En Arabia Saudita –un país regido por una monarquía de mano de hierro, una casta religiosa intolerante y anacrónica, y una policía severa y puritana–, el nombramiento del príncipe Mohamed Bin Salmán como heredero al trono puede ser considerado una verdadera revolución. El príncipe no solo es joven –tiene treinta y un años– y relativamente inexperto en materias de política doméstica e internacional, sino que su sorprendente ascenso pone fin a décadas de tradición y a la extraordinaria influencia de un grupo de maduros príncipes que sentía asegurado en sus manos el futuro del riquísimo reino.

El príncipe fue nombrado sucesor por su padre, el rey Salmán, de ochenta y un años. Esta es una lucha de poderes que, como todos los conflictos que rodean a la familia real, se ha desarrollado a puertas cerradas. Para la monarquía, nada es más importante que la estabilidad familiar; especialmente, en este último tiempo, cuando asuntos como la baja en el precio del petróleo, la amenaza de un conflicto con Irán y una sangrienta guerra en Yemen han hecho tambalear a este importante aliado de Estados Unidos.

¿Un reinado liberal?

El joven príncipe, conocido entre los súbditos por sus iniciales M.B.S, está decidido a modernizar un país que, durante largo tiempo, ha permanecido anclado a fuertes cadenas sociales y religiosas, bajo los designios de una clase política que “The New York Times” una vez describió como “gerontocracia osificada”. Inspirado en una doctrina que él mismo tituló Visión Saudita 2030, el príncipe planea modernizar a Arabia Saudita hasta hacerla, quizás, irreconocible. Para comenzar, piensa terminar con la peligrosa dependencia del reino con la industria petrolera, diversificar la economía y levantar algunas de las severas restricciones sociales que afectan, sobre todo, a mujeres y minorías. Este es un rey joven para un país joven, con un setenta por ciento de la población por debajo de los treinta años.

El príncipe Mohamed ya ha visitado Rusia, China y Estados Unidos en los últimos meses.

Algunos ya comienzan a susurrar el término que podría definir su reinado: liberal. A pesar de las intrigas palaciegas, el nombramiento de Mohamed Bin Salmán contó, al menos en público, con amplio apoyo del establishment saudita. Treinta y uno de los treinta y cuatro miembros del Consejo de la Lealtad, formado por miembros de la familia real, apoyaron la decisión del rey, y días después, en una solemne ceremonia celebrada en La Meca, y televisada a todo el país, la familia, líderes religiosos e importantes funcionarios del gobierno llegaron a besar el hombro del nuevo heredero, como es tradicional en el reino. Entre ellos estaba Mohamed Bin Nayef, sobrino del rey, ahora despojado de su título de heredero, que recibió del príncipe una conciliatoria promesa: esto último será útil y necesario para un futuro monarca que, en ocasiones, ha pagado las consecuencias de su inexperiencia. Como actual ministro de Defensa, ha sido el impulsor de la batalla de una coalición árabe contra los rebeldes houthi en Yemen, una guerra que no ha tenido grandes éxitos y que, sin embargo, ha provocado una crisis humanitaria en ese país. Su dura posición contra Irán también ha colaborado a crear nuevas tensiones en una región que, a veces, parece a punto de estallar.

Aliado de Trump

Uno de los grandes ganadores con la selección del nuevo heredero es el presidente Donald Trump y, especialmente, su yerno y asesor, Jared Kushner, que considera al príncipe Mohamed un socio fundamental en sus planes para estabilizar el Medio Oriente, formar una alianza árabe-suní y, quién sabe, conseguir finalmente la paz entre Israel y Palestina. El príncipe Mohamed fue uno de los primeros visitantes que Trump recibió en la Casa Blanca después de su elección, y muchos lo consideran el arquitecto de la visita del presidente estadounidense a Arabia Saudita. En Washington, el príncipe Mohamed comió con Kushner y su esposa, Ivanka Trump, en la casa de los Kushner, y luego los recibió en su propio palacio, en Riyadh. La conexión entre ambos es evidente no solo en términos generacionales, sino en sus aspiraciones políticas.

El príncipe Mohamed se ha referido a Trump como “un verdadero amigo de los musulmanes”.

Arabia Saudita espera expectante a su nuevo rey. Mientras Irán acusa un “golpe de Estado suave” en la monarquía de su rival, los súbditos del reino se preparan para cambios que han sido largamente deseados por los jóvenes del país. El príncipe ha anunciado que la “policía religiosa” ya no supervisará las normas de “modestia” y “discreción” que se exigen en los malls y boulevares de la capital, y que, en un futuro próximo, actividades como conciertos de música y proyección de películas en el cine serán permitidas gracias a la creación de una entidad llamada Autoridad del Entretenimiento. Los influyentes clérigos están molestos con estos cambios, pero, por el momento, se ven incapacitados de acallar el fuerte rugido de la juventud. 

Por Manuel Santelices