Cuando el papa Francisco de 85 años visitó Canadá, se evidenció su creciente fragilidad y dificultades de movilidad debido a una rotura en los ligamentos de su rodilla.
Por Cecilia Navarrete
Al aterrizar en Canadá la semana pasada, el papa Francisco bajó con mucho esfuerzo de un auto en la pista de aterrizaje y caminó con dificultad a una silla de ruedas que lo esperaba, como informa de ‘New York Times‘.
En un escenario improvisado fuera de un cementerio indígena en la provincia de Alberta, el mundo observó mientras el pontífice tomaba del brazo a su asistente, quien lo levantó de la silla de ruedas.
El pontífice no solo utilizó su misión para una «peregrinación penitencial» para disculparse ante las personas indígenas por los terribles abusos que soportaron en las escuelas residenciales operadas por la iglesia, sino que también la utilizó para exigir dignidad para las personas de edad avanzada, demostrando su propia vulnerabilidad.
Son necesarias para construir «un futuro en el que no se descarte a los mayores porque funcionalmente no son necesarios», mencionó Francisco durante una misa en el Estadio de la Mancomunidad en Edmonton, Alberta. «Un futuro que no sea indiferente hacia quienes, ya adelante con la edad, necesitan más tiempo, escucha y atención», agregó.
¿Renunciar?
Renunciar “nunca cruzó por mi mente”, declaró Francisco en una entrevista reciente con la agencia Reuters, antes de agregar su comentario habitual de que sus cálculos podrían cambiar si un mal estado de salud le hiciera imposible liderar la Iglesia.
El arzobispo Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia comentó en una entrevista reciente que había convencido a Francisco de articular una nueva enseñanza de la Iglesia sobre el envejecimiento que también se «propusiera no con palabras, sino con el cuerpo» porque, afirmó Paglia, «los viejos pueden enseñarnos que todos somos, en realidad, frágiles».
Desde antes de que se convirtiera en pontífice a los 76 años, Francisco ha prestado atención especial a los adultos mayores. En el libro ‘Sobre el cielo y la tierra’, aseguró que ignorar las necesidades de salud de las personas mayores era equivalente a una «eutanasia encubierta» y que los ancianos a menudo «acaban arrumbados en asilos como un abrigo que se cuelga en el clóset durante el verano».
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