Apuntes de un subalterno sobre la monarquía británica y el (pos)colonialismo desde el ex virreinato del Perú.

Por Carlos Cabanillas

Elizabeth II asumió el trono en 1952. Era un mundo de hombres viejos. Pero la realidad  cambió con ella. Llegó el rock, la píldora, la segunda ola feminista, la revolución sexual, los asesinatos de Malcolm X y Martin Luther King, Mayo del 68, Woodstock, el hombre en la Luna y el Muro de Berlín. Qué mejor que una joven reina para marcar el largo siglo XX, que le perteneció a las mujeres y los jóvenes. Fueron tiempos de luchas por los reivindicaciones sociales. Y esa revolución sí fue televisada.

Elizabeth II supo llevar con sobriedad un siglo de revueltas y espectacularidad, posando al lado de rockeros, actores  y caricaturas animadas. Pero también apoyando sutilmente a políticos como Nelson Mándela, para cólera de Margaret Thatcher. Sin ser feminista, demostró que una mujer podía encabezar la Mancomunidad de Naciones, reinar sobre el imperio más grande y longevo del mundo, trabajar por primera vez con tres primeras ministras y mantener su apellido de soltera. Fue una reina pop, en el sentido más amplio del término. No por nada fue retratada por Andy Warhol.

La historia del rey será muy distinta. Si Elizabeth II se coronó como una mujer joven, Charles III asume el trono como un hombre viejo. Y qué peor que un hombre blanco, mayor y privilegiado para estos tiempos en que se cuestiona el patriarcado. Pocas cosas más difíciles que defender al nuevo rey de las estudiosas de género, los activistas anti racismo y los críticos del colonialismo. Sobre todo tras ver sus cuitas con los lapiceros.

Incluso en Perú, no faltaron quienes reaccionaron al fallecimiento de la reina atacando a la monarquía como un concepto lejano y criticando su sola existencia en pleno siglo XXI. Pero lo que el progresismo peruano olvida es que el concepto no nos es del todo ajeno. Nuestra historia pasó del imperio inca al virreinato (no a la colonia, como se malinterpreta). Y si se le hubiera hecho caso a San Martín, la transición de una monarquía constitucional a una república peruana habría sido menos caótica. También olvidan que las críticas al colonialismo empezaron en el propio Reino Unido.

Los estudios culturales surgieron en Inglaterra, allí donde Marx vivió y centró su análisis. Y fueron los propios académicos británicos de la segunda mitad del siglo XX quienes empezaron a estudiar conceptos como poscolonialismo, subalternidad, posmarxismo o hegemonía cultural. Autores británicos como Raymond Williams, Richard Hoggart, Richard Dyer y Paul Willis se unirían a Stuart Hall, jamaiquino afincado en Inglaterra. Otros pioneros fueron los indios Homi Bhabha y Gayatri Spivak, quienes desde la ex colonia conquistaron la academia británica. Lo mismo hicieron intelectuales en Canadá y Australia. Fue así como el propio imperio hizo su autocrítica. Y es así como hasta para criticar al colonialismo cultural la izquierda local sigue siendo ‘colonizada culturalmente’ por Europa.

Con Charles III, la discusión sobre el futuro de la monarquía recién empieza. Y si la reina vio a varias de sus ex colonias independizarse, es seguro que el rey verá lo mismo. Pero también es probable que Charles III le imprima otro estilo a su reinado. Ya ha demostrado su sensibilidad de hombre beta en temas sociales, su admiración multiculturalista por la religión del Islam y su preocupación por la ecología y la sostenibilidad ambiental. Muy probablemente será un rey verde que promoverá el fin de la dependencia de los hidrocarburos (sobre todo tras la guerra eslava). Y quizás él mismo, inteligentemente, lleve la autocrítica del proceso colonial a otro nivel. No sería la primera vez que el Reino Unido sepa retroalimentarse de los excesos de su propio pasado. Por algo los británicos son los maestros de la real politik: porque sobreviven a todo. Y su tradición política es tan fuerte que no necesitan de una Constitución.

Pero no hay que perder la perspectiva histórica de las críticas. Y sobre todo la honestidad intelectual. Porque parte de la izquierda académica no busca comprender el proceso colonial sino solamente utilizarlo políticamente para dividir al país y pescar a río revuelto. Un gran ejemplo es la izquierda peruana, que ha buscado lavarle la cara al gobierno de Castillo, sobreinterpretando gestos populistas y deconstruyendo “simbolismos” detrás de chacchar coca, blandir el machete, disfrazarse de campesino o  utilizar el quechua. Porque no es que a Bellido se le haya dado por estudiar postestructuralismo. Pasa que la retórica posmoderna de ciertos políticos no es más que un simple intento por victimizarse y utilizar a los tontos útiles de la academia para capitalizar el rencor histórico.

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