«Led Zeppelin venía cosechando éxitos con sus 3 primeras producciones. La cuarta sería la más poderosa, innovadora y mística. Con el tiempo, especialmente por “IV”, Led Zeppelin sería más influyente que Los Beatles o Jimmy Hendrix. Vamos por partes».
Por Diego Molina
En noviembre de 1971, apareció un disco que sería un parteaguas para la música. Y el contexto era un año ya histórico, por álbumes como “L.A. Woman” de The Doors, “Imagine” de John Lennon, “Meddle” de Pink Floyd o “Sticky Fingers” de Los Rolling Stones. Pero si uno quiere sentir el rocanrol en su clímax, “IV” es la obra.
Led Zeppelin venía cosechando éxitos con sus 3 primeras producciones. La cuarta sería la más poderosa, innovadora y mística. Con el tiempo, especialmente por “IV”, Led Zeppelin sería más influyente que Los Beatles o Jimi Hendrix. Vamos por partes.
Se trata de un álbum sin nombre. No tiene nada escrito ni en portada ni en el reverso: solo un cuadro de un viejo cargando un haz de ramas, colgado en una pared derruida frente a una ciudad. El cuadro lo consiguió el cantante Robert Plant en una feria. El autor es anónimo, abonando misterio al disco. Además, en vez de los nombres de los Zeppelin, aparecen 4 símbolos, de inspiraciones Rosacruces, egipcias y esotéricas. En esa línea oscurantista, el ermitaño del Tarot es el único arte adicional.
La banda se juntó para grabar, y vivir, en el antiguo asilo de Headley Grange en el campo inglés, utilizando el estudio de grabación portátil de Los Rolling Stones. La casa tenía una acústica particular, por lo que grababan en los dos pisos y en las escaleras. Y ese eco único otorga amplitud y profundidad al sonido. Una genialidad del guitarrista Jimmy Page que fungió también de productor. Tantos años como músico de estudio rendían frutos.
El inicio es promisorio: la sexual “Black Dog” que aparenta ser hard rock, pero su compás va alternando, haciéndola fascinante y única. El título se debe al labrador de la casa-estudio. Le sigue “Rock & Roll”, prestada en parte a Little Richard y que regresa al sonido Zeppelin conocido, para luego sorprender con “The Battle of Evermore”, por la mandolina (que Page primera vez tocaba), las referencias a “El señor de los anillos” y la voz femenina. Además, el estilo celta sería oficialmente incluido en la música popular.
El lado A finaliza con “Stairway to Heaven”, que merecería un libro entero. Una balada-liturgia in crescendo, que es irrumpida con fuerza por el mejor solo de guitarra de la historia (según encuesta de la revista “Classic Rock”). No está claro de qué trata: desde una crítica al consumismo hasta alegoría ocultista. En esa onda, Page era fan de Aleister Crowley, considerado satánico, cuya casa compró y habitó. Se creía que al sonar “Stairway to Heaven” al revés, se escucha una oda demoniaca con frases como “my sweet satan”. La canción fue tan famosa que Plant se negaría a volverla a cantar. Sería la cumbre de potencia y versatilidad de su voz.
El lado B tiene 3 clásicos: “Misty Mountain hop” sobre persecuciones a hippies y donde brillan las melodías y arreglos de John Paul Jones. La orientalista “Four Sticks” con cambios de compás tan retadores que el baterista John Bonham terminó usando 4 baquetas (de ahí el nombre). La hermosa balada hippie folk “Going to California” y el gran final: “When the Leeve Breaks”. Un country blues (de Kansas Joe McCoy y Menphis Minnie) con esteroides, sobre la gran inundación del Missisipi de 1927. La furia con la que golpea Bonham y los detalles rítmicos que incluye en paralelo es revolucionaria. Por eso él es el baterista #1 de la historia para la revista Rolling Stone.
Por todas esas razones, este álbum sin nombre se erigiría como el decimosegundo más vendido de la historia con 29 millones de copias certificadas, y contando. Si hay cosas por hacer antes de morir, escuchar este disco completo es una obligación.
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