Hay un feminismo ideologizado que disfraza de derechos y causas justas el discurso del odio y la confrontación. La vacuna contra esos autoritarismos es la resiliencia a través del goce irrestricto de la libertad en un Estado de derecho.

Por María de los Ángeles Murillo

La resiliencia potencia al ser humano a ser mejor persona, de manera tal que podamos anteponernos  a la adversidad que sufrimos ante esta situación en la que nos encontramos. La resiliencia es la posibilidad de superar momentos difíciles con la confianza que saldremos adelante.  Los proyectos fracasados son una de las principales causas con las que se confronta ésta.  

Hoy la mayoría de nosotros ve frustrado su proyecto de vida y el de nuestros hijos, sin embargo, existe un sentimiento y esfuerzo común que nos conduce a resistir y a oponernos ante la adversidad. 

La inmensa inseguridad e incertidumbre política, económica, social y en general de vida en sociedad a la que podemos aspirar hace que nos cuestionemos muchas cosas. 

A esta inseguridad reciente, originada por los resultados de las últimas elecciones, vienen a sumarse las nefastas consecuencias de la forma de vivir impuesta por el gobierno, debido a la pandemia mundial, en la que la libertad del ser humano se ha visto restringida extremadamente. 

Es de esta manera como nos cuestionamos y revaloramos nuevamente cada uno de los principios y valores que como ser humano y como mujer, en condición de tal, nos toca asumir.  

En este cuestionamiento y revaloración, los sentimientos hacia la familia predominan. Nuestra pareja, los hijos, padres, hermanos y abuelos. Todas aquellas personas con quienes nos unen lazos consanguíneos y lazos de amistad. Aquellas personas a las que queremos y siempre están ahí para darnos una sonrisa o un abrazo sincero y desinteresado en el momento preciso. Esos valores son los que se rescatan primero. El amor a la familia se impone como el mayor valor perdurable en el tiempo y ante cualquier situación.

En el proceso de cuestionamiento y revaloración de todos los principios que tenemos, aparecen muchos en la lista, como el amor al país, el respeto a las instituciones, el respeto al prójimo, la justicia, el derecho de propiedad, y a la vida en paz y seguridad. Entre todos estos principios y valores aparece con mucha fuerza e incluyendo a otros y sobreponiéndose casi a todos, un valor inconmensurable.  Ese valor, esa sensación, ese derecho, principio y condición es la libertad y éste es el valor más preciado de todos y el que nos define como seres humanos y el que nos permite resistir y adaptarnos a todas las situaciones de frustración existentes.

En nuestra condición de mujeres, poco a poco, hemos logrado tener un acceso al mercado de la educación y posteriormente al mercado laboral, político y a ejercer libremente nuestras destrezas y capacidades. No se requieren más autorizaciones especiales del padre o del esposo para ejercer nuestras capacidades civiles. Se ha logrado el reconocimiento legal de la igualdad de derechos entre los seres humanos sin importar su sexo u otra condición humana. Se prohíbe legalmente la discriminación en todo sentido.  En ese camino andábamos o transitábamos en un próspero desarrollo las últimas décadas.

Sin embargo, las ideologías que se exponen recientemente aparecen cargadas de odio y de confrontación entre peruanos, pretenden resaltar y remarcar solo desigualdades, ciudadanos de distintas clases, de distintos colores, de distintos derechos, anulando toda posibilidad de coexistir en paz y en libertad y bajo un sistema de estado de derecho. Se proponen varias novedades que no forman parte ni de nuestros principios, ni valores y cuyos resultados, los que ya hemos conocido a través de otras experiencias o más bien experimentos políticos fracasados en los que nada bueno ha sucedido a los ciudadanos, más que hambre, escasez, atraso, falta de trabajo, sufrimiento, menos igualdad y donde se prescinde de la libertad.  

En ese nuevo escenario que se nos presenta, la igualdad de la mujer y los derechos conquistados por nosotras con mucho esfuerzo y mérito, más que por cupos y dádivas legislativas, es inexistente. Todo el discurso comunista viene extrañamente acompañado de una total carencia por el respeto a la mujer y a sus derechos como persona.   Agravios, falta de representación en el gabinete, injurias y comportamientos misóginos extremadamente machistas e inaceptables.  

En las calles de Lima y provincias la gente resiste al embate de la pérdida de la libertad y de la democracia. Y allí vemos resistir principalmente a muchas mujeres. Mujeres que trabajan, son obreras, cajeras, ejecutivas, abogadas, directoras, campesinas, maestras, manufactureras, pero que a su vez deben asegurar que todos los días haya un pan en casa. Son estas mujeres quienes tienen que hacer alcanzar el ingreso familiar en el mercado o en el supermercado, son estas mujeres quienes hablando en castellano, quechua,  aymara o cualquier otro idioma originario deben asegurar el bienestar y la comida así como la subsistencia diaria y educación de sus hijos y de su familia. 

Será por esta razón que millones de peruanas han salido a resistir y a luchar por ese valor tan preciado que es la libertad, en oposición a esta nueva propuesta fallida que elimina al estado de derecho y con ello a la posibilidad de ejercer nuestros derechos civiles en igualdad de condiciones.

Somos nosotras, además, quienes, en la mayoría de los casos, prevemos el futuro, planificamos nuestros proyectos de vida, los de nuestros hijos hasta donde esto es posible. Somos el tronco y la raíz de la familia y por lo tanto de la sociedad.   Aquí en la costa, como en la sierra y en la selva, en el norte y en el sur. Es nuestra condición humana, mujeres multi funcionales, orgullosas.  Sin importar color o raza, sin importar el idioma en el que hablemos.  Tanto si vivimos en la sierra vistiendo orgullosas la pollera y la manta tejida o bordada, o en la selva o si vestimos occidentalmente como el 80 o 90% de los peruanos que vivimos en ciudades. Somos las llamadas a proteger. A cuidar de los nuestros.

Por todas estas razones, las mujeres afrontamos y resistimos a esta situación que solo lleva a la sociedad al despeñadero, que no depara nada bueno a favor de nuestros hijos, ni a favor de  nuestra familia ni de nuestro país. Somos las vigilantes de la libertad, del rechazo a la verdadera discriminación.

Lucharemos hasta el final por un país inclusivo, en el que se respeten las libertades, en que no se discrimine, en que no se aclame la desunión entre peruanos, antes que ricos, pobres, blancos, mestizos, quechuas, aymaras, aguarunas y otros estamos todos los peruanos unidos por el estado de derecho, artífices de nuestros destinos en pleno ejercicio de nuestras libertades. 

Exigimos un Poder Judicial y un Ministerio Público autónomos y justos que apliquen sanciones con justicia y al amparo del estado de derecho y de la institucionalidad, queremos progreso, necesitamos tener la posibilidad de demostrar nuestros talentos, de tener opciones que nos hagan mejores en la vida y de enseñarles a nuestros hijos que es posible un país sin corrupción. No aceptemos ser manipulados, engañados ni estar a merced de una dictadura del estado en la que lo único que se pueda hacer es la voluntad de un dictador o de un grupo de gente que no se enmarca en ningún tipo de limitación al poder. 

Por ello, nuevamente, como mujer y como amante de la libertad y del estado de derecho les pido a todos seguir resistiendo y hacer sentir nuestra voz para lograr un mejor país gobernado por la ley y no por un gobierno con poderes ilimitados que nos quitarán la libertad y con ella nuestra condición de seres humanos. 

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