Finalmente, llegó el día. A partir de hoy, y en medio de una crisis producida por la pandemia del coronavirus, los duques de Sussex ya no forman parte de la realeza «senior» de la Corona Británica. El príncipe Harry y Meghan Markle se despidieron formalmente de sus seguidores en su cuenta de Instagram, en la que aseguraron que esperan volver a estar conectados muy pronto. En esta columna de Amadeo-Martín Rey y Cabieses, vislumbramos lo que les depara el futuro inmediato.
Por Amadeo-Martín Rey y Cabieses*
Lo primero que sorprende, pero no lo único, del caso Harry-Meghan es la enorme generosidad de la augusta abuela del príncipe. Elizabeth II, auténtico ejemplo –universalmente reconocido– de monarca reinante, les ha prohibido el uso del adjetivo “royal”, pero mantiene abiertas las puertas de palacio y la posibilidad de volver a la situación anterior. Vana esperanza, me temo, pero no deja de ser, en cierto modo, enternecedor que la ilustre anciana de voluntad firme y mano enguantada mantenga los brazos abiertos, émula contemporánea del padre del hijo pródigo. La familia real británica se caracteriza por una larga historia de claroscuros, éxitos y fracasos, que han jalonado un camino repleto de vericuetos y trampas, sorteados hasta ahora para lograr mantener la Corona casi incólume y con una pública aceptación bastante más amplia que la de la mayoría de los presidentes de repúblicas.
Estaba acordándome hoy del caso de Maria Anne Fitzherbert, nacida Smythe, amante católica de George, príncipe de Gales, luego convertido en el rey George IV, con el que se casaría en secreto en diciembre de 1785. El matrimonio fue considerado nulo y él fue obligado a casarse con su prima, la princesa Caroline de Brunswick, pero siguió viendo a Maria Anne, con la que llegó a vivir varios años. A la muerte del rey, se descubrió que había conservado todas sus cartas, que fueron luego destruidas. William IV, sucesor de George, le ofreció hacerla duquesa real, pero ella declinó dignamente la propuesta.
Cito este caso porque a veces perdemos la perspectiva y no caemos en la cuenta de que la longevidad de las instituciones suele estar por encima de las cortas vidas de los seres humanos. Cuando pase el tiempo, el curioso episodio en el cual un díscolo príncipe real eligió, por amor a su esposa y con el decidido impulso de esta, abandonar parte de su estatus para vivir una vida que, por cierto, a pesar de sus ingenuos deseos, nunca dejará de ser objetivo de los medios, quedará olvidado. Constituirá solamente objeto de estudio de quienes, como yo, tienen la pintoresca afición a la historia de las familias reales.
Los quiméricos deseos de ser independientes financieramente, estar alejados de los focos o vivir siempre fuera de Inglaterra se verán matizados por una descarnada realidad. La juventud de los regios tortolitos permitirá que los años por venir nos muestren adaptaciones y nivelaciones hoy aún no imaginadas. Se habla de un futuro alejamiento total de la familia real a partir del día D del “Megxit”, el 31 de marzo. Lo pongo en duda. Es verdad que querían seguir apoyando a la soberana en diversas actividades, pero todo “divorcio” exige un periodo de reflexión posterior del que, en ocasiones –y solo en ocasiones–, surge un civilizado retomar las pasadas relaciones, aunque sea a una discreta distancia.
Se van fuera, pero mantienen Frogmore Cottage abierto, tras una millonaria reforma. Dejan de ser Altezas Reales, pero no renuncian a su condición de duques de Sussex ni Harry a sus derechos sucesorios. Quieren vivir solo a su costa, pero no repudian las inyecciones económicas procedentes del ducado de Cornwall. Vuelven a Londres tras dos meses de alejamiento y son abucheados. Veremos, por lo tanto, a mi juicio, toda una serie de tiras y aflojas hasta que una y otra parte se encuentren más cómodas de lo que hoy se hallan. Las placas tectónicas causantes del terremoto volverán a acoplarse aunque adquieran forma diferente.
Por supuesto, los románticos somos tan mentecatos como para pensar que el amor mueve montañas o, en este caso, traslada residencias. Pero hasta los más románticos debemos, por nuestro bien, utilizar las neuronas para racionalizar nuestras vidas. Que San Enrique y Santa Margarita les ayuden también a seguir adelante con sus labores benéficas, uno de los más loables objetivos de todo príncipe.
*Doctor en Historia. Doctor en Medicina. Académico de Número y Director de Publicaciones de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia.