La nueva terminal de transportes del renovado World Trade Center de Manhattan recuerda, en palabras de su autor, a un ave liberada de las manos de un niño, y consigue cerrar la herida creada por los atentados del 11-S en la zona.

Por  José María López de Letona

Santiago Calatrava (Valencia, 1951) es uno de los grandes de este siglo. Entre los premios y reconocimientos que ha recibido el arquitecto destacan el Príncipe de Asturias de las Artes en 1999, el Premio Nacional de Arquitectura de 2005 y el Premio Europeo de Arquitectura de 2015. Es Doctor Honoris Causa por algunas de las universidades más prestigiosas del mundo. En 2017, la peruana Universidad de Ricardo Palma también le distinguió con un doctorado honorífico.

La obra de Calatrava se nutre de influencias tan dispares como Jorn Utzon y Gaudí. Toma su inspiración de la naturaleza, y su trabajo imita las formas y movimientos de entidades orgánicas. Desde la mitad de la década de los ochenta, empezó a ganar fama y reconocimiento internacional. Desde entonces, ha construido auténticas obras de arte por todo el mundo, como la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, la Torre DCH-Chicago, el Museo do Amanhá en Rio, o el Puente de la Mujer en Buenos Aires. Y más recientemente, el rascacielos Turning Torso, en Suecia o el Milwaukee Art Museum en Wisconsin.

OCULUS, UN PÁJARO QUE EMPRENDE EL VUELO

En 2016, se inauguró Oculus, la terminal de transportes del nuevo World Trade Center en Manhattan. Oculus se asemeja, en palabras del arquitecto, a “un ave liberada en manos de un niño”. El intercambiador es uno de los más importantes de la Gran Manzana, pues combina los transportes de tres medios: los trenes de cercanías, el subway neoyorquino y el enlace ferroviario con el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy. El edificio se integra perfectamente y genera un gran impacto visual. Está diseñado para filtrar la luz a la estación de tren subterránea y al centro comercial que se encuentra en la terminal. Desde el exterior, las costillas de acero blanco se curvan hacia fuera y se proyectan hacia el cielo, para formar un par de baldaquines que se elevan a una altura máxima de 42 metros. El vestíbulo tiene 30 metros de alto por 106 de largo. La idea de Calatrava era crear “un lugar que te hace sentir bien al llegar a la ciudad”. Desde el momento en que bajas del tren, el espacio te invita a buscar la luz de la calle.

Sobre el proyecto, Calatrava comentó: “la combinación de las formas y la luz natural le otorgan dignidad y belleza al edificio, y le dan a la ciudad de Nueva York un espacio público que no tenía anteriormente”. Calatrava habla de la luz como un elemento estructural más en el Hub. De noche, el Oculus iluminado sirve como una linterna para el sitio de WTC reconstruido. Un Ave Fénix que resurge de las cenizas de los atentados del 11- S.