El millonario goleador del Schalke 04 recibió a COSAS durante un entrenamiento de la selección, tres días después del gol salvador contra Chile. Además, Jefferson Farfán se convirtió en modelo para una sesión de fotos exclusiva.

Por Renato Velásquez Fotos de Rafo Iparraguirre

Jefferson Agustín Farfán Guadalupe (Villa El Salvador, 1984) aparece en un Audi R8 blanco con negro que deslumbra a los hinchas que se congregan afuera de la Villa Deportiva Nacional en busca de sus ídolos. Admiradores y vendedores ambulantes se protegen los ojos con las manos ante el resplandor del auto deportivo, que refulge bajo el sol y avanza lentamente entre las vallas de seguridad.

Su diseño de nave espacial y la blancura nívea de sus líneas contrasta con la suciedad que domina el panorama de la avenida Aviación. Hombres desdentados y niños polvorientos vociferan: “¡Farfán, Farfán!”. El 10 de la selección peruana aprieta un botón y baja el vidrio hasta la mitad. Saluda por un instante (probablemente ha guiñado un ojo bajo sus gafas oscuras Dior Homme) y vuelve a subir la luna polarizada. Los agentes de seguridad se atropellan para abrir el portón de lata y saludan con una respetuosa inclinación de cabeza.

Jefferson Farfán

Adentro de la Videna, Jefferson desciende del auto y despliega sus pasos de pantera lentos, elegantes, enfundados en unas botas negras revestidas de tachuelas plateadas marca Christian Louboutin.

Su corte de pelo dibujadísimo, el polo blanco ceñido a su fornido torso, sus brazos constelados de tatuajes (no recuerda cuántos tiene) y las decenas de diamantes en su reloj deLaCour (igual al de CristianoRonaldo, valorizado en 80 mil dólares y que en el reverso dice Jefferson Farfán Limited Edition), sus pulseras (donde se configuran los nombres de sus hijos) y sus aretes hacen que parezca una estrella del rap nacida en el Bronx y que vende millones de discos, o un portento físico del básquet que anota la mayoría de puntos de los Chicago Bulls o… un futbolista peruano sensacional que, según algunos periodistas deportivos, gana tres millones doscientos mil euros al año por jugar en el Schalke 04 de Alemania.

Esta tarde «La Foquita» está bañado de gloria. Hace tres días, cuando faltaban cuatro minutos para que el Perú empatara con Chile un partido clásico que olía a combate naval y parecía que se hundían una vez más las aspiraciones nacionales de ir a una Copa Mundial de Fútbol, Jefferson desobedeció la indicación del profesor Markarián (“tírate bien a la derecha, Jefferson, ábrete hacia el extremo”), entró hacia el centro (“Ya casi no tenía piernas, ¿sabes?, ya me estaba acalambrando, pero me dije: ‘una vas a tener, Jefferson, una…’”), recibió un pase preciso de Yoshimar Yotún y remató una (¡¡¡ufffff, tapó el arquero!!!!), dos veces… “Y sentí un golpe en el oído ¿sabes? Una cosa que nunca me había pasado. Todo el estadio estaba gritando. Yo no sabía qué hacer. Miraba alrededor: la gente se abrazaba, gritaba. Me sentí nulo.

No sabía cómo celebrar. La verdad, no lo podía creer”, cuenta. Solo atinó a llevarse los dos pulgares a la boca por sus hijos: Jefferson Adriano y Jefferson Jeremy, a quienes tiene tatuados en los brazos, y que ese día estaban
en el estadio. “Desde pequeño siempre tuve el sueño de meter un gol con Perú y celebrar con la gente”.

Jefferson Farfán

Jefferson creció en el segundo sector del grupo 16 de Villa El Salvador, cerca de la avenida El Sol, a cuyo paradero –como alguna vez ha contado– iba a arrebatar gorras con sus amigos. Es el único hijo de doña Charo Guadalupe, quien por esos años trabajaba en diversas labores domésticas para mantener el hogar. Jefferson jugaba mañana y tarde en los arenales de su barrio (“creo que ahí agarré potencia”) y cierto día unos amigos lo invitaron a probarse en las divisiones menores del Deportivo Municipal. Metió cuatro goles en la losa del Parque Zonal Huayna Cápac y quedó seleccionado. “Al día siguiente, tenía que jugar en cancha de césped, pero yo no tenía zapatos de fútbol.

Regresé todo ilusionado y nos fuimos con mi mamá a comprarlos al mercado”, recuerda. En el Muni se convirtió en el engreído del profesor Óscar Montalvo, a quien recuerda como el entrenador decisivo de su carrera. Por esa época comenzó a practicar su firma. Se alucinaba garabateando autógrafos: “Para Charo Guadalupe, con aprecio, Jefferson Farfán”. En la pared de su cuarto estaba pegado un póster de Ronaldo, el «Fenómeno» brasileño.

Pero su ídolo de la liga local era Waldir Sáenz, el goleador histórico de Alianza Lima. Una noche Waldir, entonces en la cumbre de su carrera, llegó a una reunión en la casa de un tío de Jefferson. “Yo no lo podía creer, para mí era un  sueño verlo de cerca”, rememora Farfán. ¡Waldir!, te cuido el carro. Ya, sobrino. “Y aproveché para limpiarlo, también. Como a las dos horas, salió… ¡y no me dio ni un sol! En mis adentros lo resondraba: Negro la concha… ¡Más duro! ¡Nada me dio!”, recuerda Farfán y se desternilla de risa. “¿Qué carro era? Ni me acuerdo, creo que un Honda”, y sigue riendo.

Hoy, Jefferson conduce en Gelsenkirchen un Aston Martin Vanquish y un Ferrari 458. “Me gustan los autos rápidos”, confiesa. A los 14 años fue comprado por Alianza Lima. Pagaron siete mil dólares más un futbolista al Deportivo Municipal. En el club de La Victoria conoció a Paolo Guerrero, solo once meses mayor. Estudiaron juntos gracias a una beca en el colegio barranquino Los Reyes Rojos, y fueron dupla desde entonces.

Jefferson Farfán

CALLE, PERO ELEGANTE. Jefferson asegura que sigue siendo el mismo chico que salió de Villa El Salvador, aunque ahora tenga éxito y dinero. Sueña con que algunos de sus dos hijos también sea futbolista.

El club lo ubicó en una casa en Caminos del Inca, Surco, para que se concentrara solamente en el fútbol. “Allá (en Villa El Salvador) era fácil malograrse. Lamentablemente, tengo varios amigos que tomaron malos caminos”, cuenta.

“Cada año solo tres jugadores de las reservas eran ascendidos al primer equipo. En mi generación fuimos Paolo Guerrero, Wilmer Aguirre y yo. Ahí me di cuenta de que mi sueño empezaba a concretarse”, narra. Cuando le tocó debutar faltaban veinte minutos, y Alianza empataba 1-1 ante Deportivo Pesquero en Matute. El director técnico José “Chepe” Torres ordenó que saliera Waldir Sáenz e ingresara Jefferson. Tenía 16 años, pero ya había anotado en partidos amistosos en Nueva Jersey e Iquitos.

El debutante dio el pase de gol para que Alianza lograra la victoria por 2-1. Aquel 2001 los blanquiazules se coronaron campeones. En el 2002, Jefferson jugó 24 partidos y anotó en dos ocasiones. En el 2003 metió 33 goles y en el 2004, 19. Ese año, cuatro partidos antes de que finalizara el Campeonato Descentralizado que ganaría Alianza Lima, Jefferson partió a Holanda para enrolarse en el PSV Eindhoven. El mismo club donde su admirado Ronaldo empezó a cosechar triunfos en Europa.

Jefferson Farfán

FUTBOLISTA CON BRILLO. Sergio Markarián considera que es el delantero más versátil del Perú: juega bien en cualquier posición de ataque.

El camerino de la selección nacional en la Videna está enchapado con losetas verde agua. Sobre las largas bancas de madera están los uniformes, nuevos y embolsados, con los que el equipo entrenará esta tarde. Mañana jugarán un amistoso contra Trinidad y Tobago. Encima de cada conjunto de ropa hay un sticker con el nombre del futbolista al que corresponde: Advíncula, Ávila, Yordy.

Una gran inscripción preside el vestuario: “Si nos preparamos y cuidamos debidamente y en cada partido rendimos al 100% haremos posible que nuestros hijos no solo puedan decir: mi papá jugó en la selección peruana, sino también… MI PAPÁ JUGÓ EL MUNDIAL BRASIL 2014”.

“Mis primeros meses en Holanda fueron muy duros. A veces yo me quería regresar. No estaba acostumbrado, porque yo siempre andaba con mi madre a todas partes: soy hijo único. Pero me puse fuerte de la cabeza, que es lo más importante.

Eso me ayudó a quedarme mucho tiempo allá solo”, narra Jefferson. Él ha contado que con su primer sueldo europeo le compró a su mamá una casa con piscina en Surco, y así le cumplió su sueño de toda la vida. En el vestuario también hay una imagen de Cristo. Los utileros le alcanzan a Jefferson una camiseta de Perú talla L. Se la pone y se recuesta en la banca. El fotógrafo comienza a darle indicaciones. El futbolista afirma que ha aprendido algo de todos los técnicos que lo han dirigido, pero que el holandés Guus Hiddink fue especial.

Jefferson Farfán

GOLEADOR CON ACTITUD. Ha metido 156 goles en su carrera profesional.

Fue su primer entrenador en Eindhoven, quien le enseñó orden táctico (“me ponía atrás del delantero, en el centro, por la derecha, de 10”) y lo animó a exigir a su cuerpo para desarrollar toda su potencia. En el PSV recibió el número 17 y la rompió: ganó la liga holandesa durante cuatro años consecutivos y marcó 57 goles. En el 2008 el Schalke 04 de Alemania pagó 17 millones de dólares por él y llegó a una liga más competitiva, más exigente.

“Esta es mi quinta temporada en el Schalke. El año pasado renové mi contrato hasta el 2016. Tuve varias ofertas de otras ligas, pero decidí quedarme porque quiero ganar la Bundesliga. Actualmente estamos sextos, intentamos clasificar a la Champions League”, comenta mientras abandona el vestuario. Los asistentes abren paso, se pegan a la pared para que siga caminando la estrella, que ahora saluda a Antonio García Pye, el gerente de la selección. Le informan que esta tarde entrenarán en el Estadio Nacional.

Más allá, un despliegue de hombres, micrófonos y cámaras rodean a Diego Penny, uno de los arqueros. “¿Para cuándo, pues, Jefferson?”, le pregunta, mientras apura el paso para alcanzarlo, Daniel Peredo, el periodista que narra los partidos del Perú para CMD.

Hablan a solas, bromean, se ponen de acuerdo. Jefferson retorna a su Audi R8. El auto empieza a moverse, parece que fuera a despegar. Farfán piensa que no se puede ser un buen futbolista sin disciplina. En Gelsenkirchen  entrenan entre una hora y media y dos horas cada día, excepto cuando necesitan afinar tácticas. Entonces se programa un segundo entrenamiento a las cuatro de la tarde.

Jefferson Farfán

AL RITMO DE «LA FOCA». Farfán asegura que se ha quedado en el Schalke porque quiere ganar la Bundesliga antes de emigrar a otros campeonatos.

“A veces me quedo practicando tiros libres. Luego juego billas o playstation con mis compañeros”, cuenta. La época más dura del año para un futbolista de élite es la pretemporada. Practican en tres turnos: a las siete de la mañana corren durante una hora, a media mañana hacen ejercicios con unas pelotas inmensas llamadas “medicinales” y por la tarde juegan fútbol.

“El cuerpo es nuestra herramienta de trabajo, por eso allá en Alemania no existen indisciplinas. Castigan hasta el mínimo detalle. Por llegar tarde, la multa es de mil euros”, asegura. Otra de sus obligaciones cotidianas es pesarse. “Yo debo mantenerme en 85 kilos, ni más ni menos”, indica «La Foquita», quien mide 1,76 metros.

La silueta de Jefferson, enfundada en un traje Armani Exchange, se recorta contra un gran fondo de cartulina blanca. Esta mañana se ha convertido en modelo. El fotógrafo mide la luz con un fotómetro cerca de su rostro. Lo acribilla con flashes.

“Muévete, muévete”. Suena un set de Soul Clap, un dúo de Djs estadounidenses que combina música electrónica con algunos toques de hip hop. Jefferson se mueve al ritmo de los bajos. “Así, así, eso, eso”, le dice la productora, una chica castaña, flaca y con una falda diminuta. Jefferson sonríe, se desenvuelve, gesticula bajo la iluminación artificial. Pom, pom, pom, pom… la música suena más alto. Farfán mueve los hombros, ya está bailando.

Jefferson Farfán

Cuenta que se ha puesto de acuerdo con Paolo Guerrero para retirarse juntos jugando por Alianza Lima, el club de sus amores.

“¡Buena, negro!”, irrumpe su representante, Raúl González. Luego se sienta en una silla, al fondo del estudio, justo frente a Jefferson. Se conocen desde el año 2000, antes de que Farfán debutara en primera división. “¡Cuántas cosas hemos pasado juntos!”, comenta con un resoplido. “Él es una persona muy tímida. La primera vez que salí a comer con él y su mamá a una pollería, no hablaba.

Solo hablaba su mamá. Y él, agachado, comiendo. Pero después se suelta… míralo”, señala, y Jefferson sonríe a la cámara, se mueve, dueño de sí mismo, del ritmo, del protagonismo, del éxito. González –un agente FIFA que apenas supera los 40 años, aunque aparenta muchos menos– saca su celular y muestra algunas fotos.

En la primera están los dos muy abrigados. Jefferson sostiene una camiseta de rayas blancas y rojas, se le ve un poco intimidado. “Ese fue el día en que firmó por el PSV. Yo me quedé viviendo allá tres meses para acompañarlo”, comenta. Además de su empresario, González es el mejor amigo de Jefferson Farfán. La siguiente foto que muestra es una portada del diario deportivo «Líbero», donde a la camiseta número 17 del Schalke, que sostiene el futbolista, le han agregado la palabra millones. Y el símbolo US$.

Jefferson Farfán

González también representa a otros jugadores peruanos que triunfan en el extranjero. A algunos, como Farfán, les ha ido excelente. Pero también representó a Reimond Manco, quien hoy juega en el UTC de Cajamarca. Y muestra la foto de su presentación también en el PSV de Holanda. A diferencia de Jefferson, Manco luce una gran sonrisa, irradia felicidad. “Ese muchacho tuvo todo: talento y oportunidades…”. ¿Cuál es la diferencia entre Farfán y Manco? ¿Por qué «La Foquita» triunfó y Manco no? González se lleva el dedo índice a la sien. “La diferencia está acá: disciplina”, asegura. “Jefferson es muy fuerte de la cabeza”.

Llega el representante de Nike, marca de la cual Farfán es imagen. Tiene zapatillas, polos, gorras. Jefferson se pone una camiseta con el logo muy grande, más grande imposible. Toda la ropa deportiva que usa debe ser Nike. Después del partido con Chile, Jefferson se quitó la camiseta Umbro de la selección peruana y se quedó con un polo Nike de lycra negra, mientras todos los medios pugnaban por una declaración del héroe. Ese momento, esos minutos en televisión, todas las repeticiones que hubo en las semanas posteriores, todas las vistas en YouTube, todos esos momentos con esa camiseta negra de lycra Nike… ¿en cuánto estarán valorizados? Lo dice el grueso contrato que el chico de la marca trae en sus manos.

“Ábrete un poquito la casaca”. La marca no se ve muy bien. “Más, Jefferson, por favor”. Así, ahí, eso. Click. Está buenaza. Click. Genial. A ver, tírate la capucha sobre la cabeza. Click. Muy bien. Eres superfotogénico. En los breves descansos de la sesión, mientras cambian el telón de fondo y ajustan la iluminación, Jefferson atrapa su Blackberry Porsche Design y se pone a chatear.

Es un amante del diseño. Confiesa que su diseñador de ropa favorito es Balmain, y de zapatos, Christian Louboutin. Cuando culmine su carrera en Alianza Lima (junto a Paolo Guerrero y Rinaldo Cruzado planean retirarse en el club de sus amores, jugando juntos, sacándolo campeón, conformando un dream team inédito por su calidad en la historia del fútbol peruano), uno de los planes de Jefferson es dedicarse al negocio inmobiliario, donde seguramente aportará algo de su gusto a los proyectos que construya.

La sesión ha terminado. Jefferson se aprieta en el ascensor con su representante, un amigo empresario y su chofer y guardaespaldas. Se abre la puerta en el primer piso y aparece una horda de hinchas. Farfán, un autógrafo, Farfán, para mi hijito, Farfán, una firmita, ¡bien Farfán!, se llama Yonatan, gracias Farfán, qué buen gol, pon para Gonzalo, gracias Farfán, eres un grande, Farfán, eres un grande.

Jefferson Farfán

GOLEADOR RISUEÑO. Sus metas más ambiciosas son llevar al Perú a una Copa Mundial de Fútbol, y campeonar en la Champions League.

Producción: Eliana Vizquerra
Estilismo: Diego Purizaga
Maquillaje: Leslie Peralta para Hair Studio Club Terrazas .