Es lógico admirar a los países que abrazan sus raíces y fortalecen su identidad.
Por Vanya Thais
No solo hablamos de las grandes potencias europeas, que cuidan su patrimonio y aprenden del pasado, con miras al futuro (al menos las que no caen en las garras del socialismo); sino también países como Paraguay, que ha abrazado su identidad creando estabilidad en el tiempo, contra viento y marea.
Aquí, en cambio, los diferentes grupos políticos se pelean por ver qué grupo cultural merece ser más “peruano”, sin tener en cuenta que somos, como dice la canción, sangre inca y española. Nuestra identidad es muchísimo más amplia y va 5.000 años más atrás, a Caral, que demostró al mundo que la humanidad no inició su proceso de civilización a través de la guerra, sino con paz. Un milenio de paz.
Si cambiáramos la forma de hacer política y tuviéramos un enfoque de paz, todo sería distinto. Por eso debemos cambiar el enfoque de la mal llamada “seguridad ciudadana”. Este es un concepto desfasado que está sustentado en una ley (caviar) que se promulgó en el gobierno de Alejandro Toledo, dejando mil y un vacíos legales de los que se han aprovechado los caviares para intentar seguir destrozando a la institución policial.
El concepto que debemos manejar en este momento es “seguridad humana” y este debe tener enfoque de paz. La seguridad humana contempla seguridad para crecer, para invertir, para desarrollarse, para educarse, para amar y para servir. El factor humano es el más importante. Es mucho más complejo que simplemente “cuidar las calles”. Las calles no necesitan cuidado, las personas sí. ¿Quién tiene como función constitucional preservar el buen uso de los derechos y libertades de las personas? La Policía Nacional del Perú.
La Policía Nacional del Perú empezó su proceso de decadencia tras la unificación de las tres fuerzas policiales, quitándole mística e historia a tres orgullosos cuerpos que tenían clara su misión. La seguridad ciudadana es una gran excusa para hacer crecer el serenazgo y ensalzar la figura de la “no agresión” y la preservación de los “derechos humanos”. Por eso veíamos a un eufórico Gino Costa reclamando la falta de muertes de efectivos policiales, cuando habían delincuentes abatidos. Años más tarde, él y el Sr. De Belaúnde estarían presentando el Proyecto de Ley de Distritos Seguros, subordinando a la policía a las municipalidades, cuando lo que necesita la institución es una verdadera reforma policial.
Una posible reforma debe plantear seguridad humana con enfoque de paz, abrazando el legado histórico de nuestro país, desde Caral hasta esta etapa republicana. La reforma debe hacer hincapié en la prevención de los delitos y faltas, mejorando la calidad de vida del personal policial, retirando a los elementos que corrompen la institución y juzgándolos en el fuero común para que ya no contaminen más el fuero militar policial. Nuestra policía debe tener capacitación constante y ser la encarnación viva de la ley, por lo que deben volver a estudiar derecho de policía y saber perfectamente cómo aplicar el principio de discrecionalidad.
No podemos permitir, como peruanos, que el marxismo destroce a la Policía Nacional del Perú. Empecemos por entender su función, por conocer su historia, por agradecer su lucha contra el terrorismo y por recordar que no todos están subordinados al sombrero, pero les toca resistir. Cuando llegue el momento de hacer una reforma sin injerencia de quienes pretenden petardear la institución, se hará para finalmente tener una Policía renovada y empoderada por su identidad peruana.
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