Del Palacio de la Zarzuela a las habitaciones privadas de Luis y Rafael Medina Abascal o el matrimonio del futuro duque de Alba, no hay en España un noble que se salve de ser ejecutado en la peor de las trincheras: las columnas sociales.
Por: Manuel Santelices
A comienzos de agosto, la edición española de Vanity Fair publicó un artículo sugiriendo un trágico escenario donde el rey Felipe VI muere sorpresivamente, el trono pasa directamente a la infanta Leonor, pero, si todavía es menor de edad, la regencia del reino queda en manos –horror de horrores– de la reina consorte Letizia.
“La reina podría acabar firmando decretos reales incluso si se divorciase”, advirtió la revista. Ahí mismo, el catedrático de Derecho Constitucional español, Antonio Torres del Moral, agregó: “Si el rey Felipe fallece y Leonor todavía es menor, la reina Letizia, aunque se haya divorciado y hasta privatizado su vida, tendría que asumir las funciones de la jefatura de Estado según los términos plasmados en la actual Constitución».
La posibilidad de que eso ocurra, lejana como es, ha desatado una nueva ola de sospecha y rencor hacia la monarca que, ya sabemos, no es la favorita de los súbditos, pero sí la más comentada. Que si se peina con raya a la izquierda o a la derecha; que si usa tacos o zapatos planos; si detesta o no a su suegra, la reina emérita Sofía; que si se hizo o no una rinoplastia; si su escote creció o disminuyó en los últimos años; si el rey emérito Juan Carlos y la infanta Elena la odian o simplemente la aguantan; si su manía de educar tan perfectamente a sus hijas raya en la locura… Letizia es una mujer que no puede aparecer en público sin desatar todo tipo de comentarios, algo a lo que, a pesar de todo el tiempo pasado, aún no se acostumbra.
La monarca parece cada día más rígida en sus apariciones oficiales, y estamos hablando de su actitud, no de su expresión, que esa es otra historia. Pero quién podría culparla. Aparte de los desdenes del público, están los de la prensa, que son mucho peores. A diferencia de lo que sucede en Inglaterra, donde los reporteros de Fleet Street tratan de mantener al menos una apariencia de reverencia hacia la monarquía, en España es tratada como un novelín barato, cada día con su propio drama. “El último gesto más que feo de Letizia a Sofía”, tituló un periódico hace algunos días, y contó cómo el incidente había ocurrido durante uno de los paseos por La Zarzuela, “de esos que solo sirven para guardar la buena imagen, fingir y rebajar los rumores que señalan los incendios de la monarquía”.
Según la publicación, Letizia pasó buena parte del paseo, sobre todo cuando se tomaron las fotos, con el brazo en alto y en movimiento, tapando en todo momento a su suegra. “Un gesto que ha provocado comentarios en las redes sociales, donde no lo han visto como algo casual sino intencionado. Muchos consideran que con actitudes así, Letizia no merece ser reina”, concluyó el periódico.
Lágrimas y sex appeal
España tiene una larga tradición en esto de destrozar la reputación de poderosos y privilegiados. Para ellos es, a estas alturas, casi una medalla de honor. Si uno no ha sido vapuleado en la prensa española, no es nadie. Esa es una lección que Naty Abascal, duquesa de Feria, aprendió a golpes. Cuando en 1993 su marido, el muy aristócrata Rafael Medina y Fernández de Córdoba, fue arrestado y puesto en prisión por corrupción de menores y tráfico de drogas, el mundo que hasta entonces había conocido la duquesa quedó hecho trizas.
El duque permaneció en la cárcel dos años; en 1998 intentó suicidarse cortándose las venas, y en 2001 fue finalmente encontrado muerto por otro aparente suicidio cuando su mucama llegó a llevarle el periódico a su habitación en el palacio sevillano Casa Pilatos.
Para entonces Naty ya estaba separada. El divorcio la dejó sin marido, pero sí con título, mucho dinero y los hombros de Valentino y Giancarlo Giammetti, sus mejores amigos, dónde llorar. También quedó con dos hijos, Rafael y Luis Medina Abascal, que si no fueran tan nobles –pertenecen a la casa de Medinaceli y son descendientes directos de Fernando de Aragón– podrían fácilmente ganarse la vida como modelos de ropa interior.
Así de guapos. Con tanto título y atractivo, Naty y sus hijos son figuras inevitables en cualquier evento de importancia en España. Los tres pertenecen al salón de la fama de los mejores vestidos del mundo de Vanity Fair, y mientras Rafael, el actual duque de Feria, encontró un amor estable en su matrimonio con la socialité Laura Vecino, Luis ha sido menos afortunado, saltando de novia en novia –y de columna de chismes en columna de chismes– cada cierto tiempo.
La larga lista incluye a la actriz Norma Ruiz, Tamara Falcó (hija de Isabel Preysler), la modelo sueca Madeleine Hjort, la holandesa Sylvie Meis, y la modelo y heredera estadounidense Amanda Hearst. Sin una dieta pública como los miembros de la familia real, los Medina Abascal se han visto obligados a ganarse la vida. Mientras Naty continúa trabajando como productora de modas a los setenta y cinco años, Rafael y Luis han tenido éxito en los mundos de la empresa y la banca. Hay, claro está, otras oportunidades.
La boda de Rafael fue cubierta en exclusiva por la revista Hola, que dedicó más de cien páginas al evento. Rafael, por el servicio, recibió 600 mil euros, según el periódico español La Información.
El duque de Alba y la casi desconocida
A pesar de que hay tanto tema por discutir, los españoles permanecen por estos momentos concentrados en uno solo: el próximo matrimonio en octubre de Fernando Fitz-James Stuart y Solís-Beaumont –duque de Huéscar, heredero del ducado de Alba y nieto de la desaparecida duquesa de Alba– y la bonita Sofía Palazuelo, que, cada vez que es mencionada en la prensa, ve su nombre acompañado de epítetos como “casi desconocida”, “advenediza” y cosas peores de las que entraremos en detalle más adelante.
La pareja ocupó parte importante de una reciente edición de Point de Vue, una revista francesa dedicada a la realeza europea. Ahí, Enrique Solís-Beaumont, tercer hijo del marqués de Motilla, habla en exclusiva sobre lo que este matrimonio significa para su primo Fernando. “Él es consciente del interés que su apellido suscita en los medios de comunicación. Intenta pasar inadvertido sabiendo que algún día se convertirá en el centro de todas las miradas”, comenta.
Ese día llegará luego de la muerte de su padre, cuando Fernando se convierta en el vigésimo duque de Alba y herede otros cuarenta y cinco títulos, catorce de ellos con grandeza de España. Por esa razón, la prensa lo llama ‘el partidazo más guapo del país’. Sobre la novia, Point de Vue parte diciendo que se trata de “una personalidad del mundo del arte”, una descripción que, según el sitio de chismes Vanitatis, Sofía no hubiera recibido nunca en primera línea en una crónica española, donde siempre se la ha relacionado más con el mundo de la banca o la moda.
“Sin embargo, ellos lo justifican ampliamente, al fin y al cabo sus padres fueron grandes mecenas del arte en Mallorca y su padre se dedica a la conservación de propiedades históricas caídas en el abandono. Todo eso en Lima, claro”, explica el sitio, sorprendiéndose luego de que la revista francesa no haya tocado otros aspectos de la vida del padre de la novia. “Ni rastro de la condena por coacciones a dos inquilinos en 2006, alguna deuda y una acusación por estafa con relación a la venta de dos pisos. Tampoco de su segunda familia, la que en la actualidad tiene en Perú. Silencio total”.
Aunque algunos columnistas han señalado que Sofía “dio el braguetazo” al conquistar a uno de los herederos con más tierras, títulos y dinero del país, su familia tiene su propia reputación, historia y prestigio. Es cierto, sin embargo, que algunas acciones de su padre, el empresario, arquitecto y conservador histórico Fernando Palazuelo, han trizado esta imagen ideal.
Aparte de los malos manejos mencionados más arriba, Fernando creó un pequeño escándalo social en Palma de Mallorca al descubrirse que tenía en Lima otra familia a escondidas de su mujer y sus cuatro hijos. En Perú tuvo dos hijos más con su nueva compañera, aunque solo hace poco firmó los papeles finales de divorcio de su primera mujer, Sofía Barroso, la madre de la novia.