A partir de la devoción que sentía por el viejo Dodge Dart 1965 de su padre, Jimmy Pflücker Pinillos se dedicó, entre el año 1990 y 2011, a ser dealer de autos exóticos, comprándolos y revendiéndolos. Luego, a base de mucho esfuerzo, incursionó en diferentes rubros. Y como también ama la pintura y el rock, ha terminado construyendo dos galerías de arte para rendir culto a los fierros, a los cuadros y a la música, la trilogía que gobierna su existencia.
Por Czar Gutiérrez Fotos Diego Moreno
«Te voy a enseñar un video para que sepas quién soy”, dice. Un cuadro abstracto en formato medio flota sobre su cabeza. Adelante, la escultura plateada del bombardero aliado Mustang P-51 está alzando vuelo. Atrás, una serie de fotografías familiares de regular tamaño. En una de ellas está junto a Cassius Clay. En otra, aparece de niño abordando su carrito rojo a pedales. Debe ser el CEO más ocupado del país –conseguir esta entrevista fue una verdadera proeza–, pero, puesto a conversar, se descubre alegre, locuaz y bromista. Es un muchacho miraflorino que busca algo en su celular y te dice: “Mira, este soy”. En el video, está con un casco de minero y un martillo, tallando una caverna de granito.
—¿También entras al socavón?
—Yo le entro a todo, hermano.
Es el hombre orquesta de la aurífera Eco Gold. Tiene una camisa azul y acaba de aterrizar desde una altura de 4500
m.s.n.m. “Vengo de Huancavelica, recorro el interior del país buscando minerales. Trabajo duro, pero es la única manera de sacar adelante la economía. Desde el Gobierno nos dicen: ‘No más pobres en un país rico’, pero no nos dejan sacar lo que está bajo tierra. Y ponen trabas para construir represas en un país con la mayor cantidad de cuencas de agua dulce. Aun así, mi empresa es la que más ha crecido en estos últimos cuatro años por el esfuerzo y las metas claras que se tienen. Siempre dentro de las normas ambientales”, dice.
Y aunque la minería es una tradición familiar –recuérdese que los Pflücker Schmiedel comienzan a explotar el cobre de Morococha y Quispisisa en 1840–, Jimmy Enrique Leonardo Sergio Pflücker Pinillos (56) es nuevo en este negocio. Lo suyo, su verdadera querencia, son los autos. De niño se metía debajo del Dodge Dart de su padre para contemplar los trenes de tracción. El duelo de bielas, válvulas y pistones. Para verificar la salud del carburador del cigüeñal. Todo eso lo heredó de su padre. Cuando el cáncer se lo llevó, Jimmy tenía 14 años. Era un adolescente, amaba los automóviles y, como ellos, tenía hambre de horizonte.
Cupido Motorizado
Desde los 14 años hasta los 16, Jimmy trabajaba alquilando luces para las fiestas ochenteras. A los 17 ahorró todo lo que pudo para comprarle a su tío el auto de su papá que, con el dolor de su corazón, tuvo que vender al rockero Gerardo Manuel, quien le daría un V W 1600 brasileño como parte de pago. “Vendo ese Volkswagen, salgo a la calle y veo un Renault Fuego. Lo compro en 7 mil dólares. Lo pongo bonito y me ofrecen 11 mil. ¡En una semana había ganado 4 mil dólares! Entonces me digo: ‘Qué interesante, antes me encantaban los autos y ahora sencillamente los adoro’”, bromea.
“ Luego me topé con un BMW de 13 mil dólares. Negocié, pagué 9500, lo puse lindo y me lo compraron en 15 mil. Seguidamente, me entero que el embajador de Estados Unidos estaba vendiendo su BMW del año. Voy a su casa, veo el carro y se me cae la baba. Me dice que cuesta 26 mil y, como ya tenía 15, vendí todo lo que pude, hasta mis luces, para llegar a esa cifra. Tenía 19 años y 20 mil dólares en el bolsillo. En esos años proliferaban los Toyota, Nissan y VW. Solo los embajadores tenían autos importados. Me hice de esa clientela y subí como un cohete. A los 21 me fui a Miami. En cuatro años me convertí en uno de los tres mejores dealers de Florida y tras 5 años, logré tener una de las tres mejores tiendas de autos exóticos”.
Entonces, se instala una especie de silencio apenas roto por la solicitud del fotógrafo para iniciar la sesión en la galería de arte ubicada en el primer piso. Es un espacio que Pflücker construyó dos meses antes de la aparición del COVID, que le arrebataría a su madre. Y mientras bajamos las escaleras, agrega: “Nunca heredé un dólar. Solo heredé un aprendizaje forzado a toda máquina de los fierros por parte de mi papá. Todo lo demás, lo he conseguido por mis propios medios. No he ido a la universidad, pero tengo una licencia de piloto de avión, y en EE.UU. vendí más de 10 mil autos exóticos y de lujo entre los años 1990 y 2011”. Entonces, un universo de acero y cristal se abre, majestuoso.
Estética «Petrolhead»
Una mínima fracción del medio centenar de joyas motorizadas que componen su colección es la que exhibe en las dos galerías de arte que tiene en Lima: una está en la Costa Verde, frente a los yates. La otra, en la cuadra siete de 28 de julio, un paraíso de cromo rojo para cualquier espíritu sensible: he ahí a uno de los 712 autos de la primera versión del Ferrari 308 GTB (1977), fabricado en fibra de vidrio y lubricado por cárter seco. Diseñado por Pininfarina, es altamente apreciado por los coleccionistas y famoso por aparecer en las series “Magnum P.I.”, “Transformers”, “Better Call Saul”, y en la película “The Cannonball Run II”.
También está el Ferrari F 355 B (1996), ese deportivo biplaza de dos puertas que sirvió al carrocero italiano para introducir los cambios secuenciales en el volante, una deriva directa de la Fórmula 1. Otra gema es el coupé Ferrari 599 (2011), una de esas treinta unidades equipadas con cambio manual que la firma de Maranello ha vendido en el mundo entero. Y para completar, un Honda NSX (New Sport eXperimental) fabricado en 1998 y conocido entre los especialistas como el “anti-Ferrari”, por su rivalidad con la marca italiana: su motor con bloque, sus culatas con aleación de aluminio ligero y sus bielas de titanio lo ponen a la misma altura.
Otro cantar son los objetos que rodean a los autos: la turbina de titanio de un avión de Panam a escala reducida. Collages de Al Pacino en “Scarface” y de Sean Connery en “Goldfinger”. Una escultura con el rayo de Bowie, un maniquí elaborado con cadenas de acero inoxidable. Los rostros de Marilyn, Santana y Spinetta delineados con cintas de cassette por Patrick Gardener. Otra escultura en forma de cartera Chanel en honor a Karl Lagerfeld en cristal de resina y mango de bronce. Y la siempre omnipresente lengua de los Stones, reptando en el centro de una bandera británica.
Es decir, el universo completo de un petrolhead –dícese del amante de los automóviles de combustión interna–, forjado en el olor a gasolina, pero que aspira a un futuro eléctrico, insonoro y no contaminante. Un sibarita que unifica el arte pictórico y musical con la aerodinámica de los túneles de viento, nada menos.
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