El ex presidente de Estados Unidos afronta un desafío sin precedentes: su sucesor ha dejado en claro que pretende borrar su legado. Trump lo considera una herramienta útil para alentar a sus seguidores más fanáticos, presentándolo a menudo como el culpable de todo lo que, a su juicio, está mal en el país. Obama, de momento, ya ha empezado a reaccionar.
Por: Manuel Santelices
Justo en los días en que la ciudad de Nueva York sufría otra herida terrorista y el presidente Donald Trump se refería al sistema de justicia de Estados Unidos como “una broma, un motivo de risas”, el ex presidente Barack Obama inauguraba en el Hotel Marriott Marquis, en pleno Times Square, la primera cita cumbre de su recién creada Obama Foundation, una entidad que pretende… ¿Qué pretende? Nadie, ni siquiera el mismo Obama, sabe qué hará su fundación en el futuro. Por el momento, lo único que ha hecho es dar ciertos signos de esperanza –algo nada despreciable por estos días–, lo que tiene sentido si se considera que el eslogan del expresidente en su primera e histórica campaña presidencial fue, justamente, Hope.
La falta de una directiva clara no fue impedimento para que el summit de dos días, dedicado al liderazgo joven, pueda ser considerado un éxito. Artistas como Lin-Manuel Miranda y Common conversaron sobre arte y activismo; el ex primer ministro italiano Matteo Renzi entrevistó a la ex embajadora de Estados Unidos en Japón Caroline Kennedy, y el príncipe Harry, que se ha convertido en el sucesor de Angelina Jolie como el líder humanitario más famoso del mundo, habló sobre cómo la imagen de su madre, la princesa Diana de Gales, ha sido la constante inspiración para su labor social y benéfica.
Obama hizo una muy aplaudida aparición en la inauguración de la cita y en su clausura, limitando su presencia el resto del tiempo a una que otra visita sorpresa. Lo mismo sucedió con su esposa, Michelle Obama, una de las figuras más admiradas de la política estadounidense y, para muchos, una estupenda potencial líder para el Partido Demócrata y, quién sabe, quizás hasta candidata presidencial, que en los últimos meses ha aumentado cuidadosamente su visibilidad. Poco después de la reunión en Nueva York, la ex primera dama, radiante y feliz, sorprendió a un grupo de estudiantes de un colegio de Chicago con una visita: llegó acompañada del príncipe Harry.
Adiós al recreo
Próximos a instalarse en Nueva York, los Obama están, aparentemente, disfrutando de su libertad de las cadenas que impone la presidencia. Las primeras imágenes del exmandatario después de la elección de Trump lo mostraron alegre y despreocupado, de vacaciones en algún lugar idílico, en traje de baño y con un paracaídas acuático colgado en la espalda. Michelle, por su parte, olvidó la trágica derrota demócrata con un comentado viaje a España, donde fue la invitada del hasta entonces embajador de Estados Unidos en ese país, James Costos, y su marido, Michael Smith.
En otras condiciones, la pareja hubiera tenido un periodo largo de desaparición, concentrada, como hacen generalmente los expresidentes (con excepción de los Clinton), en asuntos como escribir libros, dar millonarias charlas y diseñar su propia biblioteca. Pero Trump ha hecho claras sus intenciones de erosionar su legado, en el mejor de los casos, o simplemente borrarlo, comenzando con su intento de terminar con el sistema de salud conocido como Obamacare, continuando con la relación establecida con Cuba, el acuerdo de París, la negociación con Irán sobre armas nucleares, la política de inmigración que se refiere a los dreamers, y cualquier otra cosa que lleve el sello del exmandatario.
Dando nuevas evidencias de su diplomacia y su sang froid, Obama se mantuvo en silencio durante la mayor parte del año, pero eso ha cambiado en las últimas semanas. Hace unos días, apareció en un corto video llamando a los ciudadanos a que se registraran en su sistema de salud y, días antes, subió al escenario junto al resto de los expresidentes todavía vivos, Jimmy Carter, George H. Bush, George W. Bush y Bill Clinton, para impulsar una campaña de ayuda a los damnificados por los huracanes en Houston, Florida y Puerto Rico. Obama, quiéralo o no, está condenado a dos roles durante los próximos cuatro años: guardián de su herencia política y figura principal de un partido, el demócrata, que por el momento parece tan o más perdido que el republicano.
Actualmente liderado por Chuck Schumer y Nancy Pelosi, dos veteranos de Washington que representan al muy poco popular establishment, y que por edad –sesenta y seis y setenta y siete años, respectivamente– hablan más del pasado que del futuro, el partido necesita urgentemente un relevo de personalidades. Por ahora, su única esperanza es el muy querido rostro de los Obama.
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