Venecia, una ciudad históricamente azotada por las pestes, tuvo que sobreponerse a una nueva epidemia para lograr que se realizara la Bienal de Arquitectura.
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El evento, que tras varias postergaciones se inauguró con un año de retraso y permanecerá abierto al público hasta el 21 de noviembre, cuenta con ciento doce propuestas alrededor de un programa que, debido al contexto, creció en relevancia. Estas son las más destacadas.
Por Laura Alzubide / Fotos de Andrea Avvezù
A pesar de que fue planteado mucho antes, el lema de la Bienal de Arquitectura de Venecia resultó tan significativo como premonitorio: ¿Cómo viviremos juntos? El comisario, el arquitecto libanés Hashim Sarkis, se anticipaba de esta manera a uno de los mayores retos del mundo pospandemia. “Necesitamos un nuevo contrato espacial. En el contexto de las crecientes divisiones políticas y las crecientes desigualdades económicas, pedimos a los arquitectos que imaginen espacios en los que podamos vivir juntos generosamente”, instaba Sarkis de un modo urgente. Y así, mientras el evento se retrasaba una y otra vez, la respuesta a este planteamiento adquiría mayor relevancia.
Desde el comienzo, los pabellones nacionales se alinearon con las necesidades de los tiempos. El alemán está desnudo, salpicado de códigos QR que responden a las cuestiones planteadas.
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Algunos, como el australiano y el canadiense, permanecen vacíos. Otros, directamente, no han podido asumir el costo de sus muestras. El distanciamiento social y la inmersión digital, términos fundamentales de la nueva convivencia, son las novedades de una bienal que tardó en concluir el montaje de la exhibición, tomar las fotografías que ilustran esta nota y otorgar sus premios. Al final, los miembros del jurado, entre los que se encuentra la arquitecta peruana Sandra Barclay, dieron su veredicto el 30 de agosto.
Arquitectura colaborativa
Una de las propuestas más llamativas es la de Alejandro Aravena, quien aborda el conflicto mapuche en su instalación en el Arsenale. Otra latinoamericana, la mexicana Fernanda Canales, reinterpreta el tema de las vecindades, con maquetas de edificios multifamiliares de uso mixto dispuestos alrededor de patios con servicios compartidos. La convivencia social se aborda de formas diferentes, aunque complementarias, y todas de enorme interés para las urbes de nuestra región. Sin embargo, este año, América Latina se fue de vacío y el León de Oro recayó en el estudio alemán raumlaborberlin, que, en “Instances of Urban Practice”, presentó dos proyectos guiados por un inspirador enfoque colaborativo.
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En cuanto al León de Oro a la mejor participación nacional, el premio fue otorgado al pabellón de Emiratos Árabes Unidos. “Wetland”, una propuesta extraña estéticamente pero audaz en concepto, es una invitación a pensar en la relación entre los residuos y la producción. El punto de partida son los desiertos de sal natural, capaces de producir los ladrillos sostenibles listos para reemplazar al hormigón, como demuestra la informe estructura que se encuentra en el centro del espacio expositivo. Obtuvieron menciones especiales los pabellones de Rusia y Filipinas.
La participación peruana
Aunque no se llevaron premio, Alexia León y Lucho Marcial destacan en Venecia con la instalación “Interwoven”. En ella proponen un tejido fabricado con dos mil bloques móviles de madera amazónica, que puede modificarse rotando las piezas, para ampliar el diálogo desde las instalaciones y los fabricantes hasta los visitantes de la exhibición. ¿Cómo podemos entrelazar e integrar transiciones e interacciones sociales disolviendo los límites entre exterior-interior, entre lo público y lo privado? Esta es la cuestión que, asimismo, proponen los arquitectos del estudio Leonmarcial.
El pabellón peruano fue uno de los tantos que se retrasaron en el montaje. En “Playground. Artefactos para actuar”, el curador Felipe Ferrer transforma las rejas –un elemento de segregación y fragmentación urbana– en una escenografía lúdica. Una escenografía que se quedó a medias, porque la reja nunca se pudo abrir para que el público recorriera los artefactos de la muestra, más propios de un campo de juegos que de un condominio cerrado, e interactuar con ellos. Solo quedó mirar desde afuera.
A pesar de las dificultades en el proceso de montaje, cuyas coordinaciones se realizaron a distancia, se logró un nuevo nivel de colaboración entre los curadores de los pabellones nacionales. Las reuniones virtuales, celebradas desde marzo del año pasado, hicieron posible que profesionales de casi cincuenta países intercambiaran ideas, encarnando el nuevo contrato que promulgaba Sarkis en su presentación.
“Ahora tenemos un par de ojos diferentes sobre cómo vemos el mundo debido a la pandemia. Pero los problemas siguen siendo los mismos. La pandemia ayudó a enfocarlos y a acelerar el tipo de respuestas que nos habíamos resistido a dar”, señaló el arquitecto libanés sobre unos cambios ya no son solo necesarios, sino también imperativos.
Fotos: cortesía de La Biennale di Venezia
Artículo publicado en la revista CASAS #296