Diseñada por JSa Lima / Irvine Torres, esta casa se enclava sutilmente en un cerro empinado y permite que la roca ingrese al espacio interior. Conexión con la naturaleza, grandes alturas y techos que se aprovechan para lograr la máxima experiencia costera.

Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

JSa Lima / Irvine Torres

 Frente a la pendiente muy marcada, con un ángulo de casi de 45 grados, el reto para la casa era apropiarse de la topografía sin agredirla. Así lo entendió el arquitecto Irvine Torres, socio del estudio JSa y director de la oficina en Lima. Sobre un cerro de la playa Poseidón, el diseño buscó “la forma más sutil para apropiarse del terreno”, describe Torres. La casa parece aceptar la inclinación natural del terreno, y se desarrolla en lo que el arquitecto llama terrazas incas o andenes, una figura que ya antes ha inspirado el trabajo del estudio. Así es la volumetría del edificio que empieza a escalonar el terreno. Y dentro de esa volumetría se va a establecer el programa de la casa. 

JSa Lima / Irvine Torres

El nivel superior, que es el acceso hacia la pista, busca ser poco protagónico y más bien perderse en el entorno. A esa intención sirve la elección de material y de color, apostando por un concreto natural y por otro de tipo rojizo que se relaciona con el paisaje de cerros que rodea la playa. Esto se completa con un paisajismo de vegetación desértica. Es un volumen muy sencillo, que simplemente funciona como un recibidor y hace la transición en las secuencias de la casa. Tras esas primeras paredes está la escalera que inicia la circulación vertical que conecta cada nivel de la casa. La piedra del cerro acompaña el descenso. “Fue una de esas decisiones que se toman en el proceso”, acota Torres. “Inicialmente iba a ser un muro, pero vimos que la piedra queda muy bonita, así que decidimos solo limpiarla y dejarla expuesta, y que sea parte de la secuencia de la casa”. Esa decisión logra que el cambio entre exterior e interior no sea abrupto, y que la sensación sea de inmersión en el cerro. Demuestra que la naturaleza no tiene por qué perderse a medida que uno se interna en la casa.

El siguiente nivel está compuesto por dos habitaciones: el dormitorio principal y el de visitas, ambos articulados por una ventana que enmarca el paisaje. Desde este nivel se descubre la doble altura de la sala. La vista alcanza hasta la terraza si las cortinas están descorridas. 

JSa Lima / Irvine TorresCotidianidad permanente

Los propietarios querían una casa que se pueda usar todo el año. En la que se pueda vivir y no solo visitar temporalmente. La sensación entre ambas situaciones es muy distinta. Un pedido de los propietarios, que tiene mucho que ver con esta necesidad, fue tener una chimenea en la sala. Hay otros encargos que responden a la memoria personal de la familia, como el horno de barro en la terraza y el uso del celeste como toque de color. La calidez del espacio también está garantizada por las texturas de los materiales elegidos: para el piso se colocó un travertino nacional cuya veta y color conversan con la piedra del cerro, y que al no estar muy sellada produce la sensación de estar caminando sobre arena. Todo hogar está hecho de detalles.

JSa Lima / Irvine Torres

El estudio no solo se encargó de la arquitectura sino también del interiorismo y el diseño de buena parte de los muebles. Como de las mesas de centro de la sala, inspiradas en las nubes de Calder y pensadas para jugar con ellas y configurarlas de formas distintas. O como las mesas de apoyo con lámparas integradas, y los libreros a manera de barandas de escalera.

La conexión entre el interior y la terraza de la piscina tiene una función recreativa pero también contemplativa. Afuera, la piscina y la zona de tumbonas queda a un lado, y separado por las escaleras está el comedor exterior. Ambos espacios se desarrollan sobre el techo de las habitaciones de los niños, que son dos bungalows divididos por un patio. “Esta zona es el resultado de lo que en arquitectura se llama la quinta fachada”, explica Irvine Torres. “Nos apropiamos de esa superficie superior con la actividad cotidiana. No es el remanente de la casa, sino el gran lugar de uso y encuentro”. La inusual privacidad del cuarto de los niños va acompañada de una conexión visual desde cualquier punto del interior y del exterior. Y garantiza algo de suma importancia: que la casa sea flexible y se adapte al paso del tiempo. Ahí pasarán mucho más de un verano.

JSa Lima / Irvine Torres

Artículo publicado en la revista CASAS #241