El prestigio intelectual es la gran herramienta de la izquierda. Por eso la clase media, influenciada por la intelectualidad limeña, no quiere marchar con la derecha. Y por eso no se unen a la protesta contra Castillo.
Por Carlos Cabanillas
Basta con mirar la segunda vuelta presidencial de 2021. Los extremos votaron según su conciencia de clase: los sectores empobrecidos marcaron el lápiz y la clase alta votó por Keiko. Pero en las clases medias se dio un fenómeno muy actual: mientras la derecha popular limeña votó por la economía, la izquierda urbana votó por memoria y dignidad. Es decir, por valores posmateriales o superiores en la pirámide de Maslow. El mensaje es claro: la derecha asustada vota por su vulgar bolsillo; en cambio, la izquierda progresista vota por valores elevados.
En el fondo, es un tema de estatus social: solo quien tiene el estómago lleno puede darse el lujo de decidir sobre la base de ideales. La ‘gente bien’ o ‘decente’, como decían las abuelas pitucas, no anda pensando solo en sus bolsillos. Y en un país poco educado, nada da tanto prestigio como la palabra escrita. Por eso no sorprende que la expremier Mirtha Vásquez haya presentado dos libros el año pasado. O que Francisco Sagasti y Daniel Olivares hayan sido atacados en una librería por La Pestilencia. Ciertamente, la oposición tiene derecho a protestar pacíficamente en las afueras de El Virrey contra una presentación de Vladimir Cerrón. Pero mejor sería que la derecha plantee la batalla intelectual y responda ideas con ideas. Por ejemplo, que la autobiografía de Alberto Fujimori hubiera sido publicada por una editorial grande y no por un sello marginal.
Sin embargo, la caricatura ha sido establecida: la derecha de La Pestilencia (la “gente decente” se tapa la nariz) solo va a las librerías para escrachear. No es verdad, pero es la percepción que se ha impuesto, que no es lo mismo pero es igual. El estereotipo es que la derecha bruta no lee, defiende universidades cuestionadas por la Sunedu y solo pisa las librerías para protestar tirando tomates. La derecha no sabe de ideas porque solo vota por la economía, vaya vulgaridad.
La intelectualidad (es un decir) es mayoritariamente zurda, o al menos lo aparenta. ¿Hace cuánto que la derecha que no ha leído a Riva Agüero pide un nuevo Riva Agüero?
Lo cual nos lleva a la pregunta del célebre ensayo de Robert Nozick: ¿por qué los intelectuales son de izquierda? La pregunta es compleja y tiene respuestas que pueden rastrearse en todo el mundo. En términos locales, el ejemplo más preclaro es Sendero Luminoso, un levantamiento de maestros de provincia que siempre se diferenció de “las mesnadas”, como despectivamente llamaban al pueblo iletrado. Y allí donde el indio era infantilizado, Abimael Guzmán se erigió como “el profesor”.
Es evidente que algo ha fallado en el sistema educativo peruano. El modelo económico ha mejorado todos los aspectos de la sociedad, menos ese. Cualquier librero o quiosquero lo sabe: hoy se lee menos. Y tal vez por eso hay tantos periodistas de izquierda. Es cierto que la culpa no es solo de las universidades basura que crecieron como champiñones (no sorprende que la izquierda apoye a la Sunedu, aunque en la práctica no resuelva nada). La educación pública lleva décadas secuestrada por el Sutep, el Conare, el Movadef y demás grupos que se resisten a la evaluación. Pero el resultado es el que vivimos hoy.
El prestigio intelectual es la gran herramienta de la izquierda. Como decía Bourdieu, el prestigio es un capital simbólico (y nada da tanto caché como citar a un autor francés). Y ese capital simbólico percola hacia abajo. Es un tema aspiracional. Por eso la clase media, influenciada por la intelectualidad limeña, no quiere marchar con la derecha, no quiere que la relacionen con esa derecha. Y por eso no se unen a la protesta contra Castillo.