, tras sostener una fuerte discusión familiar, Paolo fue expulsado de la empresa. En un rapto de furia, el joven acudió ante el fiscal Rudy Giuliani con documentos en mano que probaban que su padre evadía impuestos. Aunque Aldo negó las acusaciones, fue condenado a un año de prisión. Para 1987, el responsable del mayor crecimiento que experimentó la empresa familiar ya se encontraba en libertad; no obstante, los disgustos de los tiempos aciagos resquebrajaron su salud y aceleraron su muerte.
Amores que matan
Sin su visionario líder al frente, Maurizio –sobrino de Aldo y único hijo de Rodolfo Gucci– tuvo el camino libre para hacerse con la empresa. Ni siquiera tenía 30 años en aquel momento, pero sí el encanto italiano que caracterizaba a la dinastía. Desafortunadamente, el joven heredero pagaría muy caro el haberle arrebatado el puesto a su tío.
En 1973, Maurizio Gucci se casó con Patrizia Reggiani, la excéntrica hija de un magnate del rubro del transporte, quien desde temprana edad había dado señales de su gusto por el poder y el escándalo. Entre sus extravagancias, se cuenta que el lujoso vehículo en el que solían pasear tenía una placa personalizada donde se leía “Maurizia”, lo que los convertía fácilmente en blanco de los flashes.
La felicidad les duró muy poco. En 1984 llegaron los problemas, luego de que Patrizia descubriera que un supuesto viaje de negocios de Maurizio no era más que una de sus habituales escapadas con una de sus amantes. En ese instante, se empezó a forjar un deseo de venganza y una obsesión que tardaría una década en materializarse.
La mañana del 27 de marzo de 1995, Maurizio ingresaba a su oficina en la calle Via Palestro de Roma, a las ocho y media, como de costumbre. Luego de saludar a Giuseppe Onorato, el conserje del edificio, tres disparos lo sorprendieron por la espalda mientras subía las escaleras. Al caer, un cuarto balazo alcanzó su cabeza y en cuestión de segundos la sangre tiñó de rojo el piso de mármol.
El director de la multinacional murió en brazos de su empleado, pese a sus vanos esfuerzos por reanimarlo. De inmediato las sospechas recayeron en la ambiciosa Patrizia Reggiani. Al momento del homicidio, Gucci tenía previsto transformar la exclusiva marca que había heredado en una factoría prêt-à-porter. Pese a tener dos hijas en común, Allegra y Alessandra, la relación se había desgastado en medio de las tensiones laborales y las infidelidades de Maurizio, quien para entonces ya vivía con otra mujer, Paola Franchi. Durante el juicio por la muerte del empresario, ella declararía que Reggiani los acosaba constantemente y que “llamaba con frecuencia para amenazar de muerte” a su expareja.
Tiempo después se descubriría que, en efecto, Lady Gucci –como se hacía llamar Patrizia incluso después del asesinato– fue la autora intelectual del crimen. Cegada por los celos y la codicia, la mujer contrató a un asesino a sueldo para liquidar a su esposo. De esa manera, protegería los intereses de sus hijas e impediría que su amante adoptara el apellido que tanto veneraba.
Reggiani fue condenada en 1998 a 26 años de prisión, aunque finalmente salió en libertad condicional en 2013. Cuatro años después, cuando el trágico hecho parecía haber quedado en el olvido, el caso dio un giro inesperado luego de que un juez le concediera la millonaria pensión vitalicia que había acordado con su exesposo durante el proceso de separación, además de los 26 millones de euros atrasados –uno por año– que no había llegado a cobrar. Conocido el fallo, sus hijas, quienes en un principio defendieron su inocencia y actualmente administran el patrimonio Gucci, apelaron la sentencia, dando inicio a un nuevo episodio legal por el que la “viuda negra de Italia” aún no ha podido recaudar un centavo de la fortuna.
Al respecto, lo último que se supo de Reggiani, de 70 años, es que estaba dispuesta a firmar un acuerdo con su familia y renunciar a parte de la herencia a cambio de poder pasar algunas temporadas en el lujoso chalet del clan en Saint Moritz, disfrutar un mes al año del velero de los Gucci y ver a sus nietos, con quienes no tiene contacto. La justicia se encargará de determinar el futuro de su demanda.