Enfocarse en el cuerpo y en la respiración es el primer paso del mindfulness, técnica que cultiva la conciencia plena y es practicada por personalidades tan distintas como la primera dama estadounidense Michelle Obama, la actriz Emma Watson y la columnista Arianna Huffington, quien, en agosto de este año, renunció a su cargo como jefa de redacción del portal fundado por ella misma, The Huffington Post, para lanzar un servicio –Thrive– dedicado al bienestar del ser humano.

En palabras sencillas, el mindfulness busca que nos demos cuenta de nuestras sensaciones y emociones, y que, en consecuencia, las aceptemos, teniendo en cuenta que mantenernos en el “ahora” requiere de práctica y de mucha paciencia. Se atribuye a la tradición budista. Pero no hay que confundir: no es una religión; es una forma de ser, una capacidad innata que hemos olvidado con el tiempo. 

El camino a la fama

El mindfulness se situó en el mapa occidental gracias a Jon Kabat-Zinn, profesor y médico estadounidense que, durante los años setenta, trabajó con pacientes con dolor crónico que habían llegado a su consultorio como último recurso. Ningún otro médico los pudo curar: eran los imposibles. Kabat-Zinn, como practicante del budismo, implementó algunas técnicas de conciencia plena en sus pacientes. Los motivó a estar atentos a su respiración, a enfocarse en distintos objetos, a que se sintieran despiertos, a aceptar sensaciones y a que relacionaran la limpieza de sus cuartos, por ejemplo, con una limpieza de emociones.

Thich Nhat Hanh. Gracias a los libros de este maestro zen vietnamita se empezó a enseñar el mindfulness en escuelas de Psicología y Psiquiatría para su aplicación en pacientes.

Como los resultados fueron excelentes, fundó la Clínica para la Reducción del Estrés. Según comenta Juan José Bustamante, profesor de Budismo en la PUCP, la clínica recibió ese nombre para que fuera accesible. “Dejó de lado los conceptos religiosos”, apunta.

A este éxito, hay que sumar la popularidad que durante esos años ganó Thich Nhat Hanh, maestro zen vietnamita y activista por la paz. Gracias a sus libros, miles conocieron la práctica del mindfulness, e incluso en escuelas de Psicología y Psiquiatría comenzaron a enseñarla con el fin de que los pacientes practicaran meditación al inicio de sus sesiones. Después se popularizaría aún más, cuando estudios como el del “Journal of Clinical Psychology” aseguraron que el mindfulness incrementa la felicidad y el bienestar.

Desde hace algunos años también se practica, todos los días, por un tiempo mínimo de veinte minutos, en algunos centros militares estadounidenses; se enseña en las cárceles (bajo la supervisión del Prision Mindfulness Institute) y también en Google, Ford, Sony y Apple. Esto porque Aetna, empresa de seguros, afirmó que gracias a la práctica de esta disciplina se han ahorrado casi dos mil dólares por empleado en costos de salud y ganado casi tres mil dólares de productividad en las corporaciones.

Arianna Huffington dejó su The Huffington Post para lanzar un servicio dedicado al bienestar de las personas.

Por su parte, en Baltimore, la fundación Holistic Life trabaja para agregar el mindfulness en la mayoría de planes de estudios, algo que ya sucede en Suecia, Dinamarca y Noruega. Y en Inglaterra existe una iniciativa creada por Launch of All Party Parliamentary Group –grupo apoyado por diversas universidades del país–, para convertirlo en política pública. El proyecto ha obtenido el interés del gobierno británico y se espera que a partir del próximo año se practique mindfulness en hospitales, colegios, empresas y hasta en instituciones del sistema judicial.

Perú no ha sido ajeno al boom y ya cuenta con centros donde se dictan talleres, seminarios y cursos. Dos de ellos son Conciencia Plena Perú y Mindfulness Perú. Brisa Deneumostier, chef holística y coach, y Ana Loret de Mola, psicóloga especialista en mindfulness, son las directoras de este último.

Para ellas, el mindfulness logra que nos relacionemos con el mundo de manera más amable. “Cuando te tomas unos segundos para sentir, incentivas un tipo de estudio personal y de tu ambiente. Así, se desarrolla la paciencia. Claro, también la pierdes, pero percibes cuando esto sucede y, poco a poco, pierdes la paciencia menos a menudo; eres más amable contigo, con el resto, e incluso con esa persona que te caía mal”, explica Brisa.

Don Draper, el personaje de Jon Hamm en “Mad Men”, descubre el alivio de su lado espiritual al final de la serie.

La pausa sagrada

Para cultivar la conciencia plena existen la práctica formal y la informal. La primera se lleva a cabo en un ambiente calmado, donde uno se toma, como mínimo, siete minutos para estar tranquilo (de acuerdo con una investigación de la Universidad de Sussex, Reino Unido, está comprobado que a partir de ese tiempo se perciben cambios en el estado de ánimo). “Se puede practicar sentado en una silla, en el piso o en un sillón”, agrega Loret de Mola. Lo importante es que uno esté cómodo.

La práctica informal, en cambio, se da en cualquier momento del día: al sentir las manos en el timón del auto cuando frenas delante de una luz roja, al disfrutar del aroma de un café en la mañana o al ser consciente de las plantas de los pies al caminar rumbo al trabajo.

Pero si bien el mindfulness es accesible (hay miles de videos que muestran cómo practicarlo en YouTube), no se recomienda hacerlo sin los consejos de un guía. Que los maestros hayan sido reemplazados por clips cortos de meditaciones guiadas o por aplicaciones –como The Headspace app, que tiene más de tres millones de usuarios en el mundo–, es un riesgo.

La revista “Time” le dedicó una portada en febrero de 2014.

“Puede pasar que cuando entras en contacto con tus emociones, ¡pum!, te vas abajo”, afirma Brisa Deneumostier. “Te deprimes. Es entonces cuando más necesitas practicar, y cuando más necesitas de un guía”.

Hay que ir paso a paso. Brisa cuenta que puedes empezar siendo consciente del aire que entra y sale por tu nariz, o puedes escuchar el sonido que surge cuando cortas un tomate sobre una tabla de picar; y luego, si quieres llegar a niveles más profundos, participar de talleres especializados en el tema para encontrar tranquilidad y, por qué no, la felicidad. “Sufrimos mucho por querer cambiar cosas que no se pueden cambiar”, añade. “Es mejor vivir en el presente”.

Por Adriana Garavito

Publicado originalmente en Buenavida n°1.