Desde COSAS, les compartimos este Día del Padre las bellas y reflexivas cartas que escribieron Micha  —el reconocido chef de Maido— y Tessy a su padre, el empresario fundador de Mickey Tour, Mitsuyuki Tsumura.

Por Redacción COSAS

Micha

Marzo, 2020

Una pregunta que me hacen frecuentemente cuando me entrevistan es “¿Quién es la persona que más admiras en el mundo?” Yo siempre digo: “Mi padre.” Fue él quien me impulsó a que fuera cocinero. Es una persona que salió de la nada, que llegó con una mano adelante y otra mano atrás, sobre la base de una filosofía que solo pude entender luego de vivir en Japón. Tiene una sabiduría y una forma de ver la vida y el trabajo que pocas personas tienen; una genialidad y un olfato en los que confío mucho. Hasta el día de hoy, muchas de las decisiones importantes se las consulto. Además, siempre me impresionó la forma como trata a sus colaboradores. De niño yo no entendía —y mi mamá tampoco— por qué los engreía tanto. Él me decía, “Cuando seas grande vas a entender.

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Mi papá estaba siempre preocupado por nosotros, pero desde lejos. Entre sus idas al aeropuerto y el hecho de no tener horarios, no estaba mucho con nosotros. También se debía a que es un poco como yo, que recién estoy aprendiendo a comunicarme con los niños. Creo que eso lo he heredado de mi viejo.

Cuando era niño, mi papá era muy estricto, aunque a la vez muy engreidor, sobre todo cuando viajábamos. Nuestros viajes eran de uno o dos días; al hotel El Pueblo, al Tambo Inn. Tenia que ser cerca, porque en cualquier momento lo llamaban del aeropuerto. Si un plan se caía o le cancelaban un trabajo, nos decía “hagan sus maletas” y nos íbamos por un par de días.

Pero una vez nos llevó al Niágara, a Washington y a Nueva York, en un viaje de tres días y dos noches. Mucha gente va a pasar su luna de miel al Niágara; en ese viaje les dieron a mis padres su certificado de luna de miel, que tienen colgado en su cuarto. Recuerdo que nos peleamos. En los viajes nos peleábamos mucho. Mi papá siempre se peleaba con alguien. Cada uno quería hacer cosas distintas, y él era como yo soy ahora, solo que al revés. Yo no soy de hacer turismo; soy de ir a comer. Mi papá sí hace turismo y no le importa dónde come. “No entiendo por qué tienes que pensar tanto en la comida”, me dice. Así que por el bien de todos, ahora cuando viajamos las comidas las hace cada uno por su cuenta. Mi papá tiene mucho mundo. Se sabe la historia de cada ciudad; es una enciclopedia. Viajar con él es muy divertido.

Pero eso es ahora. Cuando éramos niños, la relación era difícil. Cuando viajamos a Japón por el vigésimo aniversario de Mickey Tour, mi hermana no quería sentarse con él en el avión, y a mi papá se le salieron las lágrimas. Recién como a los quince años tuve una relación más de amigos con mi padre. Es que yo no era el mejor en conducta. En realidad, lo que más le molestaba era que no estudiara y me sacara buenas notas. Si me iba de fiesta antes de un examen y me iba bien igual, entonces mi papá decía, “Ese colegio no sirve!” Claro que no lo decía en serio; una de las cosas más importantes para él era saber que estábamos estudiando en uno de los mejores colegios del país.

El día de la toma de la embajada nos mandamos al diablo los dos, y ni siquiera me acuerdo por qué. Durante todo el tiempo que estuvo de rehén, mi mayor preocupación era que lo mataran y no poder decirle que lo que le había dicho en esa pelea no era lo que sentía realmente.

Su vida fue dura, y por eso era duro con nosotros. Nos lo decía mucho, y eso también era motivo de pelea. Como estudiábamos en el Newton, todo el tiempo nos repetía, “Tengo que mantener a la familia. Sostener este tren de vida no es fácil. Si no trabajo a este ritmo, los cambiamos de colegio. Es lo que hay.” En el colegio, en la tele, el mensaje que siempre nos transmitían era “El amor es lo que importa”. Mi papá decía, “El amor, el amor, sí… Vamos a vivir de amor, agarrados de la mano, sin tener qué comer.” Nos decía, “Ustedes no entienden. Yo he sido pobre. Ustedes no han tenido las tripas pegadas a la panza por no tener un plato de comida. Ustedes no han pasado hambre. Yo sí.” Si me quejaba porque me daba diez soles de propina a la semana, me decía: “Da gracias de que tienes propina, comida, un techo donde dormir.” Por su pasado, por el sitio donde vivía cuando llegó a Lima, por lo duro que la pasó durante tanto tiempo, me repetía eso constantemente.

Y al final de cuentas tiene razón. Por más de que la gente piense lo contrario, nunca me dio una vida acomodada. Viajábamos, sí, pero si yo quería algo, me decía: “Las cosas que quieras comprarte, con tu plata. No con la mía.” Siempre me tenía ajustado. Si necesitaba plata, me decía “Lava mi carro y te doy cinco lucas. “¿Quieres salir? Haz esto, haz lo otro.” Así, me enseñó que nada es gratis. Me decía: “Si realmente te enfocas en lo que haces, cuando seas grande verás que no hay nada más bonito que poder lograr las cosas y que nadie te las haya regalado.” Dicho y hecho. Cuando abrí Maido, los primeros tres o cuatro años no fueron buenos para el restaurante. Pensaba en cerrar, mudarme, rediseñar.. pero él me decía: “No. Mantén tus convicciones. Mantén tu filosofía. No tires la toalla. No pienses que todo lo que te dice la gente es cierto. Esto va a funcionar.”

Mi papá me ha dado katana siempre. Hasta hace poco, ante todos mis logros me decía “esto no sirve. Te falta.” Pero su cariño siempre ha estado ahí. No sé cómo explicarlo, pero le tengo desde chiquito mucho respeto, y siento que él tiene su manera de querer. Llega y me da dos lapos en la cabeza, como si fuera un cachorrito. Es su forma de decirme “Te quiero mucho.” Yo lo veo como algo tierno. Cuando mi papá me saluda así, mis amigos se ríen: “Qué le pasa a tu papá, te ha metido un lapo en la cabeza!” Mis amigos, por cierto, lo adoran. Cuando les digo que vengan a mi casa, me dicen, “Ya, ¿pero va a estar Tochan?” Todos mis amigos, incluso mis colegas cocineros, le dicen Tochan (papito en japonés), igual que yo.

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Cuando era niño me metió a clases de japonés; insistía en inculcarme la cultura japonesa. Decía, “Siéntanse orgullosos del legado japonés. Miren todo lo que ha logrado Japón.” Pero hay que tener en cuenta que nací en el ‘81 y crecí en una época muy diferente. Ahora hay una admiración por la cultura japonesa, pero antes no era así. A fines de los 80, inicios de los ’90, en la época del terrorismo, de Fujimori, no era tan bueno ser nikkei en Perú. Había un racismo más marcado que ahora. Debido a Fujimori, había un odio hacia los nikkei. Uno se sentía no identificado; uno trataba de esconder su cultura un poco.

En mi promoción había como máximo tres personas con ascendencia japonesa. Igual, era amigo de todos. Pero en la calle sí se sentía el racismo. Eso me impulsó después a convertir en una fuente de orgullo lo nikkei, lo que soy. Hasta el día de hoy, lo que hago es trabajar porque eso sea cada vez más fuerte. Que la gente, además, entienda que Perú es un país de mestizaje; que si no fuera por eso, Perú no sería lo que es.

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Los domingos, mis amigos ya ni me llaman; saben que es el día que dedico a mi familia. Es un día que añoro. Algunos me dicen, “Pero los puedes ir a ver otro día”. Yo les digo, aunque suene a cliché: “No sabes cuánto tiempo tienes a tus padres”. Los domingos con mi familia son mi prioridad. Los disfruto mucho, además de que siento que eso hay que alimentarlo. A veces esos almuerzos acaban en peleas, pero eso está bien; se debe a que mi papá siempre está pendiente, dando su opinión. Y yo la valoro mucho. A fin de cuentas, aunque haya diferencias entre Mickey Tour y Maido, las dos son empresas que brindan servicios. Vendemos una experiencia. Tanto su negocio como el mío son, en realidad, la atención.

Cuando peleamos, siento que es porque siente una especie de impotencia; quiere que las cosas sean de cierta manera, porque piensa que es lo mejor para nosotros. Por lo general discutimos porque él considera que debo ser más cauto. Porque cree que voy muy rápido. Yo creo lo mismo; las cosas me sucedieron muy deprisa. “Me preocupa que a los 38 hayas tenido esos reconocimientos”, me dice. “Eres muy joven. ¿Qué vas a hacer?” Antes, cuando me planteaban abrir restaurantes en otros países yo quería decir “¡Ya!” a todo. Gracias a sus consejos, acabo diciendo “No” a todo. “Mitchan, tranquilo”, me dice. “No te vayas a marear. Mejor es ser chiquito. Cuida Maido; si no hay Maido, no hay nada. Cuida lo que tienes ahora. Eres joven.” Antes discutíamos por mi inexperiencia. Me decía “Hazme caso”, y yo discutía con él… pero al final le hacía caso. La conversación acababa en pelea, pero me iba a mi casa pensando. Gracias a eso no tengo restaurante en Dubai, ni en España, ni en Italia. Y ahora, siempre que tengo que hacer una inversión, lo consulto con él.

Es que hacer plata es su hobby. Puede sonar frívolo, pero no lo es. “Deja de pensar en plata”, le digo. “No es todo lo que hay.” Pero yo entiendo que su objetivo no solo es dejarle un buen legado a la familia, sino también a los trabajadores, al país. El no quiere el dinero para tirárselo y gozarlo él. “Si te enfermas, si pasa algo, ¿qué hacemos?”, me dice. “Si no me importara hacer dinero, tampoco te habría podido apoyar con Maido.”

Para él, cuánto ganas no equivale a cuánto hace tu negocio, sino a cuánto puedes ahorrar. Se pone metas. Así, si su utilidad no le permite llegar a la meta del mes, tiene una estrategia: “Si no lo gano en el trabajo, lo ahorro en la casa”. Deja de comprar algo que tenía planeado, gasta menos en comida… su meta de ahorro en el año la cumple como sea. Esa es una buena lección. Puedes ganar una cantidad astronómica, pero si te tiras toda la plata que ganas, el día que necesites tener una espalda y no la tengas…

Dicho todo esto, últimamente no está tan enfocado en el dinero como antes. Mi papá es poco de mostrar emociones, pero últimamente, con la llegada de mi sobrino, lo he visto feliz. Su nieto le ha dado un segundo aire. No lo había visto así nunca. Antes no era feliz, la verdad. Estaba tan preocupado por tantas cosas que era como un caballo chúcaro que mira solo para adelante, generando y generando.

Pero en los últimos años sí lo he visto feliz. En cada aniversario de Maido agarra el micrófono y les da consejos a todos, porque Maido es como su hijo también. Y lo he visto feliz en el aniversario 35 de Mickey Tour. Estos últimos diez años mi papá ha estado más divertido que nunca. Ha empezado a disfrutar su vida. Ahora es mi cómplice. Mi amigo.

Tessy estudió un posgrado en oncología veterinaria en Japón.

Tessy

Cuando era niña, mi papi fue una persona sumamente dura. Cuando nos equivocábamos o sentía que yo (como alguien de género femenino) le faltaba el respeto, se enojaba muchísimo. Pero con el tiempo cambió; poco a poco se hizo mi amigo y creamos lazos hermosos. Mi papá tiene un caparazón duro de roer, pero por dentro es pura bondad y amor por su familia. Me di cuenta por primera vez a los 15 años, la noche en que mi hermano se fue a la universidad en Estados Unidos. Mi mamá viajó con el para acomodarlo, y mi papá y yo regresamos a casa después del aeropuerto. La despedida en casa fue simple, sin muchas palabras: un abrazo cotidiano y media vuelta. Pero cuando me fui a dormir lo escuché llorar en el cuarto de Mitchan. Su hijo se había ido… Lloró por horas.

Mis lazos con mi papá se fortalecieron durante el tiempo que viví en Japón. Pude entender lo difícil que es vivir solo, en un país en el que se habla un idioma diferente.

Si bien tenía a mis abuelitos, ellos ya estaban mayores y mi abuelo tenia cáncer terminal…Es mas, mi abuelito falleció exactamente a los 10 meses de mi llegada, y tuve que enfrentar la vida en Japón sola. Mis papas habían decidido no visitarme el primer año para que pudiese hacerme mas fuerte y yo lo entendía… Me dolió mucho, pero en ese tiempo compartí y viví todo lo que no pude durante los 23 años que había estado lejos de mis abuelos. Cada domingo los visitaba y me hablaban de mi papá, de lo orgullosos que estaban de él. Me contaron que les dolió mucho cuando mi papi se fue al Perú; sentían miedo por su futuro, su bienestar y su salud. Yo por mi lado me encargaba de cocinar para ellos y a veces les mandaba regalos (cosa que no se acostumbra en Japón). Dormíamos en las tardes de invierno bajo el kotatsu y luego tomábamos el té hablando de la familia y jugando cartas.

Mi abuelo siempre quiso tener a la familia junta y se proyectaba a que, si ocurriese un desastre, el se encargaría de protegernos (siempre me decía que guarde linternas, enlatados, baterías, medicinas…). Y así lo hizo. Con su legado y enseñanzas nos ha protegido en esta pandemia. Sé que estaría orgulloso de mi papá, puesto que, sin querer, Tochan ha seguido sus pasos y ha protegido a la familia, a su manera, pero a capa y espada. Junto a mi mami, nos ha puesto bajo un domo indestructible.

Una mañana de julio fui a visitar a mi abuelito a la clínica. El estaba estable; recuerdo que ese día debía ir a la universidad para ver mi experimento y me dijo que fuera.

Me fui. Seguía en la universidad dos horas después, cuando me llamó mi tío a decirme que mi abuelo había fallecido. Eran las 2 am en Perú. Llamé a mi papá. Respondió. Escuché un llanto silencioso… Fue el mas doloroso que he escuchado en mi vida. Mi papá llegó a Japón dos días después. Lo recibí en la estación. Estaba desconcertado y dolido. Llegamos al velatorio (en Japón se vela por dos días a cuerpo presente; luego se crema el cuerpo y los familiares recogen las cenizas con ohashi… es fuerte, realmente fuerte). Lloramos, pero no hablamos de eso.

Tal vez sea mejor no hablar y solo sentir. Creo que no existen palabras suficientes para describir ese dolor. Fue duro ver a mi papá tan dolido. Era un hijo que tuvo que alejarse de sus papas para darles lo mejor a sus propios hijos y a su esposa; tuvo que tomar una decisión difícil. Pero lamentablemente, como dice mi papa, no podemos tenerlo todo en esta vida; hay que elegir.

Hoy veo con admiración a mi papá. ¿Por qué? Porque él solo tiene amor en su corazón. No tenía tiempo de demostrarlo cuando yo era pequeña, pero qué mejor muestra de amor que la que le dan a tu hijo, y mi papa muere por mi hijo Rafa. Le da todo el tiempo los abrazos y besos que yo no recibí y para mí eso realmente vale mil veces más. Juegan muchísimo y hacen travesuras, mas de las que yo quisiera… Cuando se juntan mi papá, Mitchan y Rafa, realmente no se a cuál de los tres tengo que cuidar.

Yo si puedo decir que mis padres son mis héroes. Me han dado mucho y me han enseñado realmente lo que es vivir. Y ahora están creando recuerdos hermosos con mi hijo.

En esta pandemia nos hemos unido mas que nunca y creo que eso nos fortalece muchísimo. Estamos avanzando todos juntos, como siempre; a pesar de todas las adversidades, siempre hemos caminado juntos. Yo sí podría presumir de que mi familia es de película.

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