Cucho La Rosa tiene más de cuarenta años dedicado a la cocina peruana, a reivindicar sus sabores, productos y tradiciones. Luego de un largo y exitoso camino recorrido, vuelve a su Chorrillos natal para inaugurar junto a su hijo Bernardo lo que ellos llaman “un restaurante feliz”, El Huarique de los Cuchitos.
Por Melina Bertocchi Fotos José Rojas Bashe
“Yo soy chorrillano. Nací y viví en Chorrillos hasta los 20 años”, dice con mirada orgullosa y alegre. Cucho La Rosa siente como un regalo estar de vuelta en este distrito histórico, en una casona hermosa frente al mar después de escribir gran parte de su historia y la de su familia, luego de haber pasado doce años en Pachacámac, donde fue pionero con “La Casa de Don Cucho”. “Cuando regresábamos de Pachacámac, solía entrar por Villa para mostrar a mis hijos la zona donde vivía. Yo recordaba esta casona, porque acá vivía una familia numerosa, con cuatro hijas. Hace poco conocí a los que eran dueños de esta casa. Un día me dice que la están alquilando, y cuando me la muestran, veo que estaba casi lista para inaugurar. Parece que alguien había empezado a construir y vino la pandemia. Al inicio, yo me imaginaba un espacio más pequeño, pero vi esto y me pareció una maravilla”, recuerda.
El verdadero huarique
El Huarique de los Cuchitos abrió sus puertas hace menos de tres meses, y parece que fueran años. La historia y la tradición se palpan desde el ingreso. Cucho tomó gran parte de sus cuadros, de las recetas históricas, de los elementos que tenía en sus otros locales, y los hizo parte de esta nueva historia que ahora empieza a escribir con su hijo.
Sorprende el tamaño del espacio, lo amplio de los salones, y la terraza interna con un jardín donde se luce la barra y se puede apreciar el movimiento de la cocina. Y aquí vino la sorpresa: “Pero esto no parece un huarique”. Y es que el concepto de huarique conecta sobre todo a un espacio reducido, informal y no siempre con el mejor servicio o imagen. Cucho quiere reivindicar eso y reflexiona sobre la idea de bistró francés o trattoria italiana, y lo refuerza con el concepto de huarique que estableció Clemente Palma: “Lugar reservado escondido a donde uno acude para liberarse de la compañía de la gente o reunirse con determinadas personas, generalmente para conspirar o concretar travesuras variadas”. Asegura que aquí su objetivo es dar un buen servicio, casual y familiar, pero correcto y eficiente.
El origen de todo
Jirón Ocoña en los años setenta. En ese entonces, el papá de Cucho tenía un restaurante de menú, en esta calle que él recuerda llena de agencias de viajes y de joyerías. “Lima era aún más hermosa”, asegura. “Vendíamos cebiche de congrio y cojinova frita, un pescado que ahora es caro y escaso”, asegura. Y es ahí donde engancha con la cocina, a sus escasos 16 años. “Eso fue a inicios de los setenta. En ese momento, ya iba al mercado solo. Mis hermanos no se dedicaron a esto. Luego de un tiempo, mi papá me cuenta que están inaugurando una escuela en Barranco (Cenfotur). Me enfoqué en el bar al inicio y luego en la cocina”. El resto es historia.
Los recuerdos de Bernardo
Bernardo tiene 27 años, y a partir de enero de este año, decidió dedicarse por completo a este nuevo negocio familiar. “Pienso en la época de Navidad, cuando veía a mi papá con mi mamá horneando pavos y chanchos. Estaban por toda la casa, y me preguntaba: ‘¿Por qué hay tanta comida?’”, recuerda sonriente. Con su experiencia como administrador, tiene los números frescos, pero a eso le ha sumado el placer que representa la cocina, y la facilidad que tiene para relacionarse con las personas en general.
“Bernardo es excelente como consejero, y en la parte de Recursos Humanos”, asegura Cucho. Y aquí entra la idea de tener un restaurante feliz. “Eso me pidió mi papá. Que la gente esté contenta”, asegura. Como la mayoría de ellos son colaboradores desde hace años, vienen de Pachacámac, así que les ponen una movilidad para ir y volver. “La gente me dice que viene la mitad del tiempo a trabajar y la otra mitad a reírse conmigo”, cuenta Bernardo. Y tiene claro que uno de sus retos es sumar a los jóvenes como él, a probar más, a salir de la zona de confort frente a la comida. Es él quien motiva a sus amigos a pedir platos diferentes cuando salen. “Un día fuimos a comer y había zarza de lengua en la carta. Nadie quería, pero la pedí igual sin decirles qué era. Y les gustó.
Presente y futuro
Cucho está considerando la idea de inaugurar el segundo piso del restaurante invitando a los diez últimos ministros de Cultura del país. “No sé si eso suene loco, pero hay que romper esquemas. Además, por la importancia de Chorrillos como distrito histórico”, asegura. Y Bernardo considera la posibilidad de abrir otro local más adelante, quizá en otro malecón emblemático de la ciudad. Pero primero todo debe marchar a la perfección acá. Su padre le enseñó a partir de su lema de vida: orden, limpieza y actitud. Quizá en esa diferencia esté el equilibrio. Y en la promesa de siempre ser un restaurante feliz, tanto para quienes lo dirigen como para quienes lo visitan.
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