La periodista de televisión luce algo cansada. Ya lleva cinco horas en el estudio registrando con su camarógrafo todas las incidencias de la producción fotográfica en la que el conductor del programa “Amor, amor, amor”, Rodrigo González ‘Peluchín’ es el protagonista junto a su novio, Sean Rico. Ahora están los dos sentados frente a una mesa alargada, y da la impresión de que se encuentran en la barra de un bar. Rodrigo lo abraza, le hace mimos en la cabeza, y Sean parece un león sumiso, rendido, con sus dos metros de estatura y su pelo ensortijado que, junto con la barba, lo asemejan a un personaje bíblico. Rodrigo también tiene barba, pero es rubia y, a pesar de que es diez años mayor que Sean, hay algo en su mirada inquieta que lo hace parecer más joven, como un cachorro juguetón, atento a todo. El fotógrafo Rafo Iparraguirre, chispeante a pesar de ser casi las diez de la noche, bromea y le dice a Rodrigo que debería haber un whisky en esa mesa. “No has cambiado nada”, le dice el conductor de televisión a Rafo, amigo que conoció cuando vivía en Madrid. Rafo lanza un disparo con su cámara y la imagen se proyecta en la laptop que tiene al lado. La escena ha terminado.
En el rostro de la periodista que lucía algo cansada ahora surge una sonrisa que le agrieta el rostro mientras se acerca a Rodrigo y a Gonzalo dando saltitos, micrófono en mano, con su camarógrafo.
–Chon, por favor, ¿podrías decirme…?
–Se llama Sean… –la interrumpe Rodrigo pronunciando el nombre de su novio en perfecto inglés, con una sonrisa ladeada y una luz tintineando en la mirada.
–Lo veo a tu lado y siento que te da paz… –le dice la periodista a ‘Peluchín’.
–Es mi Dalai Lama… –dice Rodrigo.
–Cuéntanos, Sean… –dice la periodista con una sonrisa imbatible.
–¿Qué cosa? –dice Sean.
–¿Cómo eres?
–Es más difícil que él mismo se describa –se apresura a decir Rodrigo y contesta por su novio–. A veces es mi amigo; a veces, mi papá; otras, mi hermano, mi hijo… Depende del día, ¡y de las horas de sueño!
Rodrigo y Sean lucen radiantes, vistiendo sacos elegantísimos y zapatillas blancas. Ahora se van a cambiar de ropa para la siguiente escena. La última. Ya van a ser cinco horas de trabajo, posando frente al lente fotográfico, pero están como si nada.
–¿Te ha cambiado el amor?
– Me ha mejorado.