Desde chico su corazón estuvo ligado a la música y cuando abrió las puertas de su restaurante, Siete, fue creando playlists para crear atmósferas que le permitan conectar con los comensales, y darles un placer adicional, además del culinario. Pero la música cobró vida y empezaron las presentaciones de música peruana en Siete, con artistas reconocidos internacionalmente, pero también con otros de las canteras del criollismo. Hoy, con su productora, Siete Récords, va a producir más shows en su restaurante y fuera de él, así como grabar discos vinilos.

Por Gabriel Gargurevich Pazos Fotos José Rojas Bashe

Para entender cómo es que un reconocido chef peruano como Ricardo Martins, de treinta y siete años, diga hoy que la gestión musical le genera tantas emociones fuertes como la cocina y manejar un restaurante, hay que repasar un poco su historia. Su trayectoria de chef es bastante conocida, se he publicado en medios. Solo diremos que se graduó en Antropología en Utrecht, Holanda, luego de trabajar en una tesis que tuvo como tema principal la identidad peruana, y la gastronomía como un factor de influencia en la conformación de la misma. Al regresar a Lima, ya con ganas de pasar de la teoría a la práctica en materia gastronómica, estudió en el Cordon Bleu. Luego trabajó con Virgilio Martínez, Rafael Osterling, así como en famosos restaurantes en Europa y Australia. 

El 2018, fundó el restaurante Siete, cuyo concepto tiene que ver con llevar lo casual, lo familiar, a la alta cocina. Pero la música poco a poco fue ganando terreno, se mezcló con lo culinario y su lado más festivo. Y hoy, sacar adelante un restaurante y producir eventos musicales, es como una droga natural para Ricardo, “es lo que me mueve, me genera momentos hermosos, pero también me destruye”, dice sin perder la sonrisa, y expulsa una bocanada, luego de darle una calada a su cigarro, sentado en una de las mesitas en la terraza de su restaurante, en el jirón Domeyer, en Barranco. 

Había algo que le llamaba mucho la atención cuando era chico, tenía que ver con los dos mundos que él percibía en su realidad temprana; por un lado, la servidumbre, los empleados de la casa; por otro lado, la familia, sus amigos. “No todos tienen tus privilegios”, se decía, y esa reflexión “te obliga a empatizar”, me dice ahora en la terraza de Siete. “Pensar que me hubiese podido haber tocado otra vida, me chocaba. Cuando estudié antropología lo entendí todo. Aquí en Perú, mucha gente viene de lejos para trabajar en restaurantes, muchas veces por necesidad; pero en Europa lo hacen por vocación. Entonces he podido ver los dos lados de la moneda”.

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La gestión musical genera en Ricardo tantas emociones fuertes como la cocina y manejar un restaurante. Siete Récords va a producir más shows en su restaurante y fuera de él, además de discos de vinilo.

A Ricardo le brillan los ojos al contar la historia del empleado de su abuelo en Punta Negra, se llamaba Don Pablo, el empleado, y hacía muchas cosas en la casa, como tostar el café, “en una suerte de casa de guachimán”, y filetear el pescado. “También se encargaba de darle de comer almendras y de beber pisco al pavo, cuarenta y cinco días antes de cocinarlo. Una vez encontraron a Pablo y al pavo borrachos, jajaja, al menos así me lo contó mi abuelo, Pablo era un alcohólico maravilloso, a veces había que sacarlo de la comisaría”. 

Viajó a Holanda con la idea de estudiar música, a pesar de que sus padres en un inicio se opusieron a que estudie dicha carrera. Pero se desanimó por su cuenta, todas las semanas iba a un bar a escuchar música, jazz precisamente, “y era siempre lo mismo. Yo quería componer música para películas, me gustaba componer música en la computadora, muy atmosféricas, me gustaba mucho Pink Floyd”. En su familia no hay músicos, pero su hermana Alejandra, cuatro años mayor que él, empezó a tomar clases de guitarra, “yo tenía once años, pero también quise aprender, y aprendí gracias al enamorado de mi hermana que me enseñaba algunos acordes de Nirvana. Entonces un profesor me empezó a enseñar guitarra y luego me di cuenta de que también podía tocar el celo y la flauta traversa”. 

¿Todos podemos aprender música pero más fácil les resulta a los que tienen ritmo?, le pregunto. Él responde: “Sí, pero sobre todo oído. Creo que yo tengo algo de oído. La otra vez Andrés Prado me invitó a un ensayo de Perú Jazz, y yo me preguntaba, ¿por qué me invitan a un ensayo de un grupo legendario peruano? ¿Interesa mi opinión?”. Lo cierto es que ya van como veinte eventos musicales que ha organizado con Siete Récords, la productora que creó como plataforma para revalorizar la música peruana. Entonces sí, su opinión importa. 

CREADOR DE ATMÓSFERAS 

Antes de viajar a Holanda, estudió música durante dos años con Jorge Madueño Romero, músico peruano que trabajó con grandes intérpretes como Chabuca Granda, Tania Libertad, Susana Baca y Ramón Stagnaro. Curiosamente, El maestro Madueño vivía en el jirón Domeyer, la misma calle donde ahora me encuentro con Ricardo, entrevistándolo. “La casa de Jorge ahora es una cafetería. Esta calle ha cambiado un montón, está linda”, dice. En efecto, está muy linda la calle; una canción suave, rítmica y acústica de David Byrne suena dentro del restaurante, mientras conversamos, cada uno con su coctel, Ricardo prendiendo un cigarrillo de cuando en cuando, llamando a uno de los mozos, en determinado momento, de manera casi imperceptible; cuando el empleado llega a su lado, Ricardo le dice, casi susurrando, que por favor le cambie la toronja que acompaña su trago. Se ríe cuando le pregunto si es perfeccionista. 

¿Cuántos playlist tienes para poner en el restaurante?, quiero saber. “Más de doscientos”, responde sin ocultar orgullo, “incluso en el baño puedes escuchar una música distinta que en los otros ambientes”. El local de Siete no es muy grande, pero es una bella casa inscrita en registros públicos el 24 de enero de 1905, el día del cumpleaños de Ricardo, por eso se llama Siete el restaurante: 2+4+1. “Últimamente estoy poniendo mucho rock clásico, pero también música romántica hispanoamericana, como Paloma San Basilio o Roberto Carlos. Soy bastante abierto en mis gustos musicales, escucho casi todo, menos reggaetón, no lo tolero, así me lo pidan no lo pongo”.

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En Siete se formó el grupo Tinkuy. En la foto, sus integrantes: Mario Cubas, Pudy Ballumbrosio, Andrés Prado y Chano Díaz Limaco.

En ocasiones, Ricardo se pasea por el restaurante “para sentir la atmósfera” y, entonces, desde su teléfono, suelta una canción; cuando ve a un amigo o conocido en una mesa al que sabe le gusta Charly García, entonces pone una canción de Charly, y sonríe cuando ve a su amigo sonreír, a los lejos. Le digo que es una suerte de DJ en la sombra, espectral, fantasmal, que da un servicio a los comensales, y él me dice que “la música es un elemento esencial en mi restaurante, sí, pero nunca salgo a decirlo; a mí me gusta crear atmósferas, sin hacer alarde, me gusta que la gente se sienta cómoda; voy a sonar chamánico, pero para mí es muy importante conectar con las emociones de las personas”.  

Pero en el aniversario número dos del restaurante, había que hacer alarde, y Ricardo pidió a sus amigos cocineros y artistas que trajeran algo para la celebración, “o que intervengan con algo”. Trajeron telares, cuadros, pero hubo uno, el artista José Carlos Martinat que hizo “algo disruptivo”, según palabras de Ricardo. Dice: “José trajo a un arpista de música andina maravilloso y entonces sentí que tenía que hacer con la música, más allá de los playlist”.  

UNA CEVICHERÍA CON PEÑA 

Así nacieron Los Domingos de Peña en Siete. “Convocamos a Pedrito, un músico criollo espectacular, un señor de los boleros; también al reconocido bajista Mario Cubas, toca jazz, salsa, música criolla, un capo; luego al guitarrista Rolando Carrasco. Improvisamos un espacio para los músicos en el restaurante, la cocina era criolla, por supuesto, pero con nuestro estilo. Fue una locura, la gente reservaba para los domingos con mucha anticipación y bailaban, cantaban. Yo no quería que Siete se convierta en una peña, cambiaba mucho el espíritu del restaurante, pero empecé a enamorarme de lo criollo, de canciones como Los Reyes del Festejo de Nicomedes Santa Cruz. Un día me llamó Mario Cubas para darme una noticia que me sorprendió”. 

Resulta que Andrés Prado quería toca en Siete. Andrés es un guitarrista y compositor peruano reconocido internacionalmente. Su música transita, con maestría y un virtuosismo relajado, por el flamenco, la saya, el jazz, el tango y los ritmos afroperuanos. “Yo me quedé impresionado cuando lo escuchar pasar de un landó a una canción de Miles Davis con total naturalidad, sin darte cuenta ya estabas en otra cosa”. Así empezaron una serie de presentaciones en el restaurante que tenían a Andrés como líder de un trío que se dedicaba a improvisar. “Esa era la gracia, ¡nunca sabías que iba a suceder! Hicimos varias presentaciones con Andrés, y le pusimos un nombre al grupo: Tinkuy. En una ocasión, alquilamos un espacio en Barranco, en una casa restaurada, bellísima, y ahí organizamos una presentación; colocamos treinta sillas, lo decoramos con lámparas y luces cálidas, fue como un concierto de cámara, pero con la música del trío acústico de Andrés, con guitarra, bajo y cajón. Incluso hemos ido con el grupo para una presentación en el MALI. A mí me gustaría grabar un vinilo en vivo con la música de Tinkuy, sería un lindo proyecto para Siete Récords, la productora que quiero fortalecer y sacar adelante”. 

“La música es un elemento esencial en mi restaurante, me gusta que la gente se sienta cómoda; voy a sonar chamánico, pero para mí es muy importante conectar con las emociones de las personas”.

Con el tiempo, se han ido incorporando más músicos importantes en las tocadas en Siete, como los hermanos Cristóbal y Daniel Mujica, el gran José Luis Madueño, “¡no sé cómo hicimos para que entre su piano en el restaurante!”, Walter Solano, la joven talento Majo Arana La Riva, entre otros. Siempre bajo la gestión y curaduría musical del chef Ricardo Martins, quien se ha convertido en una suerte de director de una historia que nace en su restaurante y que tiene que ver con la revalorización de la música tradicional peruana. Piensa producir más shows en su restaurante, fuera de él, y hacerlos acaso más profesionales, incluyendo el cuidado del vestuario y la fotografía, por ejemplo, gracias al aporte de sus amigos artistas. 

Va a abrir otro restaurante: una cevichería que se llamará La Perlita. “¿Ves esa casa naranja?”, me dice Ricardo, señalando hacia una esquina cerca de donde estamos, en el jirón Domeyer. “La idea es que, además de cevichería, todos los viernes en la noche se convierta en una peña. Nos interesa difundir la música criolla, dar chamba fija a los músicos… Y también vivir la emoción de estos eventos musicales. Manejar un restaurante, producir eventos musicales, es lo que me da emociones fuertes, lo que me mueve”.

Yo añadiría una frase de Fran Lebowitz que está en un post publicado en la página de Siete, en Instagram, y que refleja muy bien la importancia de Ricardo en estas épocas: “Los músicos y los cocineros son responsables del mayor placer en la vida humana…”. 

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