Solo el diez por ciento de sus alumnos son hombres. Dice que es porque las mujeres tienen más desarrollado el hemisferio derecho del cerebro, el lado de las emociones. No le gusta el término ‘iluminación’, pero asegura haber alcanzado chispazos de lo que los budistas llaman el nirvana. Acaba de superar un covid que lo llevó a estar dos semanas en cama y cuatro días con 39 de fiebre.

Por Gabriel Gargurevich Pazos 

En el Colegio de la Inmaculada, donde estudió, había profesores, curas jesuitas, que le decían: “Busca la verdad y, cuando la hayas encontrado, ¡busca la verdad!”. Isaac Vásquez Ampuero siguió sus consejos, y en 1977, a los 19 años, conoció, gracias a una pareja de amigos, al que sería su maestro de yoga por los siguientes años. “La primera vez que le dirigí la palabra fue en una cena que daba el embajador de la India. Él me había preguntado cómo estaba, y mi corazón empezó a latir con fuerza. Le dije, mientras nos servíamos el buffet, que mi deseo profundo era ir a la India. Él se rio delante de todo el mundo y repitió en voz alta lo que le había dicho, como si fuera un chiste. Me dijo que no era necesario ir a la India, que todo estaba adentro mío”.

Hoy, Isaac es un profesor de yoga muy querido por muchos artistas, empresarios y músicos. Solo el diez por ciento de sus alumnos son hombres, “hombres muy sensibles”, subraya, “que han desarrollado mucho el hemisferio derecho del cerebro, el analógico, el del corazón, el emocional, el femenino”. Dice que, por su sensibilidad, “las mujeres pueden ser mejores yoguis. El yoga te lleva a desarrollar el lado derecho del cerebro; te lleva de la cabeza al corazón, y luego al puente que une los dos hemisferios del cerebro; en ese puente, en ese centro, se encuentra nuestra verdadera naturaleza, el absoluto, la vacuidad, como dicen los budistas; te vuelves como un niño que recién nace, que no separa las cosas, que no piensa, que no siente”.

¿Te refieres a alcanzar el nirvana, la budeidad?
También se le llama samadhi. A mí no me gusta el término ‘iluminación’, suena a cuando Michael Jackson subía el escenario y lo iluminaban los reflectores [ríe].

¿Tú has alcanzado ese estado?
En determinados momentos, he tenido algunos chispazos. Tienen que darse las condiciones; si quieres ver delfines, tienes que ir al mar; hay técnicas de meditación, por supuesto…

¿Cómo describirías esos momentos?
No se pueden describir con palabras… Pero en ese momento eres sin forma, sin límite, sin lenguaje, sin origen, informe, indiferenciado, profundamente silencioso… Una vez que llegas a ese estado unificado, como lo llama la ciencia, puedes aplicarlo a la vida cotidiana.

¿Se necesita mucha disciplina para llegar a ese estado?

Sí y no. Porque, estando en presente, puedes alcanzarlo regando tu jardín, por ejemplo, sintiendo la brisa del aire, las gotitas del agua, siguiendo el vuelo de un colibrí… Solo eso.

Silencio interminable

Isaac Vásquez2

“En mi colegio, la Inmaculada, me formaron curan jesuitas. Ellos siempre me decían que busque la verdad y eso hice, cuando conocí a mi maestro de yoga, Swami Devananda, en 1977, a los 19 años”.

¿Está bien dejarse llevar por las pasiones?
Las pasiones son parte de la vida. Somos un tercio animal, un tercio humanos y otro tercio divinos. Y para que suene una buena melodía se necesitan los tres. Hay que aplicar el discernimiento en la vida, no dejarnos llevar por las fuerzas telúricas y los sentimientos de baja frecuencia, como la agresividad, por ejemplo.

¿Cuál ha sido el mayor error que has cometido?

Creer que soy Isaac [ríe].

Entonces, ¿qué eres?
Soy silencio, interminable, profundo. Los seres humanos cometemos el error de creer que somos el envase de la botella y no el aire que esta contiene; si la botella se abre, nos fundimos con nuestra verdadera naturaleza.

¿Cuál es tu mayor vicio?
La natación, el mar, el sol…

¿Alguna vez te has enamorado de una alumna?
Difícilmente, no está en mi ética, trato de evitarlo en lo posible, pero no lo podría descartar, a veces el corazón se impone, hay que estar abierto a todas las posibilidades en la vida, las circunstancias cambian y a veces se generan paradojas impensables. Si te pones rígido,
luego cuando sucede te llenas de culpas y remordimientos.

Hace poco te dio covid…
Me dio fuerte, me contagió alguien que no se había vacunado; entonces, me contagió un animal salvaje [ríe]. Estuve dos semanas en cama, cuatro días y medio con 39 de fiebre, era como respirar gelatina. Lo peor que puedes hacer es desesperarte, basta un poquito de oxígeno para poder vivir. Enseguida me dio varicela, e inmediatamente después, rotavirus.

¿En serio?
Sí [ríe]. Pero yo tomo todo eso como una bendición del universo. El covid fue una prueba de resistencia, y además limpió el sistema respiratorio; la varicela eliminó las toxinas dejadas por los medicamentos que tomé para el covid; y el rotavirus significó una limpieza intensa del colon.

¿Qué le dirías a alguien que pasa por una enfermedad que lo pueda acercar a la muerte?
La enfermedad es el impuesto que hay que pagar por el uso de este cuerpo.

Testimonios

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“La primera vez que le dirigí la palabra a mi maestro le dije que mi deseo profundo era ir a la India. Él se río delante de todo el mundo y repitió en voz alta lo que le había dicho, como si fuera un chiste. Me dijo que no era necesario ir a la India, que todo estaba adentro mío”.

“Hace más de diez años practico yoga con Isaac. Lo que hace distintas a las clases de Isaac con respecto a otros espacios de yoga es que no solo se trata de posturas, sino que es una enseñanza más integral, filosófica, donde lo que se busca es estar en el presente, sentir cada cosa que estás viviendo. El yoga es una forma de vida, un estado de la mente”. 

Tiza Martínez tanatóloga.

“Desde que empecé a practicar yoga, duermo mejor. El yoga me ha dado mayor flexibilidad, me ayuda a entrar en contacto con mi cuerpo, con la naturaleza. Y se ha despertado en mí una espiritualidad dormida. Yo empecé en el yoga tomándolo como una suerte de gimnasia, buscando salud física, y encontré la espiritualidad”.

Maricruz Arribas, artista plástica.

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