#ArchivoCOSAS. El legado del empresariado peruano ha estado marcado por historias de resiliencia, esfuerzo y visión de futuro. Una de ellas es la de Johnny Lindley Taboada, quien empezó como repartidor de botellas y terminó siendo el responsable de que se reconozca a Inca Kola como “la bebida de sabor nacional”. Hoy recordamos un reportaje sobre la vida de este exitoso empresario, publicada en COSAS en 2015.
Por Omar Mejía Yóplac
Aunque ya no esté entre nosotros, el legado de Johnny Lindley Taboada continúa vigente como parte de la cultura peruana contemporánea. Hablar de él es referirse al hombre que sacó adelante a una de las firmas más representativas de nuestro país, al empresario que aseguró la consolidación de la corporación que lleva su apellido, y al responsable de que muchos reconozcamos a Inca Kola como “la bebida de sabor nacional”. Su corazón se detuvo el martes 28 de enero, pero su marca sigue en movimiento.
“Hacer las cosas bien, portarse bien y quererse siempre”. Esta es la norma que repetía constantemente. Él la heredó de su padre, y la frase se convirtió en uno de los pilares de la relación que Johnny mantuvo tanto con su familia como con sus amigos y colaboradores. A pesar del dolor de la pérdida, su esposa July, con quien tuvo tres hijos (Julie, Jenni y Johnny), conversó amablemente con nosotros y confirmó emocionada esta cualidad: “El gran amor de Johnny era la familia. Siempre estaba dispuesto a ayudar y estaba pendiente del bienestar de sus amigos y de los colaboradores de la empresa.”
Desde muy chico demostró una gran preocupación por lo que hacían los demás y nunca se negó a cumplir un pedido que le hiciera su padre, Isaac Lindley Stoppanie, también presidente de la empresa familiar. Si le decía que ayude colocando etiquetas en las botellas, él lo hacía. Si debía contar las unidades que traían los camiones, también lo hacía.
Nunca tuvo gestos de molestia mientras realizaba estas tareas; todo lo contrario, disfrutaba tanto de estos deberes que a los 5 años una de sus grandes obsesiones era manejar un camión. Y lo hizo años después. Cuando terminó el colegio comenzó a repartir botellas y a los 18 ya manejaba por distritos como Surquillo y Barranco. Tuvieron que pasar algunos años más para que su presencia en la Corporación Lindley se volviera determinante.
Tras la muerte de su padre en 1989, asumió la presidencia del Directorio y se hizo cargo de la gran responsabilidad de mantener a Inca Kola en el primer lugar de preferencia de los peruanos. La tarea no era nada fácil. Para poder consolidarse tenía que enfrentarse a Coca-Cola y Pepsi, dos monstruos transnacionales que se posicionaban en el mercado a través de la imagen de estrellas de cine, músicos famosos o astros deportivos. Inca Kola ya había usado a importantes personajes de la televisión nacional, pero aún le faltaba generar el vínculo que se transformaría en su exitosa fórmula.
Fue Johnny el que comenzó con una campaña que se valía de dos ejes con los que nadie podría competir: la peruanidad y la gastronomía. Muchos le atribuyen la autoría de la frase “la bebida de sabor nacional”, aunque él humildemente siempre prefirió atribuírsela al equipo que se encargaba específicamente de esa labor.
Pero la verdad es que este lado del negocio le despertaba mucho interés. “Le encantaba el marketing y tenía mucho ojo con las frases que se usarían; siempre se preocupaba por posicionar bien el producto”, recuerda Emilio Rodríguez Larraín, su abogado e íntimo amigo, además de vicepresidente del Directorio de la Corporación Lindley. “Era un hombre muy agradable y simpático, con una gran facilidad para las bromas ingeniosas, con un humor permanente… ¡Siempre buscaba la forma de ‘cochinear’ a sus amigos!”
Sus frases y sus campañas fueron puros aciertos. Inca Kola no solo se volvió invencible, sino que su principal competidora comenzó, a mediados de los noventa, a tentar la compra de sus acciones. Además de The Coca-Cola Company, también estaban tras sus pasos Cervecerías Unidas (Chile) y el grupo Polar (Venezuela). Fue finalmente en 1999 que la transnacional de la gaseosa negra se asoció con la Corporación Lindley al comprar más del 40% de las acciones, por las que pagó 300 millones de dólares. La decisión fue acertada y los resultados no pudieron ser mejores.
La marca de Inca Kola se reforzó, las ventas en el exterior se expandieron y la corporación Lindley se convirtió en la principal embotelladora de The Coca-Cola Company en Latinoamérica. Pero no fue una medida fácil de tomar. Según él mismo contaría después, la decisión se evaluó durante tres años. Él quería asegurarse de que la operación beneficiara a todos y se preocupó incluso de entrevistar a sus consumidores.
Precisamente, su hijo Johnny Lindley Suárez, que ahora está a cargo de la presidencia de la corporación, lo recuerda de la siguiente manera: “Tenía una constante atención perfeccionista en el trabajo, puesta en cada detalle. Gracias a esa dedicación total pudo construir sobre el legado que había dejado su padre y llevar a la marca, la compañía y la reputación del grupo empresarial a niveles impensados.”
Su obra obtuvo el reconocimiento que merecía a lo largo de los años. No fue gratuito que recibiera distinciones tan importantes como la Orden al Mérito en el grado de Gran Cruz de la Presidencia de la República, la Medalla de Honor del Congreso de la República y la Medalla de Lima de la Municipalidad Metropolitana de Lima. “Sus principios y sus valores son su mejor legado”, dice Rodríguez Larraín. El respeto y el cariño con el que es recordado se debe a que, si bien era un hombre con un pulso increíble para los negocios, su principal prioridad era otra, tal y como lo dice su esposa: “Él anteponía al ser humano por sobre todo”.