“Quiero hacer aparecer…”, dice Fabrizio.
“¿Quieres hacer una magia?”, le pregunta el mago George a su hijo.
El niño, vestido por completo con ropa de Mickey Mouse, se acerca a una esquina donde están todas las cosas de su padre: barajas de cartas, varitas, un sombrero. Saca lo que parece ser un florero en miniatura.
“¿Te acuerdas cómo era?”, le pregunta su padre.
Sin levantar la vista, Fabrizio golpea el florero con una varita y, enseguida, del interior, aparece una flor de juguete. Todos los adultos cercanos aplauden a su alrededor.
“Dásela a mamita”, dice George, y apunta hacia la entrada del estudio fotográfico donde nos encontramos. Ahí aparece Giuliana Zevallos, con un vestido de gala brillante. Fabrizio corre en dirección a su madre; en el camino, deja caer al piso el ramo de rosas falso y se deja cargar por ella.
“Besito a mamita”, dice el mago George, que recoge las flores del piso. El niño le hace caso. “Besito con sonido”, insiste George. El niño la besa de nuevo.
La escena recuerda a otra muy similar, ocurrida a finales de noviembre del año pasado. Tras aparecer en la salida de vuelos internacionales del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, Giuliana Zevallos fue recibida por una multitud que llevaba pancartas y pompones, y que la ovacionó con muchos aplausos. Ella acababa de llegar de Corea del Sur, donde había sido coronada Señora Mundo, al ganar un certamen de belleza que premia a las mujeres casadas más talentosas del planeta. Al verla, Fabrizio corrió hacia ella, seguido muy de cerca por su padre, que intentaba ponerle un ramo de rosas entre las manos. No lo consiguió. El niño parecía muy concentrado en llegar hasta donde se encontraba su madre y fue el primero en saludar a Giuliana, que lo cargó y llenó de besos.
Fabrizio llevaba una semana sin ver a su mamá. “Sufro mucho cuando estoy de viaje”, dice ahora Giuliana, mientras espera a que sea su turno de posar para la sesión de fotos que ilustrará esta nota. “Para cualquier mamá es difícil despegarse de un niño tan pequeño”. Es algo a lo que ha tenido que acostumbrarse, pues Giuliana tiene una profesión que poco tiene que ver con pasarelas y flashes: Medicina. De hecho, la mayor parte de sus colegas no tenía idea de que era modelo hasta que se convirtió en Señora Mundo y se hizo conocida a nivel nacional. Giuliana trabaja en la Unidad Metabólica del Hospital Naval, donde se especializa en atender a marinos que sufren de obesidad mórbida. A ello le dedica todas sus mañanas, y suele reservar las tardes para estar junto a su hijo Fabrizio.
Aunque no siempre lo logra. De hecho, el primer año de su hijo lo tuvo que compartir con su periodo como interna. Fue una época en la que casi no dormía: se levantaba cada día antes de las seis de la mañana y se quedaba despierta hasta ya entrada la noche, incluso si había estado de guardia. Hasta hoy, la separación le sigue costando. Los últimos seis días los ha pasado en Paita, donde cumple con el Servicio Rural y Urbano Marginal de Salud (Serums). Es algo que debe hacer cada mes. “La Medicina es un mundo muy exigente”, dice Giuliana. “Yo le agradezco a la profesión de modelaje. Me ha pagado los estudios por mucho tiempo, y mientras pueda modelar, lo seguiré haciendo. Pero mi vocación es la Medicina. Es lo que llena mi vida. Eso y, sobre todo, ser madre”.
“Con ella las fotos van a salir rapiditas, es una experta”, dice el mago George, que termina su turno frente al fotógrafo y le cede el lugar a su esposa. Ella se para frente a la cámara y, de inmediato, pone cara de supermodelo. Fabrizio la mira, mientras sostiene entre las manos los naipes que su padre le ha dado para jugar.
“Tiene una relación muy cercana con Giuli”, comenta el mago George, al verlos. “Es muy pegado a ella. ‘Mamita bella’, le dice. Y cuando la ve en televisión, con la corona de Señora Mundo sobre la cabeza, dice: ‘Mamita con gorrito’”.
***
El mago George era un tanto mayor que Fabrizio cuando empezó a mostrar algo parecido a una vocación. Tenía siete años cuando su abuela hizo desaparecer un auto de juguete frente a sus ojos. Desde entonces empezó a decir: “Quiero ir a la universidad de la magia”. Estudió dos carreras: Marketing y Publicidad, y Ciencias de la Comunicación. Pero, en paralelo, insistió con su vocación de mago. “Entonces tuve que luchar contra muchos tabúes”, dice. “Los tíos y abuelos no tomaban en serio la magia. Y tuvieron que pasar varios años hasta que logré demostrarles que podía ganarme la vida con esto”. Actualmente, George se dedica a la magia a tiempo completo. En 2001 fundó la primera escuela del Perú (Twister Magic), lleva más de veinte años dedicados al oficio, y acaba de lanzar el primer libro de magia publicado en el país, “El mago soy yo”.
La primera vez que el mago George vio a Giuliana Zevallos fue por televisión. Recuerda perfectamente los detalles: el canal, el programa, incluso a la presentadora que la entrevistó. Recuerda haber quedado asombrado: en su cabeza no concebía que una mujer tan bella fuera, además, una brillante doctora. Recuerda, también, que estaba con un amigo al que le dijo: “Con esta mujer me voy a casar”. George la llegó a conocer en un evento al que ambos asistieron pero, para su mala suerte, ella andaba con novio.
Dos años después, estaba en su apartamento con un mago japonés de visita en Lima y, por alguna razón, terminaron hablando de mujeres. “Te voy a mostrar a la que, para mí, es la mujer perfecta”, le dijo, mientras abría su cuenta de Facebook. Al entrar en el perfil de Giuliana Zevallos se llevó una sorpresa: aquel novio ya no estaba en ninguna de sus fotografías. “Maybe you should try”, le dijo el mago japonés. Lo siguiente que George hizo fue hablar con sus amigos en común. “Llévenla a alguna fiesta, quiero conversar con ella”. Dos semanas después lo llamaron y lo citaron en una discoteca. Al llegar, hizo desaparecer los hielos de plástico que había en el vaso de Giuliana. Aquello selló el trato. “Todo fue muy premeditado”, dice George, sin ocultar su orgullo. “Yo tengo la culpa de todo. Ella no, pero yo sí”. Ahora están por cumplir tres años de casados y el hijo de ambos está por cumplir dos.
Al parecer, Fabrizio se terminó de aburrir de los naipes y ha vuelto a rebuscar entre las cosas de su padre.
“A mí no me quita el sueño que Fabrizio decida o no ser mago en el futuro”, dice George, mirándolo. “También tiene una madre espectacular a la que puede sacarle la afición a la medicina. Y si quiere ser piloto, que sea piloto. Siempre he pensado que tiene que hacer lo que más le apasione. Quiero que sea feliz, y esa es la única manera de serlo”.
Enseguida, Fabrizio se pone el sombrero de mago, tan grande que le cubre la cabeza. Y comienza a caminar por el estudio, casi a ciegas. “Yo”, grita, mientras avanza. “El mago soy yo”.
Texto: Carlos Fuller
Foto: Gonzalo Miñano
Estilismo: Sara Lima
Maquillaje y peinado: Olga Sonco
Agradecimientos: Brooks Brothers
Publicado originalmente en PADRES 216