Cuando a Sebastián Lores le encomendaron la renovación de la antigua casona miraflorina del psicoanalista Max Hernández, tuvo que enfrentarse a dos desafíos: primero, cumplir con las expectativas y superar los recelos de los propietarios; y segundo, respetar el legado de su mentor, Emilio Soyer, quien tiempo atrás se encargó de una primera transformación de la casa.

Por Raúl Cachay / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

Lores

“Hemos llamado en ayuda a la fatiga / Hemos subido los muros / Hemos dejado en casa al hermano, al mismo hermano que guarda –quizá sea que volvamos– el gastado cuaderno de sus labios”, escribe el entrañable Luis Hernández en la segunda estrofa de “Géminis”, uno de sus poemas más conocidos. Esa “casa” quizá sea la misma residencia de estirpe republicana en la que aún vive Max Hernández, su hermano, en Miraflores, y que acaba de ser remodelada por Sebastián Lores, quien siguió la línea dejada por su maestro y mentor, Emilio Soyer, en una primera intervención. Inicialmente, Soyer adaptó la casa para que allí funcionara una galería de arte. Luego, el psicoanalista peruano y su esposa compraron el inmueble para reconvertirlo, nuevamente, en una vivienda familiar.

“La casa tiene un sesenta por ciento, aproximadamente, de muros de adobe combinados con muros de ladrillo. Básicamente, lo que Emilio hizo fue limpiar la estructura. Los dinteles están hechos completamente de madera, y sacó todos los revestimientos laterales para dejar limpio el muro. La idea era ver la casa no como una continuidad de muros, sino como varios elementos macizos que componen espacios. Así fue como trató esa primera renovación. Yo simplemente quise respetar y seguir la línea que él trazó”, explica Lores, quien conoció a Soyer cuando era muy chico, pues la esposa del arquitecto era prima hermana de su madre. Tiempo después, incluso, maestro y discípulo se asociaron para presentarse juntos al concurso de la sede de la UTEC en Barranco.

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Claves de una renovación

De acuerdo con Lores, los propietarios de la casa estaban interesados básicamente en reformar dos espacios: la cocina y el segundo piso. Max Hernández y su esposa querían que tuviera un toque más moderno, pero sin que perdiera su esencia. Por eso, el proyecto de renovación liderado por Lores tuvo desde el inicio una serie de requerimientos y obstrucciones que de alguna manera fueron moldeando la manera en que él mismo se involucró con el lugar.

“Mi posición inicial fue la de hacer algo completamente distinto a la renovación anterior”, explica. “Pero luego, dando vueltas a cómo es la casa y siguiendo la filosofía del propio Emilio de tratar de mimetizar la parte moderna con la antigua, decidí no hacer algo más llamativo, potente y ultramoderno. En el caso de la cocina, por ejemplo, se hizo toda la mueblería de madera, ya que la casa tiene casi un setenta por ciento de madera. Junto con esa renovación, se hizo todo el cambio del piso, salvo cuando se trataba, otra vez, de madera: el patio, la cocina, el ingreso y toda la parte frontal se tuvo que cambiar. Era un porcelanato ya viejo, de color celeste, que no encajaba con la casa. Las casas antiguas, las que tienen patio central, siempre jugaron con el cerámico clásico de arcilla. Pero lo interesante es que, cuando comenzamos a romper y a excavar en el patio, donde hay un gran árbol que tuvimos que reacomodar, encontramos las losetas pintadas a mano que estaban ahí desde la época republicana”.

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Al patio central, además, se añadieron dos jardineras para darle un poco más de vida y de verde, algo similar al tratamiento que recibió la parte externa de la casa. Se volvió a diseñar el piso y se insertaron piezas de las viejas losetas que fueron encontradas casi como hallazgos arqueológicos durante las excavaciones.

En el segundo nivel se hicieron algunas de las modificaciones más importantes. “El problema con el techo es que la parte de arriba era demasiado calurosa, tanto que en verano se hacía insoportable”, cuenta Lores. “Por eso, le metimos teatinas, para iluminar la oficina y la biblioteca de Max Hernández, que es masiva. Max estaba harto de la oscuridad del espacio. La casa necesitaba luz cenital. Yo iba a poner inicialmente unos conos blancos en el techo, para que la luz los atravesara, pero nuevamente caí en el pensamiento de Emilio y decidí que la intervención no fuera tan radical. Finalmente, optamos por colocar las teatinas en ubicaciones vitales. Es impresionante cómo ha cambiado la sensación interna que ahora te da la casa. Al techo, además, se la ha echado una especie de espuma térmica, que no permite filtraciones ni colaciones de agua si es que llueve. Todos estos cambios han generado un ambiente muy interesante para la discusión o la tertulia. Max ahora da todas sus entrevistas en ese espacio”.

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Basta con observar las imágenes del interior de la casa para reparar en sus abigarrados ambientes: miles de libros, obras de Ramiro Llona, Cristina Gálvez y otros grandes maestros locales, ceramios precolombinos… Es una casa que, en cierto sentido, se parece mucho a un museo. Naturalmente, en un lugar así, el proceso y las dinámicas de negociación entre las ideas del arquitecto renovador y las expectativas de los propietarios pueden llegar a ser muy complicados. Lores, afortunadamente, contaba a su favor con el amplio conocimiento y la absoluta compenetración que tenía con el trabajo de Soyer, que fue, a fin de cuentas, quien escribió el capítulo inicial de un proceso de renovación que él debió continuar muchos años después. Un proceso que aún no termina, ya que unas próximas etapas de la obra deberían incluir una completa modificación de los baños y una ampliación total del walk-in closet del dormitorio principal. Pero Hernández y su esposa todavía no se animan.

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“Conozco tanto a Emilio que sé perfectamente por dónde hubiera ido una renovación suya, pero las negociaciones con los propietarios para plantear los cambios en la casa fueron por momentos muy difíciles”, afirma. “Entendí que esto era demasiado para ellos, un matrimonio que vive solo desde hace muchísimos años en esa casa. Los arquitectos tenemos nuestro ego y muchas veces queremos dejar nuestra huella o sello en todos nuestros trabajos, pero recordé unas palabras de Peter Zumthor, quien dijo que la mejor arquitectura es aquella que parece que siempre estuvo ahí. Entonces pensé: ‘Esto no es mi estilo, pero puedo cambiar el carácter y los espacios de la casa, y no me voy a concentrar en el envoltorio’”

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Artículo publicado en la revista CASAS #269