Conclusiones de un paro, varias marchas y la narrativa imperante en las redes sociales.
1) La derecha bruta no es achorada. Lindas vigilias y globos de cantoya, música y pancartas. Pero pocos resultados. Marcha que no causa destrozos no es marcha. Cierto nivel de violencia es parte de la épica de todo activista, junto con saborear el gas lacrimógeno, recibir el porrazo de un policía y terminar en algún bar de Lince, contando las hazañas a los amigos. Esa es la mística de la protesta.
Pero en la derecha solo se ven riñas internas, algunos oradores que no calientan la plaza ni con antorchas y el negocio en que se convirtieron las marchas de la oposición a Castillo.
Por supuesto, al primer panel roto por la derecha les hubieran dicho fascistas, como que se los dijeron. Lo que nos lleva al punto 2.
2) La izquierda (casi) siempre impone su narrativa. Si el Congreso censura ministros es obstruccionista. Si no lo hace, es cómplice. Si rompen una caseta son fascistas, trumpistas con antorchas y ‘fachalecos’. Si no la rompen, son lornas, pecho fríos, hijitos de papa.
Pero a los que saquean mercados en Huancayo les importó un carajo el apanado de un puñado de pavos en Twitter. Cuatro muertos, decenas de detenidos y cientos de heridos. Y nadie los funa en sus casas. Lo que nos lleva al punto 3.
3) A punta de linchamientos digitales y cultura de la cancelación, la opinión pública se vigila, castiga y autocensura a través de las redes sociales. Es el nuevo panóptico 2.0. O estás de acuerdo conmigo o eres impresentable. O piensas como yo o eres fake news. O te indignas o te lincho. Los disidentes son aislados, apanados o simplemente ignorados. Y la prensa televisiva pisa el palito y repite lo que un puñado de influencers cacarea espontáneamente y de forma gratuita.
Y en el mundo digital, allí donde la indignación es la criptomoneda y el moralismo mueve el algoritmo, gana la turba que más grita y se ofende, rasgándose las vestiduras para la tribuna. Indignación, moralismo, superioridad moral. Es el lenguaje binario de la izquierda. Lo que nos lleva al punto 4.
4) “Gane quien gane, la historia la escribe la izquierda caviar”. Lo dijo un politólogo y tiene un punto. Mirtha Vasquez, Sagasti y Olivares presentan libros y/o publican libros. En cambio la derecha solo va a las librerías para escrachear. No es verdad pero es la percepción que se ha impuesto, que no es lo mismo pero es igual. La intelectualidad (es un decir) es mayoritariamente zurda, o al menos lo aparenta. ¿Hace cuanto que la derecha que no ha leído a Riva Agüero pide un nuevo Riva Agüero?
Salvo honrosas excepciones —como Beltrán y sus herederos periodísticos— a la derecha contemporánea nunca le preocupó la opinión pública ni la discusión de ideas. Pensaron que ganando la batalla real ganarían también la batalla de las ideas. Grave error. Aunque tuvo la razón sobre el modelo económico (y sobre varios otros temas), la derecha suele ser gruesa, tosca y muy mala para el análisis político. Y aunque suele estar frecuentemente equivocada, la izquierda es experta en narrativas. Mientras la derecha busca el status quo, la izquierda impone su épica, sus batallas y sus héroes. No importa que estas no se reflejen en los hechos: la palabra crea la realidad. “Hágase la luz”, y la nueva Constitución refundará el país.
La izquierda no tendrá las mejores respuestas, pero hace las mejores preguntas. Y así como cierta izquierda no sabe gobernar, cierta derecha no sabe ser oposición.
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