Tanto los presentes como los ausentes; los que vivieron la Copa desde nuestro país, los que viajaron a Brasil para verla desde las tribunas y los que la vieron desde el extranjero. Los peruanos disfrutamos de esas tres semanas de fútbol en las que nuestro equipo nos volvió a demostrar que estar unidos a favor de un mismo objetivo es más fácil, poderoso y positivo de lo que el día a día nos lleva a pensar. Lo que hicieron los muchachos en el certamen quedará para la historia. Que este logro peruano se vuelva a repetir, en las canchas y fuera de ellas.
Por Fabio Núñez del Prado y Rafael Bentín
A mediados de la década de los noventa, en los recreos del colegio, cuando le pedías a un amigo que te regalara un tap, que te prestara su diábolo o te cambiara una figurita, se escuchaba con bastante frecuencia el “cuando Perú clasifique al Mundial, ¿ya?”. Si la clasificación de Perú al Mundial era una posibilidad virtualmente utópica, insinuar que Perú llegaría a la final de la Copa América era una broma de mal gusto. Sonaba remoto que la selección peruana estuviera donde está.
Hoy nada de eso suena lejano. El seleccionado peruano ya es futbolísticamente un referente en la región. Con justa razón se ha posicionado dentro del top 20 del ranking FIFA, y se ha ganado el respeto y la admiración del mundo; por su humildad, su garra, su hinchada… Nos temen, pero también nos quieren. En una carta viral que erizó la piel de todos los peruanos, un hincha uruguayo exclamó: “Hoy no te tenés solo a ti, sino a todo un continente apoyándolos”. Y es que la selección peruana ha dejado en claro que ha llegado para quedarse.
En nuestros recreos, siempre jugaba fútbol con chapitas de Inca Kola uno de los jugadores que puso hasta la cara para generar el tiro libre de Paolo Guerrero que nos llevó al Mundial: Aldo Corzo. No era el que más sobresalía jugando fútbol en el colegio. De hecho, al inicio de la secundaria, ni siquiera estaba en el once titular. No era el más talentoso, pero tenía algo que lo distinguía de todos: una garra difícil de explicar. Si en las clases era chacotero, en las canchas tenía una madurez excéntrica. Si sus entrenadores le pedían que se esforzara el doble, él se esforzaba el cuadruple. Sacrificó lo que ningún chico de esa edad hubiese estado dispuesto a sacrificar: no fue a la fiesta de prom ni a la graduación. Cuando lo criticaban, su respuesta era siempre la misma: ¡tenía que entrenar! Aldo es la prueba más fehaciente de que el éxito es un 1% de inspiración y un 99% de transpiración.
Estamos seguros de que, detrás de cada uno de los jugadores de la selección peruana, hay una historia tan inspiradora como la de Aldo. Ahí donde el peruano representa la viveza, el facilismo y el conformismo, la selección nacional representa el esfuerzo, la perseverancia, la tenacidad y el trabajo. Gareca y los muchachos no solo le han dado al Perú muchísima alegría y regocijo, sino que le han dejado una receta de prosperidad. Nos han enseñado que los resultados no se obtienen mediante un triple salto mortal, sino a fuego lento. Según Aldo Corzo, “el peruano es muy capaz, pues tiene talento, creatividad, ingenio y viveza”. Y enfatiza que, “cuando estas habilidades se juntan con el trabajo, el peruano puede lograr lo que se proponga”.
Seguir a Perú en la Copa América ha sido una montaña rusa de emociones. Todos hemos gritado los goles contra Bolivia, sufrido los penales con Uruguay, celebrado la goleada a Chile y llorado la derrota ante Brasil. Tenemos que sentirnos orgullosos de los muchachos; no hay nada que reprocharles. A pesar de que es típico del peruano criticar a la selección en las derrotas y subirse al coche en las alegrías (basta citar el ejemplo del arquero Pedro Gallese, que pasó de villano a héroe en un parpadeo), son los muchachos quienes tendrían mucho que reprocharnos a nosotros. Fue nuestro capitán Paolo Guerrero quien enfatizó: “Tenemos que remar todos juntos para sacar al Perú adelante”.
Se habla con frecuencia de lo mucho que se polariza el Perú en etapa de elecciones –lo que es bastante evidente–, pero nadie dice que el fútbol tiene el efecto antitético. Probablemente no haya nada que unifique más a un país que ver jugar a su selección. El fútbol tiene un efecto casi mágico: alimenta la paz y la cohesión. Y, en un país donde resulta sintomática la diversidad, esto es algo que tenemos que aprender a aprovechar.
Pero no solo es el fútbol el que aporta al país, sino también el país al fútbol. Resulta curioso que el actual seleccionado nacional haya obtenido los cimientos de su educación en la etapa en que en el Perú se restauró la democracia, se acentuó el crecimiento económico y mejoró significativamente la educación. Durante los 36 años de maldición pre-Gareca, las selecciones nacionales se educaron en un país infestado por la pobreza, la hiperinflación y el terrorismo. No sería de extrañar que estas variables hayan tenido un efecto directo en la calidad futbolística del Perú. De hecho, más allá de tradiciones históricas, las selecciones de los países desarrollados suelen tener mucho mejor nivel futbolístico que las de los países en desarrollo. Y es que suena lógico afirmar que la situación de un país lo impacta en todos los flancos, incluido el fútbol. Y, si ello es así, en un contexto en que nuestro Perú nos da muchas más esperanzas, ¡pues qué el fútbol le aporte al país, y el país al fútbol! ¡Estamos de vuelta y vamos por más! ¡Arriba, Perú!
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