Juan Pablo Varillas tuvo una semana divina en París. La reciente edición del Roland Garros, con tres victorias, lo catapultó a las portadas y al puesto 61 del ranking ATP. Perdió ante Djokovic en la cuarta ronda, pero dejó un mensaje: “Me siento capaz de ir por más”. ¿Cómo un tenista que estuvo al borde del retiro ha logrado reinventarse e ilusionar a un país?

Por Kike La Hoz

“No puedo más. Estoy muerto”, le dice Juan Pablo Varillas a su entrenador, el argentino Diego Junqueira. Los dos minutos del descanso, antes de empezar el quinto y último set ante el polaco Hubert Hurkacz, han comenzado a correr. El reloj es tirano. En el curt 14 del complejo del Roland Garros, en París, la noche ha caído como una advertencia. Al borde del campo, por más que intente ocultarlo, el tenista peruano siente el peso de más de tres horas de juego como un costal repleto de plomo sobre el hombro derecho. 

Tres partidos consecutivos a cinco sets son demasiado para él. En la primera ronda, ante una de las promesas del tenis mundial, el chino Juncheng Shang, pudo ser capaz de remontar dos sets en contra e incluso repetir la hazaña dos días después ante el español Roberto Bautista Agut, número 24 del mundo. Pero esta vez ni el aliento de sus padres, sentados en la tribuna, parece alcanzar. El hombro se resiste a seguir. Abandonar ahora no es una mala idea. La postal del abrazo con su papá, Pablo Varillas, una vez que finalizó el partido ante el español, será el mejor recuerdo que se lleve de París. Las lágrimas tímidas después de aquel triunfo histórico nadie las podrá borrar. ¿Qué importa si su madre Milagros Patiño decidió comprar los pasajes de vuelta recién para el 6 de junio? Quizá haya sido un lindo gesto para demostrarle que confiaban en él. Pero, ahora, da lo mismo. Los días extra podrían servirles para dar un paseo por las calles francesas.

Rendirse ante París es posible. Rendirse ante el dolor, también.

“Tómate un ketorolaco o consultemos al médico”, le propone Diego Junqueira, mientras el deseo de abandonar va creciendo de a pocos en la cabeza de Juan Pablo Varillas. El reloj sigue corriendo. Hurkacz ya está casi listo para volver al campo. Una voz, de pronto, interrumpe sus pensamientos. “¿Cómo que no puedo más?”. Es la voz interior de Juan Pablo. Una voz que cada vez escucha más a menudo. “Espera —le dice a Junqueira con lo poco que le queda de aliento. No, no, estoy bien. Sigo, sigo, sigo…”. 

Varillas es el primer peruano, en 29 años, que logra meterse a los octavos de final de Roland Garros. El último había sido Jaime Yzaga en 1994.

Un segundo aire le infla los pulmones y mucho más el espíritu. El quinto set, el decisivo, lo juega con la concentración de un artesano. Parece importarle poco estar frente al número 14 del mundo. Reconoce su dura pegada en los saques. Ha tenido que padecerla durante todo el partido. Pero sabe también que la única manera de contrarrestar esa arma del rival es llevándola al error. “Debo responder como sea para jugarla en campo. Cuando él ve que su saque no hace el mismo daño, arriesga más, y cuando arriesga más y pega más fuerte, hay más chances de que falle”, explicará luego Juan Pablo. En el ajedrez mental del tenis moderno, esa es una forma de “comerle la cabeza” al rival. Sabotear sus certezas.

Más que una muñeca disciplinada o un hombro titánico, una cabeza atenta es la que hace ganar partidos. Los dos primeros juegos le habían servido a Juan Pablo para corroborar esta hipótesis. Shang pecó de confiado, y a partir del tercer set empezó a desbarrancarse sin poder frenar su caída. Bautista Agut, en cambio, apostó por quemar toda su energía para cerrar el juego en tres sets y, sin quererlo, expuso su estrategia. Como respuesta, recibió más intensidad y se fue apagando como un cerillo. En ambos casos, Juan Pablo tuvo claro que se juega, punto a punto, hasta el último. Que siempre hay que oler qué pasa al otro lado de la red. Y que la cabeza jamás debe ser contaminada.

Malabarismo mental, que no siempre puede ejecutarse; pero, cuando se logra, es infalible. Como ahora que, en el último set, el saque de Hurkacz muestra un declive. Ya no hace daño como al principio. El plan de Juan Pablo ha dado resultados. El set acaba 6-2 a su favor y la victoria propicia una ráfaga de gritos a la peruana desde la tribuna. 

El reloj ya está detenido: tres horas y cincuenta y dos minutos. Sobre la arcilla aún cubierta de huellas, la reportera oficial del certamen le pregunta a Juan Pablo: “¿Sabes con quién jugarás ahora en la cuarta ronda?”. La respuesta es honesta: “La verdad no tengo idea”. Realmente no lo sabe, pero cuando el nombre de Novak Djokovic llega a sus oídos le cuesta ocultar una sonrisa de ilusión detrás de ese gesto de oficinista tenístico. “Es probable que sea en la Philippe-Chatrier”, añade la reportera, y entonces ahora sí la película, que siempre quiso protagonizar desde niño, se activa sin permiso en su cabeza. 

Falta todavía un día y medio, pero ya puede imaginar los nervios que sentirá al entrar a ese coliseo moderno, hecho para albergar a 15 mil curiosos, dos gladiadores y una pelota. La música, como la voz de sus abuelas, será, como siempre, lo único que lo ayudará a relajarse en los minutos previos. En la lista de reproducción de su celular, no podrá faltar Coldplay, The Killers y Foo Fighters. Por ahora, ya lo tiene decidido: antes de llegar a la pista Philippe Chatrier le pondrá play a su canción favorita, Clocks de Coldplay. 

Según el último ranking ATP, publicado el pasado 19 de junio, Juan Pablo Varillas se ubica en el puesto 61. Es el quinto sudamericano mejor ubicado.

Come out of things unsaid

Shoot an apple off my head

And a trouble that can’t be named

A tiger’s waiting to be tamed, singin’

Domingo 22 de mayo del 2022. Las tribunas de la Philippe Chatrier no están repletas como otras veces. Juan Pablo Varillas acaba de perder ante el canadiense Félix Auger-Aliassime, pero los espectadores han decidido despedirlo con un reconocimiento que suena a ovación. En su primera vez sobre esta pista histórica, ha peleado como un tigre sin domesticar. Los dos primeros sets fueron suyos. Por un momento, todos pensaron que el peruano daría la sorpresa en la primera ronda ante el número nueve del mundo, pero Auger-Aliassime se ha encargado de restituir el orden del universo: un top 10 tiene la suficiente fortaleza mental para reaccionar a un doble 6-2 y sacudirse de encima a un rival impertinente.

A lo largo del partido, Juan Pablo ha tratado de poner en práctica los consejos de su psicóloga, la argentina Loli Álvarez Prado. Evitar las recriminaciones. Desterrar los reproches. Hablarse a sí mismo como le hablaría a otra persona que ha cometido un desafortunado error. “¡Sigues arriba!”, “¡Vamos, tú puedes!”, “¡No te desanimes!”. La tarea encaminada no es casual. “Más que miedo, a veces tengo dudas de lo que quizá pueda hacer dentro de una cancha”, decía el propio Varillas en 2019, un año antes de que tomara la decisión que cambiaría el rumbo de su carrera: empezar a trabajar con Diego Jauqueira y todo un staff de profesionales en Buenos Aires, incluida Álvarez Prado

El partido ante Auger-Aliassime fue el primer aviso de un cambio que se ha venido cocinando a fuego lento al interior de Juan Pablo. Todo empezó a finales del 2020 entre barbijos y viajes aún limitados por la pandemia. Varillas y Junqueira se conocieron, y no pasó mucho tiempo para que el peruano le propusiera que fuera su entrenador. El ‘Chucky’, como conocen al argentino, venía de ser el coach de Juan ‘Pico’ Mónaco, Federico Delbonis y Federico Coria. Retirado el mismo año en el que Juan Pablo se había convertido en profesional, Diego Junqueira era mucho más que un ex tenista rankeado, alguna vez, en el puesto 68. Tenía hambre, capacidad, pero, sobre todo, un rasgo innegociable para Varillas: “Los que trabajen conmigo deben ser buenas personas”. Y, como añadido, una conexión emocional con el Perú por su esposa peruana, Maria Gracia Bedregal.

En poco tiempo, el nivel de Juan Pablo creció. Durante 2021, recuperó el tiempo perdido tras la pandemia y peleó en casi todos los Challengers que le tocó disputar. Recién en 2022 pudo empezar a disputar torneos del circuito ATP. Las tres victorias en las qualys del Roland Garros y el partido en el cuadro principal ante el canadiense Auger-Aliassime terminaron por marcarle la ruta adecuada. “A partir de ahí empezó a darse cuenta de que estaba para mucho más”, dice Junqueira desde Buenos Aires. Las posteriores victorias, en Gstaad, Suiza, sobre Sonego (puesto 60) y Bautista Agut (18, en ese momento) fueron motivo suficiente para alcanzar la primera meta: entrar en el top 100 del ranking ATP.

La nueva posición permitió que el 2023 se planificara con un cronograma más exigente.

“El 95% de los torneos corresponden al circuito grande”, explica Junqueira. Y la respuesta de Juan Pablo ha estado a la altura: en enero, retuvo por cuatro horas y diez minutos al alemán Alexander Zverev, número trece del mundo, en la pista del Australian Open. “Ese partido lo preparó para lo que después vino”, dice su coach. ¿A qué se refiere? A las victorias en el Open de Buenos Aires, incluida la que logró sobre el italiano Lorenzo Musetti (puesto 20). Todos estos resultados han permitido que Varillas alcance otra fase de maduración. “¿Qué falta para convencerte? Estás acá porque estás acá, porque lo mereces. Ahora me he demostrado que soy capaz”, ha contado sobre sus propios temores. Al principio, no podía disipar las dudas de su cabeza. “Yo creo más en ti de lo que tú crees en ti”, le llegó a decir Junqueira. Ahora, sin duda, se siente más fuerte. 

Confianza, madurez, estado físico, visión del juego, uso de la volea y eficiencia en los saques, son conceptos que se repiten en las charlas entre Juan Pablo y ‘Chucky’. En todos esos tópicos, ambos coinciden en que hay mejoría. Las 35 semanas que comparten al año, entre viajes, torneos y entrenamientos, están dando frutos (o puntos). Pero si algo tienen en común es que ninguno se conforma con lo logrado. “Sin duda, puede estar más arriba en el ranking, y para eso estamos trabajando”, dice Junqueira.

Juan Varillas y Diego Junqueira, su entrenador.

Confusion that never stops

Closing walls and ticking clocks

Gonna come back and take you home

I could not stop that you now know, sugar

Solo en ocasiones la esperanza quiebra el rumbo inexorable del destino. Esta tarde, en París, no ha podido ser así. Juan Pablo Varillas se ha estrellado, una y otra vez, contra ese muro de eficiencia llamado Novak Djokovic. Desde que pisó el campo de arcilla, pudo sentir el poder que emanaba. ¿Acaso es como dicen? ¿No es tan solo un mortal más? Trató de espantar esos pensamientos, pero con el partido ya en curso pudo confirmar que no era solo misticismo: el serbio alcanza la mayoría de pelotas como si alguien le dijera por un audífono secreto la dirección exacta unos segundos antes.

Cuando cualquiera estaría tenso, él juega los puntos como si estuviera 0-0. ¡Es una locura!”, contará luego Varillas. 

La derrota está por consumarse. Pero el tenista peruano, que empezó su carrera el mismo año en el que Djokovic alcanzó el primer lugar del ranking mundial, ha podido darse el gusto de hacerlo jadear por una pelota muy esquinada, obligarlo a agachar la cabeza tras quebrarle el servicio y verlo desquitarse contra la arcilla por un punto perdido. Esas pequeñas derrotas de Nole alcanzan para destapar unas cervezas al otro lado del Atlántico.

Novak Djokovic y Juan Pablo Varillas disputaron uno de los partidos por los octavos de final de Roland Garros. La victoria fue para el serbio por tres sets (6-3, 6-2 y 6-2).

Djokovic no ha sido el único rival al frente. Pocos lo saben, pero Juan Pablo apenas ha dormido diez horas en los últimos dos días previo al partido ante el serbio. Una vez acabado el juego ante el polaco Kurkasz, recién pudo acostarse a las 3.30 am debido a la adrenalina que le agitaba el cuerpo. A las 7:00 am, sin embargo, ya estaba despierto por un hambre voraz que le estrangulaba el estómago. Al caer la noche, aún pasado de vueltas, tan solo pudo conciliar el sueño durante seis horas. “Me hubiera gustado estar más fresco”, dirá más tarde el tenista peruano, más como lamento que como excusa.

Diecisiete sets encima. Más de doce horas en cancha. La cabeza de Varillas iba a una velocidad y su cuerpo a otra. “Cuando estás a punto de enfrentar al mejor de la historia, todo eso puede pesar”, ensayará esta explicación horas después. Ni el cansancio, ni Djokovic lo dejaron mostrar la agresividad de los anteriores partidos. Por supuesto, los nervios también lo acompañaron desde el principio. Ni bien entró al Philippe Chatrier, más que el sol parisino, lo que le pegó en el rostro fue la energía subyugante de un coliseo que la mayoría se acostumbra a ver solo por televisión. Con una mezcla de temor y reverencia, elevó la mirada y se dio cuenta que, a diferencia del día en el que enfrentó a Auger-Aliassime, esta vez las tribunas parecían haber cobrado vida.

Defensa sólida, contraataque feroz y saques revestidos de invisibilidad. Ni los consejos de la psicóloga Lali Álvarez Prado han podido contra el serbio: “Si te sientes lento, concéntrate en algo que te permite abstraerte”. En su caso, darle más botes a la pelota o sentir las piernas. El ritual, más o menos es así: “Intenso de piernas, culo abajo, centro de gravedad, mirar la bola y pegarle”. Contra Djokovic repite todo eso que le resultó contra Shang, contra Bautista Agut y contra Hurkacz, pero el cuerpo no le responde. Aunque de todos modos la derrota sea una opción, no puede evitar sentirse frustrado. 

En uno de los últimos puntos, sin embargo, escucha que las tribunas empiezan a formar una ola. Levanta la mirada y lo que ve lo regresa a este mundo. “Mira dónde estás, en el Chatrier, en un partido tuyo ante Djocovic, en el Roland Garros, con 15 mil personas en la tribuna y otras más viéndolo por televisión. ¿Qué más que esto?”, se susurrará a sí mismo antes de recepcionar un saque venenoso de uno de los mejores tenistas de la historia. “Ahí me cayó todo”, dirá luego. El resultado, en estos casos, puede dar un poco igual.

Juan Pablo Varillas confirmó su participación en el equipo peruano que disputará la Copa Davis por el Grupo Mundial I ante Noruega el 16 y 17 de septiembre en el Club Lawn Tennis.

Come out upon my seas

Cursed missed opportunities

Am I a part of the cure

Or am I part of the disease? Singing

Son las cinco de la tarde en el barrio de Cañitas, en Buenos Aires. Juan Pablo Varillas acaba de volver de entrenar sobre un campo de césped en un club de Hurlingham, al norte de la Capital Federal. Se prepara para lo que vendrá: su participación, por primera vez, en el cuadro principal de Wimbledon en Inglaterra. El tercer grand slam del año. Aunque extraña a su familia, prefiere estar acá, alejado de los flashes, los micrófonos y los curiosos circunstanciales. Una vez fuera de Lima, donde lo recibieron como un prócer resucitado, ha podido pensar sobre todo lo vivido en París en esos seis días mágicos. 

“He logrado cosas que nunca imaginé; que soñé, sí, pero que en algún momento de mi vida las vi demasiado lejanas”, reconoce. Las estadísticas no solo dicen que en menos de un año pasó del puesto 97 al puesto 61 del ranking ATP, sino que es el séptimo peruano en meterse en el selecto top 100 del tenis mundial. El último había sido Lucho Horna hace quince años. Los elogios le llueven como pelotas de entrenamiento. Desde Djokovic hasta Pablo Arraya. Algunos ya lo elevan al santuario de las leyendas del tenis nacional. Niños que antes querían ser como Paolo Guerrero ahora quieren ser como él. “Le doy la importancia que se merece. Ni más ni menos”, dice con sabiduría zen.

El mejor balance es el que ha logrado hacer junto a su entrenador Diego Junqueira: la derrota ante Djokovic no debería enturbiar o sobredimensionar todo lo hecho. “Estoy satisfecho con la semana que tuve, me pone muy feliz, pero ahora me siento capaz de ir por más”. Los elogios y los títulos honoríficos pueden esperar: No le doy mucha bola a eso, sinceramente. Te digo la verdad. Trato de hacer mi camino y trato de concentrarme en lo mío. Lo otro quizás no me suma”, asegura. 

A partir del 3 de julio, Juan Pablo Varillas participará en Wimbledon, Inglaterra. El tenista peruano forma parte del cuadro principal. El año pasado fue eliminado en la fase de qualy.

En su caso, no es falsa modestia. El pasado no lo seduce. El futuro le resulta más tentador. Por eso la raqueta con la que enfrentó a Djokovic no se convertirá en un fetiche en su casa. Ha preferido regalarla a un auspiciador. “Muchos viven del pasado. Yo no soy de esos. Yo no vivo del pasado. Yo trato de hacer mi camino, trato de manejarme así, trato de buscar nuevos objetivos que me motiven e ir para adelante”. No es casual que se declare admirador de Rafael Nadal. Puede reverenciar a Djokovic y a Federer, pero el español le resulta un espejo en él siempre le gusta mirarse. Después de verlo ganar su Grand Slam número 21, en Australia, tras seis meses fuera de las canchas, corroboró que el tenis no es solo pegarle bien con una raqueta. “Con Rafa, te das cuenta del poder de la mente”, dice.

Aún guarda la esperanza de cruzarlo en el circuito. “Ojalá nos encontremos en algún momento en el tour”, le dijo Nadal hace diez años en un partido de exhibición compartido en Lima. La ilusión nunca se pierde. Aunque con el retiro cada vez más cerca del español, quizá resulte más probable que primero se cruce de vuelta con Djokovic. Quién sabe. Una revancha es posible. Pero, por ahora, prefiere ocupar la cabeza en otra cosa.

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