Cuando Benoit Clemente atravesó la rompiente de olas nadando sobre su longboard, el público que había llegado a las playas de Hainan, en China, creyó que estaba frente al surfista impulsivo que dos meses antes había perdido frente al estadounidense Taylor Jensen. Ese que abandonaba a la mitad las sesiones de yoga de la selección peruana  de surf para meterse a probar una nueva tabla en el mar, y no podía mantener la calma más que unos cuantos minutos.

Esa misma tarde del  9 diciembre de 2015, cuando dejó pasar las primeras olas, durante la final del Jeep World Longboard Championship, y forzó a Jensen a tomar una serie para quedarse con la prioridad, algunos intuyeron que ya no era el deportista que en 2014 perdió el título mundial –el mismo que había ganado un año antes–. Durante los últimos meses, había estudiado la táctica de su rival a fondo, y entendió que el campeón estadounidense solo había jugado con su impaciencia. Algo que, en un deporte donde hay que dominar las emociones para tomar decisiones frías en pocos segundos, siempre le había jugado en contra.

Pero cuando logró leer la proyección de la ola que lo sacaría hasta la orilla, ya no había dudas: ‘Piccolo’ Clemente –como lo llaman desde niño– recuperaba el título mundial de longboard. Y era, también, un tablista nuevo.

Clemente aprendió a correr olas en las playas de Huanchaco junto a un amigo de sus padres. Nunca ha tenido un entrenador permanente y desde 2012 fabrica sus propias tablas.

Clemente aprendió a correr olas en las playas de Huanchaco junto a un amigo de sus padres. Nunca ha tenido un entrenador permanente y desde 2012 fabrica sus propias tablas.

La historia detrás del campeón

El surfer peruano cree que en el mar no hay días perfectos. Y no es condescendiente cuando dice que reconocer los propios errores le ha ayudado a levantarse cuando se ha ido hasta abajo. Desde que un amigo de sus padres –un francés y una alemana que llegaron a la costa norte del Perú en los años ochenta– le enseñó a correr olas en las playas de Huanchaco, se ha convertido en un self made man. Aprendió lo esencial, sí, cuando tenía 7 años, y poco después ya estaba compitiendo en los torneos nacionales. Su estilo fuerte y sus maniobras radicales se formaron junto a los pescadores y a los tablistas aficionados, y se pulieron con los preparadores eventuales cuando ingresó a la selección peruana. Pero nunca tuvo un entrenador permanente.

Ser campeón mundial tampoco significa que nadie más me va a ganar– dice una tarde de enero, en el dúplex del distrito de Jesús María, donde vive con su hijo, su esposa –la psicóloga María José Cieza– y sus suegros.

Desde que ganó su primer campeonato a los 12 años, el surfer comenzó a ser considerado como una de las promesas de la tabla en un país que ya empezaba a ganar protagonismo en los certámenes internacionales. Pero en 2007, cuando el campeón panamericano de longboard Roberto Meza le propuso probar con la tabla larga, Clemente definiría su destino. Cinco años después ya se había consagrado en el Huanchaco Longboard Pro Perú, y estaba listo para su primer torneo en la Asociación Internacional de Surf, pero se rompió un ligamento interno de la rodilla a la mitad. Faltaba una semana para la prueba.
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Y Clemente, obstinado, desoyó los consejos de los médicos. Se vendó la pierna y, así, logró llegar hasta las semifinales.
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–No quería que una lesión me frustré, y, al final, valió la pena porque pude cumplir mis objetivos.

En los meses siguientes, cuando aún tenía un plan de recuperación intermitente, ganó los Juegos Panamericanos y pocas semanas después se convirtió en el segundo peruano en alcanzar el título mundial de la Asociación de Surfistas Profesionales, un nivel que hasta entonces solo había logrado Sofía Mulanovich.

Clemente, el tablista impulsivo que se formó a sí mismo, ese que había empezado a fabricar sus propias tablas de longboard por el afán de ser el mejor, se había convertido en un deportista de alta competencia, y de pronto hasta las compañías internacionales se interesaban en auspiciarlo.

–Ahora este es mi trabajo– dice a los 33 años.

Había cumplido la fantasía de correr olas para ganarse la vida, comenzaba a entrenar a dos adolescentes que siguen sus pasos –Lucas Garrido Lecca y Jorge Vilchez–, y hacía su parte en torneos nacionales, regionales y latinoamericanos. Pero también tuvo que perder algunos campeonatos cuando menos lo esperaba. Primero fue el Mundial de Longboard, ese  que había ganado un año antes, por confiarse en las condiciones del mar y no llevar distintos modelos de tabla larga –que escoge según el oleaje–. Y luego, aunque seguía una preparación física y entrenaba a doble turno en las olas del Pacífico, se topó con un tablista capaz de sacarlo de foco en los segundos decisivos de las pruebas internacionales. Ese era Taylor Jensen.

–A veces uno piensa que sabe mucho, pero en realidad no sabe nada– dice el nuevo Clemente.

El tablista estadounidense había entendido que estaba frente a un surfer impaciente, y en cada final de serie no hacía más que esperar que Clemente pierda el control y tome la primera ola, aunque no fuera la indicada.
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Entonces, solo remataba su juego con una frescura inverosímil. Pero Clemente también era el deportista puntilloso que buscaba la falla hasta en el mejor día, y comenzó a grabar las competencias para buscar respuestas. Así, entendió la táctica de Jansen, y algo que cambiaría la historia: sus propias debilidades.

Sé lo que es la impaciencia, pero la controlé. Y la voy a usar a mi favor– dice Clemente.

Como si se repitiera a sí mismo que es otro. Como un surfista que encontró el zen.

Por Gloria Ziegler

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