El Perú acoge a la comunidad china más importante de América Latina. De hecho, los historiadores calculan que entre el 8 y el 12 por ciento de nuestra población tiene ascendencia china. Recorremos la historia y los principales aportes de esta milenaria cultura a nuestro país de la mano de Erasmo Wong, presidente de la Asociación Peruano China (APCH). El empresario proyecta a la comunidad tusán hacia el futuro a partir de las lecciones de esfuerzo y unidad de su propia familia.
Por Renato Velásquez Fotos de Omar Lucas
A fines de la década de 1840, las haciendas de la costa del Perú enfrentaban escasez de mano de obra ante la inminente abolición de la esclavitud por parte del presidente Ramón Castilla. Preocupado por esta situación, Domingo Elías, un próspero terrateniente con gran poder político, se las ingenió para importar 75 culíes chinos que llegaron al Callao en la barca danesa Frederick Wilhelm el 15 de octubre de 1849. Aunque las crónicas virreinales ya hablaban de la presencia de chinos, filipinos e indios en nuestro territorio, esta fecha se consigna como el inicio de la gran inmigración china al Perú.
La Ley General de Inmigración, dictada por el Congreso ese año, resolvió entregar una prima de treinta pesos por cada trabajador extranjero que arribara a nuestro país. Domingo Elías y su socio Juan Rodríguez lograron la exclusividad de ese comercio, y se calcula que en los siguientes veinticinco años alrededor de cien mil chinos llegaron a nuestras costas, casi todos procedentes de la región sureña de Cantón.
El contrato, escrito en español y chino, tenía una duración de ocho años. Durante ese tiempo, al culí se le pagaba un peso semanal y el empleador estaba obligado a darle alimentación. Sin embargo, en la práctica, fue un régimen abusivo, casi de semiesclavitud. A los chinos no se les respetaba el descanso dominical, la carga laboral era excesiva, la alimentación insuficiente e, incluso, llegaban a sufrir azotes. Aunque la mayoría trabajó en las plantaciones costeras, algunos fueron destinados a las islas guaneras y a las obras del ferrocarril que empezaba a construirse en los Andes.
La identidad tusán
Tras cumplir sus contratos, muchos chinos invirtieron sus escasos ahorros en pequeños negocios, ubicados en las inmediaciones de las haciendas donde habían trabajado. Otros migraron a Lima, donde se establecieron alrededor del Mercado Central, y fundaron lo que luego sería el barrio chino más importante de América Latina.
Los nombres de muchos migrantes fueron hispanizados, según lo que creyera escuchar el oficial registrador. Otros fueron bautizados con los apellidos de sus patronos, como fue el caso del ancestro de Juan Chau Elías. “El apellido de mi abuelo materno era Ip Chon, pero se lo cambiaron por el del empresario Elías”, cuenta Juan, quien tiene 76 años y se considera 100% chino, porque todos sus ancestros lo fueron. Su padre vino al Perú en los años treinta y, luego de trabajar en el campo, puso una tienda de sombreros en el jirón Camaná.
Para esos años, los inmigrantes chinos estaban cada vez más insertos en la sociedad peruana: eran comerciantes, médicos que trataban enfermedades con recetas y técnicas orientales o restauranteros. La sazón china ya comenzaba a seducir los paladares peruanos con esa fusión gastronómica que hoy llamamos “chifa” (vocablo que significa “comer arroz” en cantonés).
Pero también destacaban en otros ámbitos, como el deporte. Pocos saben que dos tusanes participaron en la fundación del Club Alianza Lima: los hermanos Eleodoro y Augusto Cucalón. Y que en el equipo peruano que participó en el primer Mundial de Fútbol, disputado en Uruguay en 1930, también había un descendiente de chinos: Julio Lores Colán. De hecho, la única medalla de oro del Perú en la historia de los Juegos Olímpicos fue conseguida por otro tusán, Edwin Vásquez Cam, en Londres 1948, en la disciplina de tiro.
En el plano cultural, sobresalió el filósofo y bibliotecario Pedro Zulen, quien luchó durante su vida por la descentralización del poder político y la defensa de los derechos de los indígenas.
Pero hubo un sector en el que los inmigrantes orientales se desarrollaron como peces en el agua: la empresa. Juan Wua, la cabeza de la importadora Yichang, y Erasmo Wong Chiang, con su bodega homónima, son solo dos ejemplos de miles de tusanes que empezaron a sentar las bases de lo que luego serían sólidos negocios familiares, que años más tarde darían empleo a miles de peruanos.
El propio Juan Chau Elías es un ejemplo de eso: si su abuelo vino a trabajar en condiciones paupérrimas, él estudió Ingeniería en la UNI y llegó a ser presidente del Banco Continental.
Todas las historias de éxito de esas seis generaciones de tusanes han sido contadas en la revista “Oriental”, fundada en 1931 por Alfredo Chang Cuan. Hoy la revista es dirigida por Raúl Chang Ruiz y editada por Luciana Chang Acat: tres generaciones dedicadas a contar la historia de los tusanes en el Perú.
La mirada del líder
Erasmo Wong Lu Vega nos recibe en los jardines de su casa, donde hay arte chino por todas partes: un par de elefantes esculpidos en bronce, una diosa oriental de mármol, estatuillas de losa china, varias miniaturas de marfil. “No colecciono pinturas porque es de nunca acabar, y cuestan un montón de plata. Además, eso lo hace todo el mundo… Yo colecciono arte chino”, comenta risueño.
Quienes trabajan a su alrededor en la Asociación Peruano China lo describen como un líder visionario, que traza el camino a largo plazo, pero también como un trabajador incansable que se involucra en el día a día. Es decir, dispone que se organicen 170 eventos por los 170 años de la inmigración china, pero también se junta a bailar en las clases de salsa que reciben todos los miércoles por la noche en Willax, su canal de televisión. “Hay que ir ensayando los pasos para la próxima fiesta del Año Nuevo chino”, bromea Erasmo.
Según Rita Cam, quien trabajó bajo sus órdenes como gerente de Teleticket y ahora conforma la directiva de la APCH, Erasmo siempre mira más allá: si organizan un festival de coros, trae grupos de Alemania, Polonia o Italia; si montan una feria como Chinarte, también lleva exhibiciones a Lima Norte, porque la gente de esa zona está ávida de cultura. “Erasmo siempre busca la perfección, la excelencia”, concuerda Olinda Chang, gerente general de la APCH.
La Fiesta del Año Nuevo Chino es el ejemplo de un aporte cultural que se ha popularizado entre los peruanos gracias al empuje de Erasmo. “Desde que comenzamos con la fiesta, cada vez se ha hecho más y más grande. Ahora recibimos hasta tres mil personas, y hemos tenido que poner un tope porque ya es demasiada gente. Pero lo bonito es que ahora todos los peruanos celebran esa fiesta, se informan sobre lo que traerá el año de la rata, el cerdo o lo que toque, y ya se festeja en todas partes, más allá de la calle Capón y el barrio chino”, comenta Rita Cam.
El día de la entrevista, Erasmo se sienta en su estudio, delante de un biombo chino lacado. La habitación es presidida por un retrato de su padre, el patriarca Erasmo Wong Chiang, y está decorada con fotos de sus hermanos, hijos y nietos. También hay una reproducción de la portada del diario “El Comercio” de 1943, donde se anuncia el nacimiento de Erasmo en primera página.
“Mi papá vino al Perú cuando tenía 11 años. Una semana antes del viaje, le avisaron: te vas de China al Perú. ¿Dónde sería eso?, pensó él. Por eso hablaba español perfecto. Porque vino a una edad temprana”, cuenta Erasmo.
Rodeado de tantos recuerdos entrañables, es inevitable iniciar la conversación con la historia de su familia, una de las más respetadas de la comunidad tusán.
¿Cómo comenzó el negocio de tu papá?
Mi papá puso una primera tienda en San Isidro, llamada Superior, en la cuadra 7 de Dos de Mayo, en un local que ahora acabo de alquilar para poner un Mediterráneo, por la añoranza. Cuando se casa mi papá, alquila un local en la cuadra 10 de Dos de Mayo y ahí hace su nuevo negocio. Lo inicia con los hermanos de mi mamá, quienes pasaron a vivir en esa casa grande de Dos de Mayo: de ellos, los dos varones trabajaban en la tienda y la hermana mujer, Dina, fue la que nos crió. Todavía vive: acaba de cumplir 100 años. Uno de ellos estudiaba Ingeniería y trabajaba de noche. Como casi toda nuestra venta era al crédito, él llevaba el cárdex de los clientes. Dábamos guía factura, y 80% de la venta era a domicilio, con cinco repartidores en bicicleta que iban por todo Orrantia, y llegaban hasta Rinconada. Después usaron triciclos, a los que les decíamos Mustang. Los tipos eran unos capos. ¡Cómo acomodaban las cajas! Parecían malabaristas. A fin de mes se hacía una cuenta y se enviaba una nota de cobranza con todas sus facturas a cada cliente. Se firmaba el cargo, y a los tres días se pasaba a cobrar y listo.
¿Qué recuerdos guardas de esa época?
Todos. Mientras nos educábamos, trabajábamos. Y el viejo era un fregado: no nos dejaba estar sin hacer algo. Yo he estudiado ocho años piano. ¡Y no toco nada! Y cinco años acordeón… He estudiado taquigrafía, mecanografía… Siempre nos tenía ocupados. Pero teníamos una ventanita: cuando tomaba su siesta de dos y media a cinco. Y ahí el mundo era nuestro.
¿Cómo era San Isidro en esa época, los años cincuenta?
Era un barrio lindo. Tuve muchos amigos, con los que teníamos un club, Los Halcones Negros, con el que jugábamos partidos de fútbol.
¿Tú de qué jugabas?
Diría que de mediocampista. La gente nos iba a alentar… Jugábamos en los terrales porque toda la zona de Risso, de Dos de Mayo para Lince, hasta el parque Mariscal Castilla, era una chacra. ¡Ese era nuestro territorio! En esos tiempos Lima todavía no estaba tugurizada, San Isidro era un barrio nuevo. Orrantia era el barrio más pituco de Lima… Bueno, sigue siendo el barrio más pituco de Lima. El mayor ahorro del Perú está alrededor del Golf. Y esos clientes de nuestra zona eran exigentes. Y había mucho estadounidense que venía a trabajar en las empresas, había mucho de la cultura gringa, y pedían el Corn Flakes y otros productos gringos. Por eso teníamos otras categorías de productos en comparación con otras bodegas.
¿Cuál fue la importancia de poner el negocio en San Isidro?
Permitió desarrollar el servicio, porque teníamos clientes exigentes. Yo conocía a las familias de San Isidro por la dirección. Los Álamos tal número, era una familia. Porque ahí mandábamos lo que ahora se conoce huachafamente como delivery. Mi papá nos decía: “Cojudos, ustedes no se crean que son del nivel de sus amigos. Nosotros estamos aquí por el negocio, mientras sus amigos son gente pudiente”. Nuestra casa estaba arriba de la tienda, donde había tres departamentos, y tenía otra casa atrás, y las cocheras. Teníamos la tienda en el primer piso, donde vivían los tíos que trabajaban con mi papá, y en el segundo piso vivía mi tía que nos crio. Todos los días almorzábamos juntos porque el colegio (en mi caso el San Andrés, angloperuano) era en horario partido. Nos recogía el bus a las dos de la tarde y seguíamos en clase hasta las cuatro y media. Y a las ocho comíamos todos juntos, con mi papá y mi mamá.
¿Cómo fue la transición de la tienda?
Mi papá tuvo la sabiduría de dejarle el negocio al último de mis hermanos, porque todos tuvimos la administración de la tienda durante un tiempo, pero íbamos pasando: yo puse una granja de pollos y fuimos avicultores diecisiete años con mi hermano Edgardo. Después pasaron por la tienda Eduardo, Efraín y Kiko, quien estuvo más tiempo porque ya era el último. Al final, teníamos un problema: ¿cómo sacar a mi papá de la caja? Él siempre estaba ahí, de corbata. No era una bodeguita cualquiera, era la mejor bodega del Perú, de lejos.
¿Por qué crees que fue exitosa?
Siempre estábamos pensando en qué innovación realizar: teníamos una bodega en la tienda, que con ciertas reformas la convertimos en licorería. Luego eso se replicó en todas las tiendas: se creó un ambiente cálido, con poca luz. Fue la primera licorería bien puesta que hubo. También tuvimos la primera cadena de farmacias dentro de las tiendas. Nosotros no hemos necesitado tunear la organización, sino la operación. Ese fue el éxito de Wong.
¿Qué sientes cuando ves un Wong?
Sufría duro, hermano, porque yo seguía visitando. Hasta que después de un par de años me dije a mí mismo: ¿para qué sufres si eso ya no es tuyo? Ahora paso y ni entro. Antes pasaba por una tienda y tenía que bajar. Todos los lunes después de almorzar juntos, los hermanos nos íbamos a recorrer tiendas. Y los jueves me reunía con el ingeniero y el arquitecto. Y también iba los sábados. Tú dejas de ir a una tienda y se cae. Y, si no alcanzaba, me iba a visitar las tiendas con mi familia los domingos. El chofer, cada vez que nos aproximábamos a una tienda, le avisaba a mi mujer: zona roja, porque ya sabía que íbamos a parar. Estoy acostumbrado a trabajar hasta tarde, mínimo hasta la una. Y un día me dolía la cabeza, y no sabía qué hacer, y me di cuenta de que era porque no había visitado tiendas. ¡Era mi terapia! Y ahora también con los centros comerciales. ¡Me encanta!
¿Tu eres 100% descendiente de chinos?
Ando en la duda, no sé si soy 100% chino u 82,5%, porque mi papá es chino completamente y el papá de mi mamá es chino, y mi abuela era tusán: Adela Vega, pero le habían cambiado el apellido al papá. Y no sé si la mamá de Adela era peruana o era china. O sea, tenemos 87,5% seguro.
El legado: APCH
En 1998, Erasmo fue invitado por Miguel Ferré a dar el discurso de graduación del primer MBA de la Universidad de Piura. De pronto, se dio cuenta de que la mayoría en su promoción eran chinos. “Entonces les dije: ‘Ya ven, la sangre nos llama. Hay que hacer algo para unir a la colonia china’”, recuerda Erasmo. Entre los asistentes estaban el recordado Juan Wu, líder de la empresa Yichang, quien junto a su generación había creado años antes la Asociación Tusán, promotora de la creación del colegio Juan XXIII, entre otras muchas obras.
Después de algunas reuniones, la Asociación Tusán entregó sus activos a la naciente organización, porque ya solamente quedaban trece integrantes. “‘Y dentro de algunos años ya solo seremos cinco, Mito’, me dijo Juan Wu. Y comenzamos a hacer las actividades por los 150 años de la inmigración, que justo se cumplían en 1999. Por eso creamos la Asociación Peruano China el 13 de junio de 1999”, cuenta Erasmo.
En aquella ocasión organizaron 150 eventos para conmemorar igual número de años de la llegada de sus ancestros al Perú. “Ahora estamos haciendo 170 actividades: Chinarte, Tusán, el Parque Chino de San Borja, el Encuentro del Dragón para profesionales y empresarios jóvenes; se viene el premio Inmigración, estamos renovando la pileta china del Parque de la Exposición, vamos a remozar el arco chino, entre otras cosas”, indica Erasmo. Además, publica la revista “Integración”, editada por la periodista tusán Ruth Lozada.
Angélica Tai, vicepresidenta de la APCH, sostiene que esta organización es el legado de Erasmo Wong para las generaciones tusanes venideras. “Todos esos valores de sencillez, respeto e integración que él ha inculcado en su hermosa familia ahora los está trasladando a la APCH, sobre todo pensando en la juventud. Porque los de la primera generación solo se casaban entre ellos. Los que somos de la segunda o tercera, todavía nos conocemos. Pero los de cuarta o quinta generación ya ni siquiera saben comer con palitos. Y, cuando entran en contacto con tradiciones como el Festival de la Luna, se emocionan”, relata.