La puertorriqueña ha derribado todo tipo de barreras con una mezcla extraordinaria de profesionalismo, decisión y sex appeal. Sus publicaciones en bikini a través de las redes sociales, por supuesto, también han ayudado a convertirla en una estrella.
Por Manuel Santelices
En menos de una década, Joan Smalls ha llegado al cielo en su carrera como modelo, participando en campañas para Chanel y Burberry, firmando suculentos contratos con Estée Lauder y Victoria’s Secret, y siendo fotografiada por Steven Meisel, Mario Testino, Peter Lindbergh y Steven Klein para Vogue, W y Harper’s Bazaar.
Si quiere saber cómo hizo esta puertorriqueña para tocar las estrellas con sus dedos, todo lo que necesita hacer es observar sus manos… y todo lo demás. Esto último no es difícil, porque sería imposible encontrar una modelo que se sienta más cómoda con su propia sensualidad que esta, como queda claro en su cuenta de Instagram, donde, día a día –a veces, hora a hora–, deleita a sus 2,6 millones de seguidores con un carrusel infinito de fotos en bikini, profundos escotes, embriagadoras curvas y puestas de sol. Si su Instagram fuera un trago, sería una piña colada.
La carrera de Joan partió de la forma más inesperada y prometedora en 2010, cuando, después de haber posado para uno que otro catálogo en su nativo San Juan, firmó contrato con la poderosa agencia IMG y, antes de que alcanzara a decir “¡boricua!”, ya estaba sobre la pasarela de Givenchy Couture. De ahí, todo siguió como por un tobogán por donde ella se desliza con considerable talento –su caminata podría competir con la de Naomi Campbell– e infinito encanto.
Joan es la modelo que otras modelos adoran, y eso dice mucho en una industria reconocida por sus rivalidades y competencia. Divertida, alegre y poseedora de un envidiable optimismo, es quizás la mejor embajadora del carácter de su adorada isla, donde creció en una familia de clase media, hija de un contador y una asistente social, con dos bonitas hermanas.
Aunque se siente orgullosísima de su sangre latina, la historia es mucho más complicada, porque tiene herencia africana y escocesa por parte de su padre y taína, española y asiática por parte de su madre, lo que obviamente crea un poderoso coctel de incomparable, profunda y exótica belleza.
Como la octava modelo mejor pagada del mundo, según models.com, Joan no tiene problemas para costear un estilo de vida que para el resto parece sacado de una novela de Harold Robbins, saltando de una isla paradisiaca a la otra, pasando todo el tiempo libre que tiene –que no es mucho– al borde de una piscina, con el top o sin él de su bikini.
En una entrevista con Glamour en 2016, la modelo reveló que su éxito es parte de una estrategia bien planeada. “Necesitaba un agente que creyera en mí tanto como yo creo en mí misma. Tenía un plan: conseguir un contrato exclusivo, fotografiar con los mejores, asistir a eventos, ser muy social. Por otro lado, siendo negra e hispana, una tiene tanto que probarse a sí misma, a su familia y a todos en su ciudad. Quería demostrarle a la gente que no importa si vienes de una pequeña isla, puedes triunfar en esta industria”.
La diversidad en la moda es una de sus causas más cercanas, por razones obvias. “Me gustaría ver campañas de belleza para chicas que son mezcla, latinas y negras. Si yo participo en ellas, fantástico, pero en general hay una gran escasez. Las compañías de moda y belleza necesitan estar conscientes del mundo en que vivimos y quiénes son sus verdaderos consumidores”.