El Premio Nobel de la Paz de 2014 llegó a Lima para participar de una serie de actividades académicas. Conversamos con el activista indio –quien ha dedicado cuatro décadas de su vida a luchar por el bienestar de la niñez– sobre la explotación infantil, la desigualdad de género y la necesidad de promover una educación de calidad en nuestro país.
Por Angie Yoshida
Antes de recibir el Nobel de la Paz, Kailash Satyarthi era conocido como el rostro visible de Save Childhood, el movimiento que a la fecha ha liberado a más de 80 mil niños del trabajo forzado en la India. Una labor que lo convirtió en blanco de un gran número de atentados desde los años ochenta, pero que nunca lo hizo retroceder en su cruzada por erradicar la explotación infantil en el mundo. Actualmente, el activista indio recorre distintos países llevando su mensaje. Llegó a Lima en el marco del vigésimo octavo aniversario de la Universidad César Vallejo para recibir el grado de doctor honoris causa por parte de dicha casa de estudios. Tuvimos acceso a él y esto fue lo que nos contó.
Cuando emprendió su misión, la explotación infantil aún no era un tema al que los gobiernos prestaran mucha atención. ¿Cuánto ha cambiado esa situación en el mundo?
En aquel entonces existía una completa ignorancia en torno al tema. No creían que se trataba de un problema serio. La gente se burló de mí, me atacaron, trataron de matarme a mí y a mis seguidores. No había leyes, ni siquiera internacionales, que protegieran a la niñez. Ha sido una batalla muy dura, un largo camino de aceptación en la India y en el mundo. Afortunadamente, se ha ido ganando terreno. Ahora hay un fuerte compromiso de parte de los líderes políticos para erradicar el trabajo infantil según los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU para el 2025.
En términos concretos, para el año 2000 se estimaba que 260 millones de niños trabajaban en todo el mundo. Eso ha decrecido en 150 millones. Por otro lado, el número de niños en edad escolar que no acudían a la escuela era de 130 millones. Ahora se estima que son 60 millones. La cifra se ha reducido considerablemente, pero no es suficiente. Hoy en día, muchos niños son vendidos como animales, y sus lamentos no son escuchados por el mundo. Actualmente, 15 millones de niños buscan un lugar donde vivir por diferentes motivos, entre ellos el cambio climático y las guerras que provocan desplazamientos. Esos pequeños no son solo números, son seres humanos y necesitan justicia. Si les fallamos a ellos, le fallamos al futuro.
¿Cómo observa el panorama de América Latina y, puntualmente, del Perú?
Noto un importante progreso en la erradicación del trabajo infantil y el fomento de la educación en la región. Pero aún 5,7 millones de niños sufren de explotación laboral. De estos, 1,6 millones trabajan aquí en el Perú, y 1,2 millones lo hace en las peores condiciones. En Lima suelen trabajar en el servicio doméstico, pero al interior del país los encontramos en sectores como la agricultura, la pesca y la minería. Priorizar el bienestar de los niños es una responsabilidad constitucional y social, de entidades como el gobierno, la sociedad en su conjunto, las instituciones de fe y el sector privado.
Uno de los problemas más fuertes que tenemos en el país es la trata infantil y la esclavitud sexual asociadas a la minería ilegal. ¿Cómo responder a un problema de esa magnitud, tan ligado a una actividad extractiva que mueve millones de dólares a nivel global?
Ocurre en muchas partes del mundo. Para las minas resulta muy sencillo explotar tanto laboral como sexualmente a los niños de los pueblos más cercanos, lo cual está prohibido en el marco de las leyes internacionales. ¿Qué debemos hacer? Reforzar dichas leyes a nivel local y garantizar que los niños acudan a las escuelas. La educación es la clave para el desarrollo sostenible, es un paso rápido a la justicia social y económica, es un derecho humano y el origen de los demás derechos.
Pero no siempre el acceso a la educación garantiza el desarrollo social. En el caso de las niñas, al llegar a la adultez e insertarse al campo laboral sufren otras formas de violencia normalizada por el simple hecho de ser mujeres (acoso sexual, diferencias salariales, despido durante el embarazo, etc.). ¿Cómo enfrentamos esto en una sociedad patriarcal como la nuestra?
La educación por sí sola no funciona, debe ser una educación de calidad, que empodere a las mujeres, que les garantice el acceso a mejores oportunidades laborales y que potencie el emprendimiento. También necesitamos movimientos sociales que demanden el respeto de sus derechos, ya que existen leyes internacionales que los avalan.
Con el paso del tiempo, el avance de la tecnología y las comunicaciones, han surgido nuevas formas de violencia infantil. ¿Qué nos puede advertir al respecto?
La tecnología tiene poder, pero algunas veces ese poder es empleado con fines negativos y para beneficio de unos pocos. En internet existe la pornografía infantil, el ciberbullying, el tráfico humano, el empleo de niños en la venta de sustancias ilícitas y hasta el adoctrinamiento que los convierte en extremistas. Informes del año pasado arrojan cifras alarmantes: en 2018, la industria de la pornografía infantil recaudó ocho millones de dólares. Probablemente, este año sean diez o doce, y la solución no consiste únicamente en bloquear esas páginas. Estoy pidiendo que se realice una convención internacional para frenar estos abusos.
Después de tantos años, ¿qué lo alienta a continuar en su lucha?
Mi principal motivación siempre serán los niños. Mis hijos viven en Lima, en Latinoamérica, en África, en Asia… Es su sonrisa lo que me motiva y su llanto, un desafío para mí. No sé cuántas personas hayan podido experimentar a Dios, pero yo he liberado a miles de niños de la esclavitud, y cuando una madre que ha perdido la esperanza se reencuentra con su hijo, en esas lágrimas de felicidad se refleja Dios sonriendo, diciéndome “has cumplido con tu misión”. ¡Qué otra motivación necesitas para continuar!