Visitar Light is Love es toda una experiencia. Ni las fotos ni las descripciones minuciosas –y ostentosas– que intentan explicar tanto los mecanismos de funcionamiento como las sensaciones que la obra de Chris Levine es capaz de generar alcanzan, porque su arte precisa de la interacción con el espectador. “Mi trabajo es experiencial”, me dice cuando le hablo acerca de la impresión que me produjo estar a puertas cerradas contemplando sus tres piezas desde distintas perspectivas durante quince minutos, en un cuarto oscuro pero lleno de luz.
Dependiendo de donde uno se coloque, la muestra cambia. Las decenas de caras que emergen cuando uno se para frente a Reflection, una suerte de espejo cóncavo que invita al ejercicio introspectivo, son –casi podría decirse– espeluznantes. La pieza está estratégicamente ubicada frente a otra, llamada Geometry of Truth, cuyo láser azul intenso dibuja formas aleatorias que remiten al desplazamiento de una ameba. Esos movimientos, que se combinan con el sonido que produce el láser, generan una sensación de calma ineludible.
Esta danza azul se alcanza a reflejar sobre parte del techo y de la pared que alberga Light is Love, el tercer integrante de esta trilogía sensorial. A primera vista, se trata de dos líneas simples de luces led, una azul y la otra roja, colocadas verticalmente sobre la pared central de la sala; pero estas, en realidad, proyectan una imagen en visión periférica. Después de unos minutos, la palabra “love” aparece, como suspendida en el aire, por una fracción de segundo. Y, esta vez no importa en qué punto de la sala uno se pare, porque el fenómeno ocurrirá siempre que el recorrido de los ojos se tope accidentalmente con la pieza. La imagen acecha, pero, a la vez, desaparece cuando intentas retenerla con los ojos. “Como el amor”, comenta Chris. “Cuando intentas aferrarte a él, se escapa”. Las metáforas involucradas en su obra son de distinta índole, pero la mayoría tiene que ver con la relación que él encuentra entre la luz y el amor, y con el tremendo impacto que el descubrimiento de la meditación ha producido en su vida.
EL DON DE LA QUIETUD
“Con el paso del tiempo, la meditación se convierte en una parte cada vez más importante de mi trabajo”, afirma Chris. “Me da cierta claridad, y me hizo dar cuenta de que lo realmente importante y lo que hace que todo funcione es el poder del amor. Y a través de la exploración del láser, que es la forma más pura de luz, podemos tener una idea de la naturaleza del amor”, explica sobre el título de su muestra.
Lo mismo que ocurre con su trabajo, que precisa ser experimentado para apreciarse como se debe, ocurre con la meditación. “Leí y escuché mucho al respecto, pero no fue hasta que la experimenté que significó algo realmente”, cuenta. En 1999, Chris viajó a Katmandú para hacer un curso de meditación que significó un cambio radical en su vida. “En ese año estaba al borde del suicidio. Y en el transcurso de una semana empecé a escuchar específicamente sobre Vipassana. No sobre meditación en general, sino, específicamente, sobre Vipassana, que es el tipo de meditación que practico. Una persona cercana me dijo: ‘Un amigo mío hará un curso en Katmandú, viaja pasado mañana. ¿Por qué no vas tú también?’ Así que dejé todo y me fui a Katmandú”, relata el artista. “Tienes que comprometerte a estar diez días sin leer, sin revisar tu e-mail… Te purificas. La idea es que en esos diez días la mayoría de personas lo experimenta. A mí me cambió la vida”.
Desde ahí, explica Levine, su trabajo se concentra en intentar llevar a la audiencia a “un espacio previo al pensamiento, que consiste en simplemente estar”, con ayuda de las luces láser, que pueden lograr inducirnos a un estado meditativo en medio del bombardeo de información al que nos somete el mundo moderno. “En ese punto, algo se abre. Incluso si es solo por un momento, puede tener un gran efecto en el ser humano”, opina. “Yo suelo decir que la quietud es un portal hacia lo divino”. Con Light is love, es justamente eso lo que Chris consigue.
Por Vania Dale Alvarado // Foto de Javier Zea
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