El artista integral
Dayiro Castañeda no es un niño cualquiera. A veces, cuando conversas con él, ni siquiera parece un niño. Es como un adulto metido en el cuerpo de un chico de doce años. Un adulto de metro y medio que baila, actúa, canta y que es también encantador. Cuando habla en televisión, lo hace con una elocuencia y un carisma que muchos artistas desearían tener. No es exactamente un “chiquiviejo”, sino más bien un niño que sabe habitar el mundo de los adultos. Un niño a quien le gusta jugar PlayStation –especialmente Dragon Ball Z, Mario Bros y juegos de pistolas–, ver películas de The Avengers y hacer travesuras con sus amigos del barrio. Un niño que tiene obligaciones en su casa: tender la cama, lavar los platos, ayudar en la limpieza. Pero Dayiro, cuya cuenta de YouTube tiene más de 75 mil seguidores, es también un chico a quien paran en la calle para pedir un autógrafo. Lidiar con la fama es para él tan normal como ir al colegio.
Desde que apareció a los cuatro años bailando en un programa de televisión, Dayiro se transformó en una súbita celebridad. Siempre supo que quería ser artista. Uno de los primeros recuerdos que tiene de sí mismo es bailando en la cuna. A los tres años, ya se había convertido en un minucioso imitador de Michael Jackson. Asegura que nadie le enseñó a bailar: su relación con la danza es tan instintiva que, en vez de aprender los pasos, los inventa. Cuando tenía seis, Don Francisco lo invitó a su programa en Miami, en donde bailó música disco y contó algunos chistes. Con el tiempo, Dayiro ha incursionado también en el canto y la actuación. La primera miniserie en la que trabajó fue Gamarra, en donde interpretó a un niño pobre que pierde a su padre. “Me costó llorar, pero al final logré botar algunas lágrimas”, recuerda el chico que está acostumbrado a sacarnos una sonrisa. Su breve carrera actoral es nutrida: ha aparecido en las miniseries Mi amor el guachimán, Vacaciones en Grecia, Locuras de amor. Sin embargo, su fama nacional llegó con ¡Asu Mare!, cuando interpretó a Carlos Alcántara de niño. Entonces dejó de ser el muchacho bailarín para convertirse en un actor de masas.
Ciudadana del mundo
A Francisca Aronsson no le gusta verse en la pantalla. Le da vergüenza. Su familia suele gritar de emoción cada vez que la ve, pero ella no. Prefiere mirar sus actuaciones cuando está sola: dice que necesita calma para analizar su desempeño. Francisca es muy crítica consigo misma y siempre siente que comete errores. Lleva tan solo dos años como actriz, pero ya ha participado en cinco telenovelas, tres películas y dos obras de teatro. A veces ni ella misma se lo cree. Cuenta que nunca pensó actuar en Al fondo hay sitio, una telenovela que veía cuando vivía en un pueblo pequeño de Bolivia. Sin embargo, siempre supo que sería actriz. Era algo que solía decirle a su madre desde que tenía cuatro o cinco años. Que necesitaba cumplir muy pronto su sueño. Y así fue: su primera actuación ocurrió en Amor de madre, a los ocho años. Desde ese momento, todo empezó a suceder.
Francisca y las cámaras siempre se han llevado bien. Cuando tenía dos días de nacida, un fotógrafo pidió retratarla para un afiche del Ministerio de Salud de Suecia, país en donde nació. Sin saberlo, ya desde entonces se había convertido en modelo. Unos meses después, en un evento sobre políticas inmigratorias, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, vio a Francisca con sus papás y pidió cargarla. Luego la llevó a donde estaba Mario Vargas Llosa y le dijo: “Mira a esta niña sueca y peruana”. Vargas Llosa la observó un instante y respondió: “Ella no es peruana ni sueca, es ciudadana del mundo”. No se equivocó. A sus diez años, Francisca ha vivido en cinco países distintos: España, Suecia, Argentina, Bolivia y Perú. Ha conocido ciudades como París, Copenhague, Lisboa, Roma, Bogotá y Los Ángeles. Y asegura que va a conocer más. Específicamente, el mundo entero.
Texto: Juan Francisco Ugarte
Fotos: Paolo Rally
Asistente de Fotografía: Mariana Devoto
Maquillaje y Peinado: Fabiola Baca
Estilismo: Sara Vílchez
Producción: Aissa Chrem, Paola Gianino
Agradecimientos: Forever 21, Zara, GAP.
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