La escena es la siguiente: en un programa de televisión, el primer ministro canadiense se emociona hasta las lágrimas al escuchar el relato de un refugiado sirio que llegó a Canadá escapando de los horrores de la guerra. Se trata de Vanig Garabedian, un ginecólogo que junto a su familia fue uno de los 163 elegidos que aterrizaron en diciembre de 2015 en Toronto, acogiéndose a la promesa de campaña de Trudeau, quien aseguró que recibiría al menos a 25 mil refugiados. Hoy, a poco más de un año de mandato, esa cifra ya fue superada; son más de 35 mil refugiados, el doble de los recibidos por Estados Unidos. “Aterrizamos en el aeropuerto de Pearson y la primera persona que nos estrechó la mano, literalmente, fue el primer ministro”, contó Garabedian, para seguir con el relato de su vida actual en ese país.
Las lágrimas de Trudeau llamaron la atención en gran parte del mundo y se expandieron rápidamente por las redes sociales, que ya aman al carismático y guapo líder canadiense, la antítesis perfecta de Donald Trump.
El mundo ya conoce el pensamiento y las promesas de campaña de Trump, y el estilo que lo llevó a convertirse en el hombre más poderoso del mundo no parece en vías de moderarse. Sin ir más lejos, en su discurso en la Conferencia Anual de Conservadores Estadounidenses dejó en claro que para él no existe una moneda o una bandera global, algo paradójico para un multimillonario que amasó su fortuna en los inicios del mundo globalizado y del libre mercado. Pero lo que más llamó la atención fueron declaraciones del tono “yo no represento al mundo, represento a Estados Unidos”. Con esas palabras, para algunos, Trump dejaba de ser el “líder del mundo libre”, un cargo autoimpuesto por otros hombres que ocuparon el Salón Oval antes que él.
No hay que buscar muy lejos para encontrar a quien podría apoderarse de ese papel: la respuesta está al otro lado de la frontera y se llama Justin Trudeau. Precisamente, una de las fortalezas en la imagen del líder canadiense ha sido su política de refugiados y la respuesta que lanzó a Estados Unidos el mismo día que comenzó a regir el polémico veto migratorio de Trump contra ciudadanos de siete países árabes, el que ahora está suspendido por la justicia de ese país. Ese día, Trudeau dijo: “Bienvenidos a Canadá”. Pero el país ha ido más allá; ha permitido la entrada de inmigrantes ilegales provenientes de Estados Unidos.
LAS CRÍTICAS
Muchos canadienses, así como iniciativas de carácter privado en Canadá, han ayudado a incrementar la cifra de refugiados, haciéndose partícipes y sacando dinero de sus propios bolsillos. Alumnos de distintas universidades donan desde uno hasta veinte dólares y recaudan fondos que van en beneficio de la llegada de refugiados a Canadá. Algunas de estas campañas han logrado juntar hasta seis millones de dólares. Otras familias reciben en sus hogares a las personas que escapan de la guerra en Siria, las mantienen y las ayudan a encontrar un trabajo.
Esta situación ya ha propiciado críticas provenientes de la derecha en ese país –recordemos que el gobierno de Trudeau es de centroizquierda–, y también de algunos medios de comunicación, que consideran que el líder canadiense se ha aprovechado de esta situación armando “shows mediáticos” al momento de recibir a los refugiados, con el fin de elevar sus índices de popularidad.
La cadena Al Jazeera comentó, al inicio de la llegada de refugiados, en diciembre de 2015: “La mayoría de los canadienses no viaja en jets del gobierno, no recibe tratamiento de alfombra roja, no pasa por las filas de equipaje y el despacho de las fronteras, y no es recibida por su recién electo primer ministro Justin Trudeau”.
El flanco interno es otro tema. Sectores políticos de derecha ya comenzaron a levantar la voz, y advirtieron que la “generosa” política de inmigración y de ayuda a refugiados se le puede escapar de las manos al gobierno. Ante el aumento de inmigrantes provenientes de Estados Unidos, la policía canadiense dijo hace unas semanas que había reforzado su presencia en la frontera de Quebec, a través de la creación de un centro temporal de refugiados.
Por Jonathan Reyes
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