Melissa lleva el ADN cosmopolita que surgió con el mundo de inicios de los años noventa. Nació en Johannesburgo, Sudáfrica, ciudad a la que llegó su padre, un ingeniero búlgaro, en cuanto las fronteras soviéticas terminaron de abrirse a Occidente. Su madre, una economista peruana, le siguió los pasos desde una Lima que todavía respiraba el humo de los coches bomba. En 1997, cuando Melissa tenía 3 años, su pequeña familia de tres se mudó a Orange County, California, tierra de sol, mar, montaña y oportunidades del gobierno para inmigrantes especializados. Su padre entró a trabajar en una empresa de programación y su madre se hizo maestra de español. Melissa descubrió su camino a los 5 años, cuando dibujó a una bailarina de ballet para una tarea del nido: “¿Qué quieres ser cuando seas grande?”.
Melissa vivió su etapa escolar en tándem con la danza: ballet clásico, contemporáneo, jazz y hip hop. De manera casi natural, su pasión derivó en una carrera profesional. “Mis padres siempre me empujaron a perseguir mis sueños, pero también querían que les demostrara que trabajaba duro por ellos”, dice Melissa, quien este año se graduó con un doble diploma en Ciencias de la Danza y Kinesiología por la California State University, Long Beach, la misma universidad donde estudió Steven Spielberg.
Con 22 años recién cumplidos, Melissa se acaba de mudar a Los Ángeles para abrirse paso en el negocio del baile con fines comerciales: viodeoclips, conciertos, fotografía editorial y publicitaria, y toda propuesta que requiera de un cuerpo atlético que transmita emociones. Mientras llega la oportunidad, trabaja nueve horas a la semana como profesora de danza y mantiene su agenda disponible para las llamadas de último minuto de su agencia. Este es un recorrido obligatorio para adquirir la experiencia y los contactos necesarios para tan solo poner los pies en la audición de una compañía de danza. “Cuando tomas la decisión de ser bailarina, sabes que será riesgoso, y no hay nada que te puedan enseñar sobre eso. Solo lo tienes que vivir”, dice. En una industria que categoriza a los bailarines por su nivel de masa muscular, color de piel, forma de ojos o tamaño del busto, Melissa sabe dónde está su lugar: su origen eslavo-andino, su estatura más bien baja y su cuerpo más cerca de una bailarina de jazz que de una chica de videoclip de Usher la ubican en la categoría etérea de “Diferente”.
En el verano de 2014, el célebre pintor inglés David Hockney, quien reside en Los Ángeles, necesitó bailarines para la serie “Some New Painting (and Photography)”. Melissa y otros cinco intérpretes fueron los seleccionados. Un día, mientras los bailarines estaban en lo suyo, es decir, posando en movimientos de danza, Hockney recibió la visita de Paul McCartney. “Se quedó un rato con nosotros y parecía relajado y buena gente”, dice Melissa. McCartney preguntó a los bailarines sobre las pinturas y algunas cosas más que ella ya olvidó por la vorágine del momento. “Estábamos bien excitados, pero quisimos ser respetuosos y lo dejamos hablar”, dice. Porque la contención de la emociones es parte de su arte.
Texto: Caroline Mercado
Fotografía: Vicente Mosto
Estilismo: Sara Vílchez
Maquillaje y peinado: Olga Soncco
Producción: Andrea Zorrilla
Agradecimientos: Galería Paraíso, Ayni, H&M, Lama, Metric y Prüne