Gabriel se emociona al encontrar tomates cherry en la huerta y se los come. Su hermana Ximena juega con flores comestibles y escarba la tierra entusiasmada. Ya es la tercera vez que vienen a un taller de La Revolución, una asociación que educa a niños y adultos en todos los aspectos relacionados con la alimentación, desde la agricultura hasta el placer del gusto. “Saber, sembrar, comer”, es el lema que esta mañana de sábado ha reunido a treinta niños desde los 3 hasta los 8 años en el taller “La revolución de la comida”: una sesión exploratoria de los alimentos en la mesa y en el huerto, usando los cinco sentidos.
“Quiero que para ellos comer sano sea divertido”, cuenta Carmen Reynoso, la madre de Gabriel y Ximena. Busca que sus hijos regresen a lo natural, que jueguen con la tierra, que se ensucien, que aprendan, como ella lo vivió de niña. “Mis hijos merecen tener acceso a esa experiencia. Ahora con tanta tecnología es complicado porque los niños viven pegados a eso, pero yo quiero otra cosa para ellos”, dice. En su casa, de a poco, ha reemplazado los alimentos estándares que pueden ser poco saludables por insumos que consigue en las bioferias o mercados naturales. Las compras las hace junto a sus hijos, para enseñarles. “Me gustó mucho hacer el pan y he aprendido a cuidar lombrices en la huerta”, dice Ximena, de 5 años. “A mí me gusta más jugar en la tierra, todo lo que puedo encontrar ahí”, cuenta Gabriel, de 7.
La filosofía de La Revolución no considera que el acto de comer sea puramente sensorial, sino también un medio de conocimiento y conciencia. Karissa Becerra, divulgadora gastronómica, fundadora y directora de esta iniciativa, apuesta por darle a los más pequeños todas las herramientas para que se conviertan en consumidores responsables comprendiendo que lo que comen impacta directamente en su salud, su bienestar y también en el medio ambiente. Con ese objetivo, ofrecen diversos talleres sobre biohuertos, compost, laboratorios de botánica, cocina y playgrounds sensoriales.
“Adultos y niños pueden aprender a apreciar la importancia cultural y social de los alimentos educando su memoria gustativa y entendiendo de dónde vienen, quién los cultiva, y cómo se producen. Esta educación es imprescindible para hábitos alimentarios saludables y placenteros. Es importante que lo aprendan desde pequeños, porque a esa edad es cuando se empieza a desarrollar el paladar”, explica Karissa Becerra. Y señala que es un desafío saber aprovechar la voluntad de aprender de los niños.
Comer es una responsabilidad
“Tortilla voladora. Tortilla voladora. Uno dos tres. Un dos tres”, canta Diego Ruete al son de una guitarra esta mañana en el taller. Junto a los niños, ha preparado una tortilla de zanahorias, cebolla china, espinaca, caigua, rabanitos y pimientos. Para los padres, lograr que sus hijos coman tantas verduras juntas suele resultar una odisea. Esta vez, en cambio, ha sido de lo más sencillo y natural.
Diego Ruete es un maestro y chef uruguayo, creador de Petit Gourmet en su país, una asociación que persigue los mismos objetivos que La Revolución. “Comer es un placer, pero también una responsabilidad. Sobre todo para los padres, que ahora necesitan reeducar a sus hijos. Hacer que se reconecten con la tierra, con las semillas, con el acto responsable y respetuoso de comer”, explica. A cargo de este taller, también ha preparado con los niños pan artesanal de espinaca y han recolectado flores comestibles en el huerto. “Se están divirtiendo y están aprendiendo”, dice.
Por Diana Hidalgo Delgado
Fotos de Hanabi
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