El indignante ataque a Salman Rushdie nos devuelve la perspectiva. 
Por Carlos Cabanillas
La democracia liberal es ferozmente crítica con los errores de su propio sistema. Sus activistas censuran, funan y cancelan personas, instituciones y expresiones culturales en respuesta a supuestas microagresiones, inequidades y fascismos simbólicos.
Pero ese mismo activismo —tan autoritario en países libres— relativiza a los verdaderos sistemas patriarcales. Dictaduras reales donde la disidencia se castiga con la muerte o la prisión. Estados totalitarios donde el periodismo simplemente no existe. Fundamentalismos donde la ofensa no se responde con un tuit sino volando al otro en pedazos. Perspectiva.
“Nadie tiene derecho a que no lo ofendan. Ese derecho no existe”, le explica Rushdie a esta generación. “Si alguien se ofende, es tu problema y no pasa nada: muchas cosas ofenden a mucha gente. Si no le gusta un libro, lea otro. En el momento en el que decimos que cualquier sistema de ideas es sagrado, ya sea un sistema de creencias religiosas o una ideología secular, en el momento en que declaramos que un conjunto de ideas es inmune a la crítica, la sátira, la burla o el desprecio, la libertad de pensamiento se vuelve imposible.”
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