“El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es la Discoteca Cerebro y la Discoteca Cerebro soy yo”, hubiera dicho Abraham Valdelomar si hubiera vivido hace pocos años. Porque en eso se transformó el Palais Concert de Vallejo y Jose Carlos Mariátegui: en “Cerebro”.
Por Diego Molina
Ese lugar tampoco existe más, pero era fascinante la masa de gente bailando el tecno noventero, a las 4 pm, entre adornos art noveau. “Be My Lover” sonaba fuerte en los parlantes invisibles. Esos fanáticos del tecno eran solo la superficie de un planeta llamado el Centro Histórico de Lima.
Trabajé unos años en el “cercado” y fui su testigo. Locales de tecno a horas extrañas hay varios. Pero sus seguidores eran solo uno de los grupos. Una madrugada, saliendo de trabajar, encontré una tribu de skaters. Unos 30 chicos bordeando los 20 años, en jeans, polo y gorra, cada uno con su skate, sea en brazos o como medio de locomoción. Cruzaban Palacio de Gobierno rumbo a Barrios Altos. Decían cosas en su idioma como “tu backside estuvo chévere.”
El grupo de góticos era más recurrente en las calles sin árboles, a altas horas de la noche. Chicos de unos 27 años, sacones negros, detalles militares, el pelo con gel y ojos con delineador. Una de ellas hacía sonar “Killing Moon” de “Echo and the Bunnymen” en un parlante colgado de su hebilla. Iban de la esquina donde quedaba El Comercio en dirección a “The Disco Blood”, donde bandas tocan covers de New Wave y de hardcore. Nunca entendí cómo el New Wave, emocional, agitado y de sonido sintetizado pegó tanto en Lima desde los ochenta. ¿Dónde están los sociólogos cuando uno los necesita? La razón debe ser el nublado.
Volvamos al centro. Los chicos dark antes iban a “Vampiros”, discoteca de techos altos y pantalla gigante donde proyectaban escenas de -oh sopresa- “Entrevista con el vampiro”. Ahora, nuevos lugares abren y los reciben.
Para los gays, existen 2 ambientes: La Jarrita y Babylon. El primero, para miembros de las fuerzas del orden despabilados de la masculinidad tóxica de su oficio. El segundo, para jóvenes de distritos diversos: San Miguel, Breña, Rímac o el Agustino. Clandestinidad y liberación muy cerca de Palacio de Gobierno.
Para un ambiente masivo está La Casona. La entrada es una librería – esas de libros usados- para encontrar una construcción republicana con ambientes para reguetón, rock ochentero, electrónica y, obviamente, tecno. Y 4 barras para pedir alcohol. Una multitud de personas bailaban, conversaban y gileaban menospreciando la pandemia. El lugar era clausurado y abierto con frecuencia.
En esa diversidad urbana, fiestas como Discofobia o Bulbo (de actitud abierta, bajo el combinado de electrónica, disco y funk) suman estas calles como punto de operaciones de eventos especiales. En la elegante casa Paz Soldán, por ejemplo. Imposible hablar de todos los ambientes y tribus que pueblan las noches del Cercado de Lima. Pero, haciendo sumas, el centro de la capital, si no es el Perú -ni Valdelomar- es su versión urbana más diversa, hermosa y oscura.
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