Como si el cambio climático se metiera ahora en todo, los veranos y las primaveras se han vuelto cortos y los inviernos y otoños más largos que nunca para nuestro ahora frágil crecimiento económico. El pronóstico es que tendremos temperaturas en picada, sin que la tropical política de siempre sirva de estufa apropiada, pues su riesgo de sobrecalentamiento es en extremo preocupante.

Así, con la política sobrecalentada e incierta en su rumbo, y con una economía, por eso mismo, desprotegida, nos asomamos a una peligrosa situación de parálisis en la gobernabilidad del país, por la que gobernantes y gobernados comparten responsabilidades juntamente con la intermediación política entre ambos.

Pedro Pablo Kuczynski y el presidente del Consejo de Ministros Fernando Zavala no han sorteado con eficacia las últimas crisis.

Lo que hemos visto en las últimas semanas es que ni el gobierno ni el Congreso están en condiciones de enfrentar, manejar y resolver una crisis. El gobierno trata de esconderla o llevarla, hasta las últimas consecuencias, en la mochila. Suele corregir algo al final del camino o del abismo, cuando debió haberlo hecho al comienzo, como lo ocurrido con Chinchero. Hace del desgaste de cada sector, y de cada ministro que lo representa, un motivo de defensa irreductible. Los ministros se sienten elegidos, como el presidente, por cinco años. No quieren aceptar que ellos son los fusibles cambiables y recambiables. De ahí que le teman a las interpelaciones en lugar de sacar fortalezas (si es que las tienen) de las debilidades de sus gestiones.

FUERZA PERTURBADORA

La mayoría parlamentaria fujimorista, por su parte, parece vivir del fácil aprovechamiento de cada crisis gubernamental para ahondarla en lugar de moderarla o encauzarla a una solución; y se detiene en revivir en cada tropiezo del presidente Kuczynski el recuerdo de hace un año del triunfo electoral de este sobre Keiko Fujimori, triunfo que Fuerza Popular no solo no admite sino que transforma en inacción legislativa propia y en oposición notoriamente perturbadora.

La mayoría parlamentaria fujimorista tarda demasiado en reconocer que no está haciendo de su fuerza precisamente un factor políticamente rentable.

La mayoría opositora presentó una moción para interpelar a otro ministro del actual gobierno: esta vez será el turno de Carlos Basombrío.

Por el contrario, la está empleando mal. No hay desgaste gubernamental que no esté acompañado del desgaste opositor congresal. No hay pérdida de piso congresal que no sea consecuencia de la pérdida de piso gubernamental. Baste ver las cifras de todas las encuestas acumuladas hasta hoy para constatar los similares niveles de desaprobación a uno y otro lado, incluida la que toca a sus respectivos liderazgos. Si el gobierno no está bien en su desempeño, el Congreso tampoco. De ahí que bajar los niveles de turbulencia política y sus perniciosos efectos depende del presidente Kuczynski y de Keiko Fujimori, pero también de sus asesores y operadores políticos, que compiten más por quién añade leña al fuego y quién pone más veces contra las cuerdas a su adversario, que por abrir canales de diálogo, concertación y consenso.

Temas centrales como, por ejemplo, la reforma electoral, clave para el ordenamiento de una representación de poder más idónea y confiable que la que hemos elegido en los últimos años, pasa hoy en día por la espada de Damocles del fujimorismo, en el marco de la ironía de que justamente el fujimorismo le debe al país la reconstrucción de su institucionalidad democrática, gravemente dañada entre los años 1990 y 2000.

Tras las denuncias mediáticas y la revelación del audio de su conversación con el ministro Thorne, el destino del contralor Édgar Alarcón es por ahora incierto.

El toque de alerta del punto muerto al que hemos llegado en gobernabilidad está ahí, latente y preocupante. Quien no quiera verlo que asuma la responsabilidad que le corresponde. No hay peor ciego que quien no quiere ver. No hay peor sordo que quien no quiere oír.

Fuerza Popular está en una apuesta de oposición ciega a un gobierno y a un presidente que se irán a plazo fijo, el 28 de julio de 2021. Pedro Pablo Kuczynski y Peruanos Por el Kambio no serán más alternativas de poder a partir de ese momento. Los contendores de Keiko Fujimori serán otros líderes y otros partidos. 

Nada ni nadie descarta que tengamos nuevamente y de manera más amenazadora que nunca el fantasma de un antisistema radical. ¿Cuál es entonces la estrategia de una mayoría parlamentaria fujimorista pendiente casi el cien por ciento de su tiempo en esperar los fracasos del actual gobierno? ¿Trabajar para que el descontento de hoy sea el descontento de mañana y consiguientemente el descontento no solo contra el gobierno sino contra el Congreso y el sistema democrático también? No habrá manera de separar un posible eventual fracaso del gobierno, de aquí a 2021, sin el acompañamiento de un posible eventual fracaso del Congreso.

Por Juan Paredes Castro

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